Durante las fiestas de Navidad, hasta el 8 de enero, el Teatro Real ofrece 19 funciones de La Bohème, que se suman a las 60 representaciones de esta obra que han tenido ya lugar en el coliseo madrileño desde su reapertura en 1997, efeméride de la que ahora se cumplen 20 años. El conocidísimo título de Puccini sirve además para dar comienzo a la celebración en 2018 del 200 aniversario de la fundación del principal teatro lírico de la ciudad.
Al igual que no nos cansamos de contemplar una y otra vez las mismas pinturas de un museo, una buena ópera puede volver a verse y a escucharse cada año. Y una demanda habitual de los abonados al Teatro Real es que además de novedades también haya clásicos en la programación, clásicos que por supuesto muchos de ellos se saben de memoria. La Bohème no sólo es conocida por su bellísima música, en la que se conjugan sin problema frases cortas de conversación con un poderoso aliento dramático, sino también por retratar sobre las tablas del escenario el París inmortal de los artistas de finales siglo XIX, es decir el París bohemio por antonomasia
El libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, que volverían a trabajar con Puccini en Tosca y Madama Butterflay, se inspira en Escenas de la vida bohemia de Henry Burger. Nos cuenta las andanzas de cuatro jóvenes artistas, un músico, un dramaturgo, un pintor y un poeta que comparten bohardilla en París. Juntos descubren la alegría de vivir, la amistad, la belleza y el amor, y también el frío de las noches de invierno y, por desgracia, la enfermedad. Pese a la inocencia de ciertos clichés, este drama escrito para aquella burguesía que soñaba con una juventud libre, es decir bohemia, es capaz de evocar en el público de hoy la emoción de los veinte años, cuando la mayoría aún cree que puede comerse el mundo.
La producción que presenta el Teatro Real, en colaboración con la Royal Opera House de Londres, donde fue estrenada con gran éxito en septiembre, y la Lyric Opera de Chicago, es además impecable. No sólo por la altura de los intérpretes, la dirección musical de Paolo Carignani y la dirección de escena de Richard Jones, sino también por la espectacular escenografía de Stewart Laing, que al mostrar las bambalinas hasta el fondo subraya la honestidad de una historia que sigue hablándonos hoy del dolor de hacerse adulto.
Por último me voy a permitir darles un consejo: después de ver La Bohème hay que visitar la exposición Picasso/Lautrec del Museo Thyssen-Bornemisza de la que ya he hablado en este mismo blog. No dejen pasar la oportunidad. Es muy interesante comprobar lo lejos y lo cerca que están las dos visiones de este París finisecular, en el que el esplendor de la juventud y la belleza se encuentra inesperadamente con la muerte. Una bohemia rutilante y sentimental nos aguarda hasta principios de enero.