Zuloaga, artista en París

Categoría: Arte y Cultura 27 septiembre 2017

Retrato de Maurice Barrès, 1913. © Ignacio Zuloaga, VEGAP, Madrid, 2017

La Fundación Mapfre reivindica al Zuloaga más sofisticado y cosmopolita con una exposición dedicada a sus años en el París de la Belle Époque. Junto a los cuadros del pintor se presentan obras de sus coetáneos, Picasso, Toulouse-Lautrec, Rodin o Gauguin, y obras de la propia colección del artista, entre las que se encontraban varias de Goya, El Greco y Zurbarán.

Decía el escritor Miguel de Unamuno, figura destacada de la conocida como Generación del 98, que le dolía España, una España que acababa de perder sus últimas colonias en América y que atravesaba una profunda crisis de identidad. Le debía doler como a quien el corazón se le encoje cuando tiembla la tierra, como también le dolía a Baroja, Azorín, Valle-Inclán o Machado. Pero el caso del pintor Ignacio Zuloaga, al que habitualmente se incluye en este movimiento finisecular, es distinto, según nos cuentan Leyre Bozal Chamorro y Pablo Jiménez Burillo, comisarios de la exposición que ahora puede verse en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre. El artista hizo buena parte de su carrera en París, al margen del debate intelectual en torno al sempiterno “Problema de España”, aunque su éxito se debió en gran parte a pintar una y otra vez toreros, majas y tipos populares, sin salirse un ápice de los clichés románticos construidos por Prosper Mérimée o Théophile Gautier. Como ya había hecho Manet décadas atrás, alcanzó una enorme reconocimiento, gracias a una suerte de “versiones personales” de las pinturas de Goya y Velázquez que había descubierto de joven en el Museo del Prado.

Víspera de la corrida, 1898. © Ignacio Zuloaga, VEGAP, Madrid, 2017

Pero esta España, la España negra con la que tanto fantasearon los viajeros románticos, no gustaba demasiado fronteras para adentro. Prueba de ello es lo que pasó con Víspera de la corrida, un cuadro de Zuloaga que obtuvo la Primera Medalla de la Exposición de Bellas Artes de Barcelona de 1989 pero que luego no fue aprobada por el jurado español para representarnos en la Exposición Universal de París de 1900. A su juicio reflejaba una imagen atrasada y estereotipada del país. Sin embargo esta imagen hacía las delicias de los críticos extranjeros, fascinados por las mantillas, los trajes de luces y los picadores, y el cuadro lo compró el Estado belga para los Museos Reales de Bruselas, donde habitualmente se exhibe. Desde entonces Ignacio Zuloaga se convirtió en un artista mucho más apreciado fuera que dentro de España, -como suele decirse que le sucede hoy al «manchego universal», Pedro Almodóvar, en cuyas películas también se muestra una imagen muy estilizada del terruño-.

Émile Bernard. Paysage avec deux petites bretonnes et vache, 1892. © Émile Bernard, VEGAP, Madrid, 2017.  La Célestine (La femme à la taie),1904. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2017

Podría no interesarle la discusión intelectual en torno al “Problema de España”, que al fin y al cabo responde al mismo espíritu regeneracionista que recorrió buena parte de la Europa de su tiempo, pero al ver sus cuadros resulta inevitable pensar en los también muy cosmopolitas autores de la Generación del 98. No obstante el acierto y la valentía de esta exposición respecto a muchas otras que se han hecho sobre Ignacio Zuloaga es presentárnoslo junto a los artistas activos en el París que él conoció, en lugar de insistir una vez más en el mito de la España negra, tan gastado ya que sirve para explicar bien poco. Si Gauguin redescubrió la Polinesia francesa y los Nabis La Bretaña, Zuloaga reparó en una Castilla fiel a sí misma. Si Picasso y Tolouse Lautrec se inspiraron en los bajos fondos, Zuloaga formó su imaginario en las salas del museo. Y si Rodin se interesó en la materialidad táctil de la escultura, Zuloaga trabajó con pinceladas largas y densas, que parece heredar de los maestros de la escuela española, maestros a los que por cierto coleccionó. Él fue uno de los primeros en reivindicar a El Greco, presente en la muestra a través de dos cuadros, y mostró en su estudio obras de Goya y Zurbarán, que ahora pueden verse también en esta exposición de la Sala Recoletos.

Retrato del artista con capa y sombrero, 1908. © Ignacio Zuloaga, VEGAP, Madrid, 2017
El enano Gregorio el botero, 1907. © Ignacio Zuloaga, VEGAP, Madrid, 2017

Más allá de estas disquisiciones, mi obligación es recomendar a los lectores de Bloggin’Madrid la visita a esta muestra en la que podrán ver algunos de los mejores cuadros del artista, como El enano Gregorio el botero, conservado en el Museo del Hermitage de San Petersburgo, Las mujeres de Sepúlveda del Ayuntamiento de Irún, o el preciosísimo retrato de la Condesa Mathieu de Noailles, icono del París de fin de siglo que fue adquirido para el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Decía Ortega y Gasset que Zuloaga era capaz de convertir el retrato en símbolo, algo que sólo hacen los grandes artistas, como Picasso, de quien se presenta en la exposición La celestina (la tuerta), una impresionante pintura de la etapa azul.

No fue Zuloaga un pintor de la vida moderna, como sí lo fueron Ramón Casas o Darío Regoyos, pero fue un pintor de enorme talento, con un estilo inconfundible y seductor. Tal vez por esto, por estar en la retaguardia, hoy nos parezca mucho más interesante que hace unas décadas y ocupe un lugar propio en el canon del arte europeo. La exposición podrá verse hasta el 7 de enero en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre.

Retrato de la condesa Mathieu de Noailles, 1913. © Ignacio Zuloaga, VEGAP, Madrid, 2017

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