Picasso versus Lautrec

Categoría: En familia 3 marzo 2017

En un reservado (En el Rat Mort), c. 1899. Tolouse Lautrec. La espera (Margot), 1901. Picasso. © Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, Madrid, 2017.

La gran virtud de la exposición que hasta el 21 de enero relaciona en el Museo Thyssen-Bornemisza los primeros años de Picasso con la obra de Lautrec es haber trascendido los tópicos de un arte muy connotado por la leyenda. Con sólo decir sus nombres –Picasso, Lautrec; Lautrec, Picasso– parece llenársenos la boca de absenta y nos vemos inmediatamente transportados al París anterior a la Primera Guerra Mundial, el de las primeras vanguardias y los cabarets Montmartre y Montparnasse, pero lejos de recrearse en este universo lleno de clichés ya manidos, la muestra reflexiona con delicadeza y profundidad en aspectos tanto estilísticos como biográficos de dos creadores marcados por una enorme sensibilidad.

Toulouse Lautrec y Pablo Picasso no llegaron a conocerse nunca en persona. Sin embargo, antes de instalarse en París, el joven español ya estaba familiarizado con el lenguaje del artista francés. Su influencia había sido notable en toda Europa. Era, después de todo, la auténtica encarnación que había soñado años atrás el poeta Charles Baudelaire en su libro El pintor de la vida moderna. Sus carteles para cabarets y teatros marcaron un antes y un después en el diseño gráfico. Introdujeron por primera vez en Occidente recursos propios de la estampa japonesa, como el silueteado de los personajes y la construcción del espacio a base de planos superpuestos, y reflejaban una espontaneidad y viveza que los hacía aparecer siempre apuntes del natural. Picasso, en ese momento, era un recién llegado al mundo del arte, su nombre no sonaba demasiado aún y sus pinceles todavía tenían muchos caminos que explorar.

Por otra parte no podían tener personalidades más diferentes. Picasso era un joven seductor y seguro de sí mismo que había vivido ya la bohemia en Madrid y Barcelona, y Lautrec, que provenía de una familia aristocrática, era sin embargo un hombre frágil que padecía fuertes dolores debido a una grave enfermedad relacionada con el desarrollo de los huesos. Los dos frecuentaron los bajos fondos de París y establecieron fuertes amistades con los habitantes de la noche. La bailarina Jane Avril y Valentín el Descoyuntado aparecen en muchas de las obras del Lautrec y años más tarde Picasso retrata a los personajes del circo y a su amigo Casagemas, que se quitó la vida por desamor.

La pelirroja con blusa blanca, 1889. Toulouse-Lautrec. Mujer con flequillo, 1902. Picasso. © Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, Madrid, 2017.

Precisamente esta nueva forma de expresar del desamor y la melancolía es lo que conecta las obras de Lautrec y Picasso en lo más profundo. Aparte de las innumerables coincidencias técnicas y formales, hay una tristeza que impregna incluso las escenas de mayor desenfreno –el cancán o los acróbatas– que sigue pareciéndonos muy contemporánea todavía hoy. El profesor Calvo Serraller, comisario de esta exposición, ha sabido construir un hilo narrativo que no sólo encuentra numerosas similitudes entre las dos obras, sino que también ahonda en las vidas de dos artistas que una y otra vez volvieron a indagar en sus fantasías, sueños y terrores en busca de preguntas universales.

Después de visitar esta exposición queda claro que Picasso no sería Picasso sin Lautrec. Ni la etapa azul ni la etapa rosa se comprenderían si antes el pintor español no hubiera versionado una y mil veces la obra del francés. Hasta el final de su vida, como se explica en la muestra, Picasso conservó en su estudio una fotografía de Lautrec, ya que nunca negó esta enorme influencia sin la que probablemente jamás hubiera desarrollado el cubismo. Así que Picasso/Lautrec, que puede verse hasta principios de enero en el Museo Thyssen-Bornemisza es sobre todo una reivindicación del segundo.

El inglés en el Moulin Rouge, 1892. Toulouse-Lautrec. Gustave Coquiot, 1901. Picasso. © Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, Madrid, 2017.

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