Hasta el 12 de enero puede verse en la Biblioteca Nacional una exposición monográfica dedicada a Valentín Carderera, dibujante, viajero y coleccionista de mediados del siglo XIX, conocido tanto por ser el primer biógrafo de Goya como por convertirse en un defensor avant la lettre del patrimonio histórico y artístico. Figura paradigmática del romanticismo europeo, gracias a sus estancias en Roma, París y Londres entabló amistad con Richard Ford, Owen Jones, Prosper Mérimée o Eugène Viollet-le-Duc, al mismo tiempo que vivió muy de cerca el ambiente del Madrid isabelino.
Visitar esta exposición es como abrir las páginas de un libro de aventuras en el que las Guerras Carlistas, el exilio en París de la reina regente, el ascenso al trono de Isabel II o los entonces larguísimos viajes a lomo de caballería, en coches de línea o en ferrocarril conforman una trepidante sucesión de capítulos. Valentín Carderera recorrió en profundidad Aragón –de donde era oriundo–, Castilla, Andalucía, Cataluña y Valencia y dejó constancia, a través de dibujos, acuarelas y diarios personales, de un patrimonio amenazado por Desamortización de Mendizábal, que había expropiado los bienes a la Iglesia, y por la modernización urbana. Su convicción de que tirar abajo monasterios, iglesias y palacios era convertir “el oro en polvo” sonaba a premonición a la vez que ofrecía cierta mirada fantasmagórica sobre monumentos que finalmente hoy ya no se conservan o han sobrevivido a la piqueta por el esfuerzo de hombres como Valentín Carderera. En esta colección de dibujos destacan entre otros los que representan el antiguo Salón de Reinos del Buen Retiro, que dentro de poco formará parte del Museo del Prado, o la desaparecida casa Lastanosa en Huesca, propiedad de quien fuera protector de Baltasar Gracián.
Subrayar el nombre del escritor Baltasar Gracián no es gratuito, porque junto a Cristóbal Colón, Santa Teresa de Jesús, o Sofonisba Anguissola –a quien el Museo del Prado dedica una exposición este otoño–, es uno de los hombres y mujeres (también mujeres) que según Valentín Carderera formaban el panteón de eminencias y genios que toda nación necesita para reivindicarse. A través de su Iconografía española, su proyecto editorial más costoso y que le llevó a la ruina, el erudito trenza los mimbres de lo que será el imaginario de la patria para las generaciones venideras.
En sus viajes y en sus visitas a anticuarios y traperos del rastro fue creando la colección de dibujos y grabados más destacada de su tiempo, que años más tarde vendió en su mayor parte a la misma Biblioteca Nacional que hoy acoge la muestra. Entre los tesoros de esta última etapa del viaje, sobresale con luz propia el Códice Daza, uno de los pocos cuadernos de trabajo conservados de Lope de Vega. Solo por ver las páginas de este manuscrito, una suerte radiografía del cerebro del Fénix de los ingenios llena de tachaduras y borrones, merecería la pena acercarse a la exposición, pero es que además están los dibujos atribuidos a Pacheco, Velázquez y Goya, y un grabado de Rembrandt que según se ha dicho pudo pertenecer a este último, gran admirador del maestro holandés.
José María Lanzarote, comisario de la exposición, ha tenido el acierto de mostrar junto a los dibujos, libros, pinturas y estampas, objetos personales de toda índole –la cajita de rapé que le regaló su amor platónico, la Princesa Doria Pamphili, o el mapa de España y Portugal con el que recorrió el país entre otros– que ayudan a reconstruir la personalidad de este viajero romántico al que su amigo Federico Madrazo representó con pelo alborotado a la manera de Lord Byron, Théophile Gautier o François-René Chateaubriand en un retrato que abre la muestra y que fue pintado y repintado a lo largo de los años, entre 1833 y en 1879. ¡Imprescindible!