La Gran Odalisca. Ingres, 1814. © Musée du Louvre.

Con motivo de la exposición que el Museo del Prado dedica a Ingres, me he planteado hacer un recorrido por el Paseo del Arte en busca de las deudas y de la influencia del maestro francés. Además de ser uno de los grandes exponentes del clasicismo, el artista fue uno de los pintores favoritos de Pablo Picasso.

Ingres nunca mostró un especial interés por el arte español, heredero de una tradición barroca y muy alejado de los sobrios postulados defendidos por la escuela francesa, triunfo de la línea sobre el color y rigor filológico en la interpretación de los distintos episodios representados. Solo Velázquez, sin duda el más conceptual de todos los pintores del Siglo de Oro, le suscitó cierta admiración, seguramente debido a la insistencia de José de Madrazo, con quién coincidió de joven en el taller de su maestro, Jacques-Luis David. Sin embargo, al cabo de los años, como podemos ver en la exposición del Museo del Prado, la pintura de Ingres se fue haciendo cada vez más fantasiosa y emocional, y fue conectando poco a poco con el arte tardomedieval y manierista, es decir con los límites del clasicismo.

Pero vayamos por orden. Fue durante sus años de formación, cuando Ingres descubrió la pintura de Rafael, el artista que más le influiría a lo largo de su trayectoria. Gracias al Museo Napoleón de París, donde se habían reunido obras procedentes de los saqueos de las tropas francesas por toda Europa, pudo estudiar en profundidad la obra del genio italiano. Allí viajarían algunos cuadros que formaban parte de las colecciones reales españolas y que hoy pueden contemplarse en el Museo del Prado, como La Perla, una Sagrada familia llamada de este modo por su enorme valor, o El pasmo de Sicilia, que en el siglo XIX se consideraba el cuadro más importante de la pinacoteca y ocupaba un lugar privilegiado en la Sala basilical, la mismo que hoy ocupan Las Meninas.

El sueño de Ossian. Ingres 1813. © Montauban, Musée Ingres. El Pasmo de Sicila. Rafael, 1515-1516. © Museo Nacional del Prado.

En la pintura de Ingres está ese mismo dibujo seguro y minucioso tan característico de Rafael y que en el siglo XX reivindicarían artistas como Picasso. Tal vez porque es la disciplina más mental de cuantas integran la pintura, pues es a través del dibujo como se plasman primero las ideas. Para comprender mejor que quiero decir basta acercarse al Museo Thyssen-Bornemisza, donde se conserva uno de los arlequines del pintor malagueño en el que se refleja claramente la influencia de Ingres. No sólo en la línea cerrada, también en la elección de la paleta, marcada por una luz muy fría, y por la volumetría nítida, casi escultórica, de la figura. Más de una vez Picasso diría que el maestro francés era uno de los pintores favoritos y, aunque esta declaración pueda parecernos cuanto menos sorprendente, lo cierto es que si examinamos con atención La gran odalisca de Ingres, expuesta estos días en el Museo del Prado, podemos comprender el porqué de esta fascinación. En realidad, cada parte de la anatomía de esta figura está tomada desde una perspectiva diferente sin atender a las proporciones reales, sino más bien al efecto de conjunto, como cien años más tarde propondría el cubismo. Si la Odalisca se pusiera de pie sería monstruosa, los brazos le colgarían hasta las rodillas y tendría una costilla más.

Esta idea perturbadora, la de tratar el cuerpo como si fuera un bodegón y no una figura humana, es crucial para comprender la radical aportación de la pintura de Ingres, cuyos desnudos femeninos, ubicados en entornos orientales cargados de misterio y sensualidad, se han convertido en imágenes arquetípicas de la representación del deseo. Algo que fascinaría a los surrealistas y que vemos reflejado en algunas obras de Salvador Dalí expuestas en el Museo Reina Sofía. Retrato de espaldas o Figura en una ventana deben mucho al imaginario de Ingres.

El Baño Turco. Ingres,1862. © Musée du Louvre.

Después de visitar la gran exposición del Museo del Prado, decido acercarme a las salas del siglo XIX español, en busca de aquellas influencias más inmediatas. Sin duda es Federico Madrazo, hijo de José de Madrazo, compañero de Ingres en París, el que tiene una mayor conexión con el artista francés. Sus retratos de la burguesía comparten la elegancia del atuendo, la adecuación de los entornos para describir a los modelos y sobre todo el dinamismo de las posturas, que siempre escapan de la rigidez academicista a través de una sabia composición apoyada en líneas diagonales. Sin embargo, mientras la pintura de Federico Madrazo se caracterizará por una pincelada vibrante, muy española, la de Ingres es lisa y parece un esmalte, como la de Rafael.

Ingres alcanzó un enorme éxito en vida y aún hoy es uno de los pintores más influyentes de la historia del arte. La exposición antológica del Museo del Prado es una ocasión excepcional no sólo para disfrutar de un gran autor, cuya obra no está presente en las colecciones españoles (a excepción de un cuadro de la Fundación Casa de Alaba), sino también para hacer una relectura de los propios fondos de nuestros museos desde una nueva perspectiva.

Amalia de Llano y Dotres, condesa de Vilches. Federico Madrazo, 1853. © Museo Nacional del Prado. La condesa de Haussonville. Ingres, 1845. © The Frick Collection.

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