Visitar el Paseo del Arte es un sorprendente viaje en el tiempo. Y de viajes va precisamente el siguiente post, pero de viajes a lo largo del espacio, por tierra, por mar y por aire. Las obras que propongo del Museo del Prado, del Museo Thyssen-Bornemisza y del Museo Reina Sofía ilustran los distintos medios de transporte y la revolución que supusieron en su momento.
Comencemos por todo lo grande; comencemos por la historia de un héroe, la mítica historia de Jasón y los Argonautas, narrada en las Metamorfosis de Ovidio. En una tabla de la colección Thyssen-Bornemisza atribuida a Ercole de’Roberti, pintor ferrarés del Quattrocento, vemos una de las últimas escenas de su viaje, cuando ya arrebatado el vellocino de oro, emprende el regreso a casa. Pero lejos de volver en una galera, el clásico barco de remeros que se usaba en la Antigüedad, lo hace en una nave medieval característica de los astilleros de Venecia, la nave tonda, de vela y con gran capacidad. Por cierto, el nombre del barco gobernado por nuestro héroe era Argos. Esta tabla, que hoy lleva por título Los Argonautas abandonan la Cólquida, decoraba un arcón nupcial y responde a los rasgos estilísticos del primer Renacimiento: un dibujo nítido y una elevada línea del horizonte.
Si bien la navegación ha evolucionado muchísimo a lo largo de los siglos, lo cierto es que su origen se remonta a las primeras civilizaciones. Sin embargo volar es algo que sólo podemos llevar a cabo desde hace 200 años. Y mucho antes del avión fue el globo, como celebra uno de los cuadros del Museo del Prado que ahora puede verse en la exposición La Belleza Encerrada. Los tres viajeros aéreos favoritos es una obra de John-Francis Rigaud de finales del siglo XVIII que muestra la ascensión en globo de la primera mujer británica, la actriz Leticia Anne Sage. El acontecimiento tuvo lugar el 29 de junio de 1785 y era la segunda vez que una aeronave sobrevolaba Londres. Pese a que en la pintura vemos, saludando con el sombrero, a Vicenzo Lunardi, secretario del embajador de Nápoles y promotor de la iniciativa, en realidad, debido al peso de la dama, sólo pudieron subirse en la góndola los otros dos viajeros. El tercero, que va anotando los detalles del vuelo, es el Señor Biggin, un joven aristócrata muy interesado en la aeronáutica. Aunque salieron ilesos de la aventura, algo que no estaba asegurado en un globo que todavía no podía dirigirse con precisión, aterrizaron en el campo, donde fueron sorprendidos por un enfurecido granjero. La obra, realizada en óleo sobre una lámina de cobre, es igual al folleto que sirvió para anunciar al público londinense la ascensión, un aplaudido evento popular.
Pero, pese a los aplausos, el transporte que acortaría las distancias no sería el globo sino el ferrocarril. La última obra de este itinerario por el Paseo del Arte es un cuadro del autor uruguayo Rafael Barradas que puede verse en el Museo Reina Sofía. Atocha muestra el entorno de la estación de tren en pleno ajetreo. Realizado en 1919, esta pintura es un ejemplo paradigmático del vibracionismo, con sus planos silueteados y su movimiento. Alguien podría pensar que esta imagen es algo excesiva y que parece más bien la terminal de un aeropuerto, pero lo cierto es que el tren había cambiado profundamente el ritmo de las ciudades, como refleja el lienzo: gente de un lado para otro y vehículos de todo tipo. Al salir del museo, creo que lo ideal sería cruzar a la estación de Atocha, sentarse en el agradable invernadero que ha sustituido a los viejos andenes e imaginar el bullicio de los viajeros de antes.
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