El Madrid de las escritoras (I)

Categoría: Arte y Cultura 8 marzo 2019

Getrudis Gómez de Avellaneda. Federico Madrazo. Museo Lázaro Galdiano.

Resulta imposible reseñar en un solo post las biografías de las grandes escritoras que han vivido en Madrid. Este es el primero, de una serie de artículos con los que a partir del 8 de marzo, día de la mujer, queremos dar algunas pinceladas sobre aquellas autoras cuya producción literaria ha estado estrechamente ligada a nuestra ciudad. Tal vez podamos comenzar en el Siglo de Oro con el Madrid de Sor Marcela de San Félix (1605-1687), autora de poemas y dramas religiosos, hija de Lope de Vega y de la actriz Micaela de Luján, y monja en el Convento de las Trinitarias Descalzas –el mismo en el que descansan los restos mortales de Miguel de Cervantes–. Ubicado en el Barrio de las Letras, este bello edificio barroco tiene en su fachada trasera, la que da a la calle de las Huertas, una placa que recoge los versos de la escritora: “Todo cuanto el mundo ofrece / en sus vanas esperanzas / apenas son apariencias / pues, al comenzar, acaban”. Los historiadores han señalado su extraordinaria mordacidad satírica y la estrecha relación que la unió a su padre, que vivía a escasos metros de allí en una casa con huerto convertida hoy en un museo dedicado a la memoria de «El Fénix de los Ingenios».

Casa Museo de Lope de Vega y Convento de las Trinitarias Descalzas.

A medio camino entre los siglos XVII y XIX y en un contexto de turbulencias políticas en España (Guerra de la Independencia, monarquía absolutista de Fernando VII y Guerras Carlistas) surge la voz –irónica, fresca y divertida–de Vicenta Maturana (1793-1859), camarista de María Josefa Amalia de Sajonia, reina consorte a la que llegaron a atribuirse algunos de los poemas de la escritora. Su Madrid es el de la corte, el del Palacio Real y “El reservado” de El Buen Retiro. ¡No es difícil imaginarla asomada desde alguna de los balcones del edificio de Juvarra y Sacchetti o tomando el café en el fastuoso salón Gasaprini!

Un Madrid muy diferente fue el de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), escritora nacida en Cuba que desarrolló buena parte de su carrera literaria en España. Entre sus novelas destacan muy especialmente Sab, la primera obra abolicionista en lengua española, y Dos mujeres, en la que defiende el divorcio. (Hoy resulta increíble que ésta segunda fuera publicada a principios de la década de 1840, casi un siglo antes de que la Segunda República lo legalizara por primera vez en nuestro país). Sus poemas fueron premiados por el Liceo Artístico y Literario, que ocupaba algunos salones del Palacio de Villahermosa, actual sede del Museo Thyssen-Bornemisza, y sus dramas –especialmente Saul y Baltasar– alcanzaron un éxito extraordinario en los teatros. Gertrudis Gómez de Avellaneda se postuló como candidata a ocupar un sillón vacante en la Real Academia Española, pero fue rechazada. El Museo Lázaro Galdiano conserva un fantástico retrato de la autora pintado por Federico Madrazo.

Abanico de Carolina Coronado. Museo del Romanticismo. Carolina Coronado. Federico Madrazo. Museo del Prado.

De la misma generación que Gertrudis Gómez de Avellaneda destaca Carolina Coronado (1820-1911). Ambas fueron las poetas con una trayectoria más interesante de la “Hermandad lírica”, un grupo de escritoras entre las que se encontraban Amalia Fenollosa, Manuela Cambronero, María Cabezudo Chalons, María Josefa Massanés o Ángela Grassi y que publicaban habitualmente en El pensil del Bello Sexo, suplemento de la revista El Genio. En relación a dicha sororidad escribió una vez: “enlazan sus raices / a la planta compañera, / y viven en la ribera / sosteniéndose entre sí”. Coronado también frecuentó el Liceo Artístico y Literario a partir 1848, año en el que tras una crisis nerviosa se traslada a Madrid, y al igual que Gómez de Avellaneda también posó para Federico Madrazo: su retrato, teñido de cierta melancolía por el reciente fallecimiento de su hijo, se conserva en el Museo del Prado. Amiga personal de la reina Isabel II, en 1852 se casa con Justo Horacio Perry Sprgane, secretario de la Embajada de los EE.UU en España. En su casa, primero en la calle Alcalá y luego en Sagasta, mantuvieron un cenáculo literario y musical. En aquellos años y debido a su catalepsia crónica sufrió varias “muertes aparantes”, que incluso fueron recogidas en la prensa de la época dada su popularidad. Pese a sus ideas liberales, con el estallido de la Revolución Gloriosa en 1868, se traslada a Lisboa. Su poema A la abolición de la esclavitud en Cuba sería leído públicamente ese mismo mes de octubre, lo que provocaría un enorme escándalo en el ambiente de la corte. El Museo del Romanticismo conserva varios objetos que la pertenecieron, entre los que destacan un abanico de plumas y un precioso escritorio de taracea. Esta misma institución exhibe un retrato realizado por Valeriano Domínguez Bécquer de Fernán Caballero (1796-1877), nombre con el que firmó sus novelas Cecilia Böhl de Faber, autora de La Gaviota. Aunque no vivió en Madrid, es imposible no mencionarla en este relato sobre las grandes escritoras españolas.

Fernán Caballero mantuvo una interesante correspondencia con Rosalía de Castro (1837-1885), a la que llamó “el ruiseñor de Galicia” y que sin embargo sí viviría varios años en Madrid. Aquí conoció a su futuro marido, Manuel Murguía, con quien se casaría en la Iglesia de San Ildefonso. Residía en la cercana calle de la Ballesta, en el barrio de Malasaña, hasta que juntos se marcharon a Simancas, en la provincia de Valladolid, donde escribiría Follas Novas.

Hasta aquí la primera entrada de una serie que, como decía más arriba, quiere mostrar el Madrid de las escritoras. Las calles, plazas y jardines que fueron el escenario de su vida y los museos en los que hoy se conserva su memoria. En la próxima entrega comenzaremos el recorrido con la fascinante Emilia Pardo Bazán.

Museo del Romanticismo. «Fernán Caballero» Cecilia Böhl de Faber. Valeriano Domínguez Bécquer. Museo del Romanticismo.


 

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