Billy Elliot

Categoría: Diversión 25 octubre 2017

“Tienes que tener un sueño para poder levantarte por la mañana”. La frase pronunciada en sus tiempos por otro Billy, el gran Wilder, nos viene muy bien para iniciar esta crónica sobre uno de los espectáculos más cinematográficos de cuantos se representan actualmente en Madrid, y eso que hay para elegir. Han pasado ya 17 años desde que el director británico Stephen Daldry nos hiciera llorar, reír, sufrir y bailar, claro que sí, con la historia de un niño de 11 años que allá por los años 80, en algún lugar del norte de Inglaterra amenazado por una devastadora huelga minera, prefería las zapatillas de ballet a los guantes de boxeo. Todo ese universo, tan real, sencillo y cercano, lo podemos revivir ahora en el Nuevo Teatro Alcalá. Se alza el telón y ahí está: es Billy Elliot.

 

Recuerdo con verdadero entusiasmo la serie Fama que veía en la tele, religiosamente cada domingo, cuando era pequeña. Al comenzar cada capítulo, la profesora de danza pronunciaba unas palabras: “Buscáis la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar, con sudor… Quiero veros sudar”. Vamos, que de zona de confort, como dicen ahora, nada de nada. Este mismo mandato bien podría salir de los labios de la señorita Wilkinson -maravillosa, como siempre, Natalia Millán-, descubridora y mentora de ese jovencito que parece que flota entre las pancartas contra Margaret Thatcher que enarbolan los vecinos del pueblo en el que vive.

El trasfondo político y social de la época en que se desarrolla la acción está perfectamente integrado en el argumento, muy duro por momentos. Pero no contemos más de la cuenta, no sea que aún quede alguien que no haya visto la película en la que se basa este musical. Aunque creo, personalmente, que esta palabra se queda corta para definir este Billy Elliot que dirige con acierto David Serrano. Es puro teatro. Teatro del bueno, en el que las interpretaciones tienen idéntica importancia que la letra de las canciones y la música, que lleva la firma del mismísimo Elton John.

Carlos Hipólito, el padre, vuelve a recordarnos, esta vez con la voz ronca para dar más credibilidad a su personaje, que se atreve con todo, y que todo lo hace bien. Desde que se lanzó a cantar en Follies, otro espectáculo de teatro musical de altura, no ha parado de hacerlo. Nos alegramos de ello. También de volver a ver sobre las tablas a ese todoterreno que es Adrián Lastra, que se mete en la piel de Tony, el hermano peleón, y a Mamen García, que, como abuela, arranca sonrisas y aplausos por igual. Completan el reparto adulto el imprescindible Juan Carlos Martín, como el profesor de boxeo, y Alberto Velasco, como el señor Braithwaite, que en la función que yo vi fue sustituido con gracia por Aránzanzu Zárate en un personaje similar, pero femenino, claro.

El espectáculo que podemos ver ahora, y durante mucho tiempo, en Madrid –atención: no va a salir de gira- es redondo. O mejor dicho, eléctrico, por utilizar una palabra muy de Billy Elliot. Los decorados, la ambientación, el elenco… toda brilla. Aunque, sin duda, quienes de verdad brillan son los verdaderos protagonistas: los más jóvenes del reparto. Todos ellos, los Billy, los Michael y las niñas -seis en total por cada uno de los personajes-, han asistido durante meses a una escuela especialmente creada para ellos, dirigida por Carmen Roche y su hijo, Víctor Ullate Roche. Así que al valor artístico de esta soberbia puesta en escena hay que sumar también el valor pedagógico.

De entre los niños que se turnan para interpretar a Billy Elliot a mí me tocó Óscar Pérez, perfecto en su rol y muy muy elegante en sus movimientos. Sobre él recae todo el peso de la obra… aunque encuentra un partenaire de lujo en su inseparable amigo, Michael, interpretado, la noche que yo asistí, por el fabuloso Beltrán Remiro. Apunten bien su nombre: el chaval tiene madera. En sus dos momentazos logró poner al público en pie. Su número vestido con la ropa de su hermana es de lo mejorcito del espectáculo. Un espectáculo que no hay que perderse por nada del mundo. Billy Elliot es un canto a la diferencia, con moraleja final: todo aquello que deseas lo puedes conseguir con esfuerzo y dedicación. No dejen de visitar el Nuevo Teatro Alcalá. Al final acabarán gritando bien fuerte ese eslogan que en sus tiempos sirvió de reclamo de la película: ¡yo quiero bailar!

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