Plaza de Toros de Las Ventas, 1929. Obra de José Espelius. Foto de Álvaro López del Cerro.

En 1859 el arqueólogo José Amador de los Ríos, en su discurso de ingreso a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, usó por primera vez el concepto de “estilo mudéjar” para referirse a las iglesias y palacios cristianos hechos con técnicas y repertorios decorativos que recordaban a los de la arquitectura hispanomusulmana (alicatados, yeserías, arcos de herradura…). Desde entonces, intelectuales como Marcelino Menéndez Pelayo, lo han considerado «el único estilo específicamente español del que podemos envanecernos», por ser la síntesis de todos los lenguajes que desde finales de la Edad Media convivieron en la península, puesto que enseguida se observó que lo mudéjar se entremezclaba con lo románico, lo gótico y lo renacentista. La incesante búsqueda de un arte nacional hizo que entre finales del siglo XIX y principios del XX se construyeran plazas de toros, estaciones de tren, escuelas, fábricas y viviendas que suponían una vuelta a este estilo, en lo que hoy identificamos como ejemplos de la arquitectura neomudéjar.

Antes de referirnos a estas grandes obras de los siglos XIX y XX, es imprescindible que hagamos una lista con aquellos rasgos que son propios del estilo mudéjar. Para ilustrarlos podemos tomar como referencias las iglesias de San Nicolás (siglo XII-XV) y San Pedro el Viejo (siglo XIV) y el Palacio de los Lujanes (siglo XV), en la Plaza de la Villa, o algunos elementos arquitectónicos, como arcos, bóvedas y puertas, conservados y expuestos en el Museo Arqueológico Nacional. Y también podemos acercarnos a visitar el paraninfo y la capilla de la Universidad de Alcalá de Henares, las sinagogas de Santa María la Blanca y el Tránsito de Toledo, o el Monasterio de San Antonio El Real y el Alcázar de Segovia.

San Pedro el Viejo. Puerta mudéjar del MAN. San Nicolás. Fotos de Álvaro López del Cerro.

Artesonado Palacio de Torrijos. Museo Arqueológico Nacional.

1-     Predomina el uso de materiales blandos (ladrillo, cerámica, estuco y azulejo), frente a duros (piedra, hierro, cemento).

2-     Con el ladrillo visto se hacen complejos juegos decorativos que cubren superficies enteras con motivos geométricos regulares.

3-     Cuando el ladrillo se alterna con la mampostería (piedra irregular) se habla del aparejo toledano.

4-     Los interiores se cubren alternativamente con bóvedas de crucería o con artesonados de madera como el que hay la iglesia de San Nicolás.

5-     La cerámica –sus llamativos colores–  tiene un enorme protagonismo.

6-     Se alternan arcos de herradura, polilobulados, ojivales, peraltados y de medio punto.

7-     Pese a los numerosos rasgos estilísticos de origen hispanomusulmán, los edificios reproducen esquemas propios de la tradición cristiana: fachadas simétricas, patios y plantas de cruz en las iglesias.

Gabinete árabe del Palacio de Aranjuez, 1847-1851. Decorado por Rafael Conteras.

Pabellón de España en la Exposición Universal de París de 1878. Obra de Agustín Ortiz Villajos. Grabado aparecido en La Ilustración Española y Americana. Número XIII. 1878. Biblioteca Digital Hispánica.

Aunque ya en la década de 1940 encontramos numerosos ejemplos de alhambrismo en Madrid, como el Gabinete Árabe del Palacio Real de Aranjuez obra del artesano Rafael Contreras, todavía no podemos hablar de un estilo específicamente nacional, sino más bien del moorish revival que se había extendido por todo Europa y con el que se decoraron numerosos espacios de recreo, como casinos y teatros, baños públicos y sinagogas. Es con la construcción del pabellón de España en la Exposición Universal de París de 1878 cuando se asocia la arquitectura neomudéjar a la idiosincrasia del país. Su fachada combinaba elementos del Patio de los Leones de la Alhambra pero también de edificios cristianos tan relevantes como los Reales Alcázares de Sevilla, de la Puerta del Sol de Toledo y de la catedral de Tarragona. Hoy sólo conservamos algunas fotografías y grabados. De su arquitecto, Agustín Ortiz Villajos, tenemos en Madrid el Teatro María Guerrero, un edificio ecléctico inaugurado en 1885 que cuenta en su interior con algunos elementos propios de la arquitectura neomudéjar, como el artesonado que cubre el patio de butacas. Del mismo modo podríamos incluir el muro testero del Frontón Beti Jai, construido en 1894 por Joaquín Rucoba y restaurado recientemente, entre los ejemplos de esta incipiente arquitectura que fue muy común en los edificios para espectáculos durante el último cuarto del siglo XIX. Por desgracia algunas obras, como el primitivo Circo Price (1880) de la Plaza del Rey o el Teatro de los Jardines del Buen Retiro (1880) han desaparecido.

Patio de butacas del Teatro María Guerrero, cubierto por un artesonado neomudéjar. Obra de Agustín Ortiz Villajos.

Plaza de toros de Goya, 1874. Obra de Lorenzo Álvarez Capa y Emilio Rodríguez Ayuso. Foto de Laurent y Cia. Biblioteca Digital Hispánica.

