El Golem. Foto de Luz Soria.

Alfredo Sanzol, director del Centro Dramático Nacional, pone en escena el texto que Juan Mayorga reescribió durante el confinamiento de 2020, El Golem. Tal vez se trate de una de las obras más herméticas del autor, en la que sin embargo vuelve a tratar los mismos temas que le han preocupado en otros de sus títulos, como La lengua en pedazos (actualmente en cartel en Teatro del Barrio) o El chico de la última fila.

Sube el telón. Una joven angustiada (Vicky Luengo), espera a que le confirmen si su marido (Elías González) podrá seguir adelante con el tratamiento en un hospital psiquiátrico. El sistema sanitario del país ha colapsado y son muchos los enfermos que obligados vuelvan a sus casas antes de lo previsto. Afuera, en la calle, la incertidumbre provoca malestar. Se oyen voces, sirenas, el murmullo de las multitudes que tal vez esperen a un líder que canalice su frustración. Un misterioso miembro del equipo clínico -una traductora para interpretar nuestro cerebro- (Elena González), le propone un extraño acuerdo: su esposo podrá continuar ingresado a cambio de que ella se preste a participar en un experimento científico pionero. Sólo tendrá que memorizar una serie de palabras, en una lengua desconocida, de alguien cuya identidad no puede revelarle.

El Golem. Foto de Luz Soria.

El título hace alusión a una leyenda que todos hemos oído alguna vez y con la que la historia de Juan Mayorga guarda cierto paralelismo. Según cuenta la traductora en una de las escenas más inquietantes, un rabino de Praga dotó de aliento al gigante de arcilla que él mismo había moldeado, con el fin de proteger a los judíos de la agresión externa. Sólo le hizo falta insuflarle unas cuentas palabras mágicas, para que el Golem -materia en hebrero- empezara a moverse y obedeciera a sus órdenes. Cuando regresó la calma, el rabino encerró al gigante en una torre, donde éste repetiría incesantemente el mismo encantamiento para no perder el hálito de vida, y permanecería a disposición de los judíos, en el caso de que estos se enfrentaran a otra adversidad.

El Golem. Foto de Luz Soria.

A partir de esta leyenda, probablemente una de las primeras sobre un autómata, numerosos autores han escrito narraciones y poemas que hablan de la posibilidad de crear vida artificial y del poder del lenguaje -el poder de lo que decimos y aprendemos a decir-. Ahí están la novela de Gustave Meyrinck o el poema de Jorge Luis Borges, «sediento de saber lo que Dios sabe, / Judá León se dio a permutaciones / de letras y a complejas variaciones / y al fin pronunció el Nombre que es la Clave». Pero Mayorga, se resiste a contarnos una historia de ciencia ficción y saltar dando dos volteretas de la cábala a la computación, de la ingeniería genética al transhumanismo -la hipótesis de que algún día, abandonemos nuestros cuerpos y traslademos nuestras consciencias a un complejo sistema digital integrado en un ordenador-, y en su lugar escribe un texto metaliterario sobre la capacidad de las palabras para transformar la realidad. Con las palabras se declara la guerra y se firma la paz, se incita al odio y también al amor, sugiere la traductora. Tal vez este Golem podríamos ser cualquiera de nosotros y el rabino un psiquiatra que fuera cambiando una a una las voces del diccionario que guardan nuestras cabezas, hasta convertirnos en otras personas, con otras conciencias y compromisos. Y como sucede en todas las distopías literarias -algo de Farenheit 451 y los hombres libro hay en esta versión de Mayorga- al final se trata de un ensayo sobre la política y quizá la necesidad de la revolución.

El Golem. Foto de Luz Soria.

La puesta en escena, a partir de unos paneles móviles que van transformando un escenario sobrio y oscuro, está acompañada por la música de Fernando Velázquez, que ayuda a subrayar y a comprender las partes más complejas del texto. Podrá resultarnos más o menos inteligible, pero sin duda coinciden en El Golem dos de las grandes figuras del teatro español. Juan Mayorga, miembro de la Real Academia y desde hace poco director de La Abadía, estrenó hace más de dos meses y con enorme éxito Silencio. Y Alfredo Sanzol triunfó el año pasado en los premios Max con su divertidísima El bar que se tragó a todos los españoles. La obra, de la que uno es dramaturgo y el otro director, puede verse hasta el 17 de abril en el Teatro María Guerrero.

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