La Biblioteca Nacional de España muestra una parte extraordinaria de su colección de mapas en una exposición que permanecerá abierta hasta el 28 de enero y que tiene el sugerente título de Cartografías de lo desconocido. Comisariada por los historiadores Sandra Sáenz-López Pérez y Juan Pimentel, se trata de una invitación a viajar en busca de paraísos reales, tierras misteriosas, países imaginarios y también lugares que se esconden a la vuelta de la esquina y que, sin embargo, no dejan de sorprendernos, porque a veces también resulta que lo más cercano es lo más desconocido.
De todo lo que puede desvelarnos esta exposición, que es mucho –de las profundidades del mar al misterio de las estrellas–, tal vez lo más valioso es el uso mismo que a lo largo de la historia han tenido los mapas. Mapas que, además de servir para orientarnos, sirven para hacernos soñar: el príncipe que contempla en las paredes de su palacio todos los territorios que domina y el niño que con el dedo explora el atlas de geografía del colegio con enorme curiosidad. Además de instrumentos científicos, usados para navegar, administrar territorios o establecer rutas comerciales, los mapas sirven para ilustrarnos cómo es el mundo que desconocemos. Al fin y al cabo se trata de pequeños resúmenes de la realidad, de ejercicios de síntesis y también, aunque a veces esto no nos lo hayan contado, de muestras sobresalientes de la creatividad.
Aunque los comisarios argumentan que la cartografía ha sido siempre una actividad colectiva, los nombres de Tomás López y Brian J. Harley destacan junto a los de Joseph Conrad y Oscar Wilde, que dijo en El alma del hombre bajo el socialismo que “un mapa del mundo que no incluya Utopía no es digno de ser mirado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad siempre está desembarcando”. Bien sean geógrafos, cartógrafos o escritores, no cabe duda de que los científicos y los poetas nos guían hacia un mismo lugar, ubicado siempre al límite de nuestro propio mapa mental.
Probablemente pasen muchos años hasta que podamos volver a ver reunidas y expuestas un conjunto de obras similares a las de Cartografía de lo desconocido. Entre las piezas hay algunas tan conocidas como el Beato de Liébana, códice de Fernando I y Doña Sancha –abierto en esta ocasión por la página de El Paraíso–, los valiosos mapamundis de Ptolomeo que, después de un sonado y escandaloso robo durante la dirección de Rosa Regás, finalmente volvieron a la Biblioteca Nacional, el manuscrito en el que Bartolomé de las Casas cuenta El viaje de Cristóbal Colón, o el mapa de España hecho por los jesuitas Carlos Martínez y Claudio de la Vega entre 1739 y 1743, seguramente una de las más files aproximaciones a la realidad hasta la fecha. Cartografías de lo desconocido puede verse hasta el 28 de enero en la Biblioteca Nacional de España.