Foto: Javier Naval.

Hubo una época en la que el nombre de Raquel Meller evocaba la quintaesencia de lo español para el público de medio mundo. La gran estrella del cuplé, un “genio” según Sarah Bernhardt, parece haber resucitado en el Teatro Reina Victoria gracias a Por los ojos de Raquel Meller.

Cuando hace siete años vi por primera vez este musical en la pequeña sala del Teatro Tribueñe, tan sólo un piano acompañaba los números que dieron fama mundial a Raquel Meller. Sin embargo, una delicadísima puesta en escena, que hacía de la necesidad virtud, y un amplísimo vestuario, con muchas piezas de coleccionista, lograban que el espectáculo fuera soberbio. Durante siete años se mantuvo de forma intermitente en el Teatro Tribueñe apoyado tanto por los aficionados al género ínfimo – como se suele llamar al cuplé – como por los espectadores ávidos de propuestas diferentes y sinceras. Rara avis en la escena independiente, con el tiempo se convirtió en un musical de culto al que algunos volvíamos una y otra vez. Ahora Por los ojos de Raquel Meller  acaba de dar el salto a la cartelera comercial, con más actores y más músicos, y además llega a un teatro lleno de historia, el Teatro Reina Victoria, un escenario que en los años veinte y treinta acogió varietés similares a los rememorados en este originalísimo biopic.

El musical consigue que “Flor de té”, “El Relicario” o “La Violetera” parezcan escritas para contar la historia de Raquel Meller. La cupletista pasa como una bala por los cabarés del Paralelo de Barcelona, la Semana Trágica, las tardes en el Hotel Ritz de Madrid, los music hall de Nueva York y los estudios de cine de París, atmósferas que Hugo Pérez, autor y director de la obra, recrea con sutileza e imaginación. La aparición de la actriz Sarah Bernhardt o la periodista Colombine, otras mujeres que rompieron tabúes, y las referencias a Machado, Valle-Inclán o Blasco Ibáñez, hacen que Por los ojos de Raquel Meller sea también el retrato musical de la Belle Époque y de la Europa de entreguerras, un mundo de excesos y glamour, donde la copla convivía sin problema con el charlestón. Pero la obra va más allá de la mera exaltación mitomaniaca, tras los aplausos que acompañaron a nuestra estrella por los escenarios de ambas orillas del océano, llegó la guerra, el exilio y el silencio, la épica del olvido que tiñó de melancolía todos y cada una de las apariciones de la cantante. Raquel Meller murió en Barcelona en 1962, había sido condecorada con la Cruz de Alfonso XII, con las Palmas Académicas francesas y la Legión de Honor.

Por los ojos de Raquel Meller no trata de actualizar un mito, sino de demostrarnos que las estrellas de antes y los de hoy son tan parecidas como dos gotas de agua: el cuento de la Cenicienta en clave de cuplé y con aires más licenciosos que volveré a ver una y otra vez mientras se representa en el Teatro Reina Victoria.

Foto: Javier Naval

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