La colección Helga de Alvear

Categoría: Arte y Cultura 29 mayo 2013

My Madinah: Pupp Tent / Puss Tent (2005). Jason Rhoades.

Una gran muestra de la Colección Helga de Alvear puede visitarse hasta el 3 de noviembre en las salas de CentroCentro Cibeles. Se trata de una ocasión extraordinaria para tomar perspectiva general del arte de los últimos veinte años. Pintura, fotografía, instalaciones y vídeos que son ejemplos sobresalientes de las distintas propuestas que conviven en la actualidad y que han sido seleccionadas para esta ocasión por la comisaria María de Corral.

Helga de Alvear dice no tener ninguna formación específica en artes, pero explica que de pequeña, como vivía muy cerca de la Bolsa de Cambio mundial de minerales y piedras duras, coleccionaba restos desechados en la talla, y que fue así como aprendió a valorar la belleza de la abstracción. Todavía hoy, después de haber estado en el mundo del arte durante más de treinta años, desde que empezó a trabajar con Juana Mordó en su mítica galería, dice que sólo compra una obra cuando se enamora de ella, aunque es fundamental informarse sobre la trayectoria del artista y comprender. “Hasta que no he comprendido a un artista, hasta que no sé lo que quiere decir, no adquiero obra suya”. Helga de Alvear cree, y se nota en cuanto llegas a su casa, que la sensibilidad y el conocimiento están muy por encima del dinero. Esto es lo que nos contó a mis compañeros y a mí cuando fuimos a hacerle una entrevista: “la silla en la que estoy sentada es del danés Hans Wegner, un clásico del diseño nórdico, y aunque algunos consideran que es una pieza muy humilde, por estar hecha de enea y madera, con el tiempo te das cuenta de que lo importante no es la ostentación. Al principio, queremos comprar sillas de cuero, pero con los años volvemos a los materiales de siempre”. Nos cuenta que cuando llegó a España todo el mundo se reía de sus muebles nórdicos, hoy sin embargo estarían en el escaparate de las mejores tiendas de decoración.

Sin título (1999). Ernesto Neto.

Alguien podría imaginar que un coleccionista vive rodeado de las obras que ha atesorado, pero su casa es de una sencillez espartana. La mayor parte de su colección está de gira, visitando museos o expuesta en el Centro de Artes Visuales Fundación Helga de Alvear de Cáceres. Las obras, nos cuenta, tienen que airearse, están para que las vea la gente, para acercar el arte contemporáneo a todo el mundo. Y mientras en las paredes de su salón únicamente hay tres obras, un Gergard Merz, un Pedro Cabrita Reis y un Axel Hute, desde la ventana se avista el abigarrado jardín barroco de los vecinos del bajo. Cuando uno está allí sentado se pregunta ¿cómo es posible que existan dos mundos tan distintos a tan pocos metros?

Helga de Alvear llegó a Madrid a finales de los años cincuenta para aprender español, entonces el mundo del arte tenía un nombre propio: Juana Mordó, gran defensora del trabajo de los artistas del grupo El Paso. Con los años Helga de Alvear se convertiría en su socia y tras su muerte abriría su propia galería en la calle del Doctor Fourquet. Fue a partir de los años noventa, como explica María de Corral, cuando encuentra su propia personalidad. Insiste en que nunca ha defendido a artistas por el mero hecho de que estén de moda en el circuito o con fines puramente especulativos. Ella, dice, tiene que enamorarse de las piezas que vende o adquiere. Ha sido una de las primeras galerías en España que ha expuesto fotografía, videoarte o instalaciones, y su colección está llena de firmas nacionales e internacionales que con los años han entrado en los grandes museos del mundo.

McLeod’s Books, Vancouver (2006). Stan Douglas.

Explica María de Corral que la exposición que se presenta en CentroCentro Cibeles marca un itinerario a lo largo del arte del presente. Comienza ahondando en los artistas que investigan en torno al género del paisaje, continúa por los pintores que recurren al color y la pincelada de la pintura, sigue por las propuestas que reflexionan sobre la intimidad y el cuerpo, después hay un largo apartado dedicado a los conflictos que suscita la globalización y antes de acabar hay una serie de salas dedicadas al discurso autorreferencial del arte. Hay obras de Santiago Sierra y Ai Weiwei, siempre comprometidos políticamente; de Juan Muñoz y Lous Bourgeois, que con tanta precisión indagan en nuestros miedos; o de Jason Rhoades y Ernesto Neto, cuyas instalaciones tienen una segunda lectura.

Casi al final del recorrido llaman mi atención una pintura a la que Ángela de la Cruz ha quitado el bastidor, de tal forma que parece desinflada y se convierte en una metáfora sobre los frágiles límites entre la representación y lo representado del arte de hoy; y una serie de fotografías de Gregor Schneider que convierte un ángulo muerto de la arquitectura en una rincón capaz de expresar la angustia contenida en los entornos cotidianos. Dos obras que ponen de manifiesto una sensibilidad propia de nuestro tiempo, y propia de Helga de Alvear, la coleccionista que compra sencillamente lo que le gusta, y le gusta sencillamente lo que hoy es el canon del arte contemporáneo.

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