También desapareció la Plaza de Toros de Goya, que desde 1874 estuvo en el lugar donde hoy se levanta el WiZinkCenter y fue la segunda que hubo en Madrid. Obra de Lorenzo Álvarez Capa y Emilio Rodríguez Ayuso, sirvió de modelo para tantos otros cosos de España, como la propia Plaza de las Ventas, con la que José Espelius la sustituyó en 1929. En los más de cincuenta años que van de la construcción de un ruedo taurino a otro se inscriben la mayor parte de la arquitectura neomudéjar, que después dejarían paso a lenguajes más contemporáneos, como el art decó y el racionalismo durante los años 30, o a otros estilos historicistas, como el neoherreriano posterior a la Guerra Civil.

Plaza de Toros de Las Ventas, 1929. Obra de José Espelius. Foto de Álvaro López del Cerro.

Escuelas Aguirre, 1886. Obra de Emilio Rodríguez Ayuso Foto de Álvaro López del Cerro.

De Emilio Rodríguez Ayuso son también las Escuelas Aguirre en la calle de Alcalá, actual sede de la Casa Árabe. El delicado trabajo ornamental de la fachada y de la torre, que podría recordarnos a las de Teruel, escondía un interesante conjunto de espacios que fueron pioneros en el momento de su inauguración, 1886. Contaba con gimnasio, biblioteca, museo, patio, sala de música y observatorio meteorológico, algo absolutamente innovador para la época. Fue muy habitual que la  arquitectura neomudéjar sirviese para la edificación de orfanatos, conventos, instituciones educativas y piadosas. En este caso conservamos tantos ejemplos que es imposible enumerarlos todos, pero por sus dimensiones y ubicación resultan muy llamativos el Seminario Conciliar de Madrid (1906), el Colegio de San Diego y San Nicolás (1906), el Colegio de Areneros (1910), actual Universidad Pontificia de Comillas, o el Colegio de Nuestra Señora de las Delicias (1913).

Colegio de San Diego y San Vicente, 1906. Obra de Juan Bautista Lázaro de Diego Foto de Álvaro López del Cerro.

Colegio de Areneros, 1910. Obra de Enrique Fort y Guyenet. La Buena Dicha, 1917. Obra de Francisco Garcia Nava. San Fermín de los Navarros, 1890. Obra de Eugenio Jiménez Corera. Fotos de Álvaro López del Cerro.

En estos mismos años también se construyen las iglesias de San Fermín (1890), de Santa Cruz (1902) y de la Buena Dicha (1917), que en su interior cuenta con una interesante bóveda de crucería con claraboya. Esta última es obra de Francisco García Nava, el mismo arquitecto que haría la capilla y el pórtico del Cementerio de la Almudena, inaugurado en 1925 y en el que se combinan elementos neomudéjares y modernistas. Una combinación que también puede percibirse en las obras de Julián Marín, tanto en la Casa de las Bolas (1895) de la calle Alcalá, como en la colonia de chalecitos unifamiliares Madrid Moderno (1890-1906), inspirada en las ideas del arquitecto Mariano Belmás Estrada, que trató de impulsar una vivienda económica e higiénica para las clases populares. Aunque son el antiguo hotel de Don Guillermo de Osma (1893), actual sede del Instituto Valencia de Don Juan, y la Casa de Don Francisco Mestre (1917), de la calle Romero Robledo, 17, las muestras más puras de la arquitectura residencial neomudéjar.

Madrid Moderno y Casa de las bolas, 1895. Obra de Julián Marín. Foto de Álvaro López del Cerro.

Casa de Don Franciso Mestro, 1917. Calle de Romero Robledo, 17. Obra de Ricardo Cuadrillero. Foto de Álvaro López del Cerro.

A principios del siglo XX el neomudéjar se convirtió en el estilo que mejor se adaptaba a la arquitectura industrial, entre otras razones porque había hecho de la necesidad virtud al reivindicar la belleza del ladrillo visto y sus enormes posibilidades decorativas. En este sentido destacan el Depósito elevado de Chamberí (1912), La fábrica de Cerveza “El Águila” (1914), que actualmente es la Biblioteca Regional Joaquín Leguina, los antiguos talleres de aprendizaje ferroviario que ocupan el centro cultural “La neomudejar”, con su modernísima cubierta en sierra, o el Matadero de Madrid (1925), para el que Luis Bellido construyó numerosos pabellones y un centro de administración –la casa del reloj– en lo que hoy es el conjunto de este estilo arquitectónico más grande que existe.

Matadero Madrid, 1925. Obra de Luis Bellido. Foto Álvaro López del Cerro.

Fábrica de cervezas «El Águila», 1914. Obra de Eugenio Jiménez Corera. Depósito de agua de Santa Engracia, 1911. Obra de Luis Moya Idígoras y Ramón de Aguinaga. Fotos de Álvaro López del Cerro.

La arquitectura neomudéjar fue un ejemplo más de cómo siglo XIX recuperó todos y cada uno de los estilos artísticos del pasado en una búsqueda, a veces esquizoide, de su propia personalidad. Mientras la política estuvo marcada durante cien años por el paso, en ocasiones violento y traumático, del antiguo al nuevo régimen, el arte se preocupó de buscar un lenguaje distinto para el mundo que nacía ahora. Aunque no lo tuvo demasiado fácil y detrás del prefijo “neo” a veces se escondía una profunda falta de creatividad, algunos de los edificios que engloban esta lista son sin embargo muy innovadores desde el punto de vista de la estructura y merecen una atención especial para la que esperamos que haya servido este post.

Seminario Conciliar de Madrid, 1906. Obra de Miguel de Olabarría Zuaxabar y Ricardo García Guereta. Foto de Álvaro López del Cerro.

Pórtico del Cementerio de la Almudena, 1925. Obra de Francisco García Nava. Foto de Álvaro López del Cerro.

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