La conversión de San Pablo. Murillo. c. 1680. ©  Museo del Prado.

El año pasado se cumplieron 400 años del nacimiento de Bartolomé Esteban Murillo, gran renovador de la iconografía religiosa y referencia ineludible para los retratistas ingleses del siglo XVIII. Como en tantas otras ocasiones, la efeméride pasó desapercibida, pero la buena noticia es que Murillo forma parte de la colección permanente del Museo del Prado y nunca es tarde para dedicarle unas líneas al que sin duda es uno de los más grandes pintores de todos los tiempos.

Murillo nació en Sevilla en 1617. Era Hijo de un barbero- sangrador,  tal y como se llamaban a los cirujanos de urgencia en el Siglo de Oro, por lo que pertenecía a una familia acomodada en la que había tanto bachilleres como pintores y plateros. Sabemos que contó durante toda su vida con algunos bienes inmuebles que le reportarían pingües beneficios y, según cuenta Antonio Palomino –el biógrafo de los artistas españoles–, después de formarse en el taller de Juan del Castillo vino a Madrid bajo la protección de Velázquez y conoció la fabulosa colección de pintura del Alcázar, origen del Museo del Prado actual. Aquí pudo ver las obras de Rafael y Tiziano, pero no cabe duda de que sus grandes influencias fueron Zurbarán y Herrera el Viejo. Murillo volvió enseguida a su ciudad natal, donde viviría cómodamente hasta que a los 65 años de edad se cayó de un andamio. Durante décadas se dedicó a realizar encargos para las iglesias y conventos del que entonces era el puerto más importante del mundo, el puerto del Gudalquivir.

Aparición de la Virgen a San Ildenfonso. c. 1655. Inmaculada Concpeción de los Venerables. c. 1678. Murillo. © Museo del Prado.

Aunque Murillo resuma la quintaesencia de lo que se conoce como pintura española –contenida pero empática, realista pero impregnada de misticismo–, y por lo que sabemos hoy nunca saliera de la Península, lo cierto es que su obra se hizo rápidamente popular en Francia e Iglaterra, donde se coleccionaron con entusiasmo los cuadros de niños del pintor sevillano. Es imposible explicar a Joshua Reynolds, Thomas Lawrence o a Édouard Manet sin hablar de Bartolomé Esteban Murillo, que desarrolló una forma propia de integrar las figuras en los fondos vaporosos y de focalizar en pocos elementos toda la ternura de una escena.

Tal vez en España hemos visto demasiadas malas reproducciones de la obra de Murillo para poder apreciarla sin las connotaciones de lo extremadamente cursilón, pero al igual que estamos dispuestos a desempolvar los muebles de la abuela para descubrir su verdadero valor, hoy podemos acercarnos a su pintura sin prejuicios. Basta con darse un paseo por las salas que le dedica el Museo del Prado para descubrir a un pintor de personalidad única y radical, que hace las escenas religiosas algo asombrosamente cercano, como sucede en su maravillosa Sagrada familia del pajarito.

La sagrada familia del pajarito. Murillo. c.1650. © Museo del Prado.

Sus inmaculadas –el Prado conserva varias–, y sus visiones místicas, como la Aparición de la Virgen a San Ildefonso o la caravaggista Conversión de San Pablo son ejemplos sobresalientes de su capacidad para hacer verosímil lo sobrenatural, en un alarde barroquismo difícilmente equiparable a lo largo de la historia de la pintura. De entre todas estas epifanías yo me quedo con una pareja de pinturas que decoraron la iglesia de Santa María La Blanca de Sevilla y que ahora forman parte de la pinacoteca. Se trata de los dos lunetos que cuentan la historia de la fundación de Santa María Maggiore de Roma. En una de las escenas vemos al patricio romano y a su mujer mientras sueñan que se les aparece la Virgen y les indica que allá donde nieve deberán levantar una basílica en su nombre. Lo asombroso  es que nevó un 5 de agosto, en pleno verano, y nadie, ni mucho menos el papa, como se narra en otra de las escenas, dudó de la veracidad de lo que decían. ¿Hubieran tenido ustedes alguna duda? ¿O acaso sin pensarían que se debe al cambio climático?

El sueño de los patricios. La Fundación de Santa María Maggiore. Murillo. c. 1665.

Tags: , , ,
 
Arriba