Buena parte de la historia de Madrid se ha escrito sobre las mesas de mármol de todos esos cafés que, desde principios del siglo XIX, animaban la vida cultural de la ciudad con sus tertulias. Otros muchos seguirían su estela después. Es hora de visitarlos.
“Yo me voy a los cafeses y me siento en los sofases y me alumbran los quinqueses con las luces de sus gases”. Quien así habla es Ramón Gómez de la Serna, escritor y periodista de la vanguardia española, fundador de la tertulia que en sus tiempos se realizaba en el Café del Pombo, uno de los muchos locales que tan de moda se pusieron en Madrid desde principios del siglo XIX. Eran herederos de las antiguas botillerías, pequeños establecimientos que vendían refrescos y helados y que, a pesar de ser lugares de paso, se convirtieron en centros de reunión y conversaciones breves. Por la necesidad de hablar más cómodamente empezaron a proliferar los cafés en nuestra ciudad, ya con mesas y sillas y decorados, casi siempre, al estilo de los salones de un palacio, con luces de gas como gran novedad. El del Pombo estaba muy cerca de la Puerta del Sol. Pero hubo muchos otros, como el Café de Levante, el del Príncipe, el Suizo o el de Fornos, que mezclaron con pasión cafés y literatura. Hoy sobreviven unos pocos, pero hay algunos más que rememoran su espíritu. ¡Hacia ellos vamos!
Su fachada de mármol marrón, con acabados de madera y tres grandes ventanales, es uno de los grandes iconos de nuestra ciudad, el mejor recuerdo de una época en la que lugares como este eran centro de reunión de escritores e intelectuales que con su voz querían cambiar el mundo. El Café Gijón abrió sus puertas el 15 de mayo de 1888 gracias a la tenacidad de don Gumersindo García que, llevado por la nostalgia, bautizó a su nuevo negocio con el nombre de la ciudad que lo vio nacer.
Hoy el histórico local conserva las mesas de mármol negro y algunos elementos decorativos, como el suelo de baldosas de color granate y marfil, de sus tiempos de tertulias. Después de asistir al teatro, los clientes hablaban aquí de política, de toros o de cualquier tema de actualidad. Benito Pérez Galdós, Santiago Ramón y Cajal o Ramón María del Valle-Inclán, al que le encantaba su terraza, fueron habituales en él. También Federico García Lorca, Salvador Dalí y Luis Buñuel, y mujeres transgresoras como Maruja Mallo, María Blanchar o Celia Gámez.
Al Gijón se llegaba siempre en busca de inspiración. Gerardo Diego, Camilo José Cela y Francisco Umbral fuero otros de los asiduos. También el actor, director y escritor Fernando Fernán Gómez, creador de un premio de novela con el nombre del café. El local del que hoy podemos seguir disfrutando, con el mismo ambiente de entonces, ha sufrido varias reformas, como la llevada a cabo en 1949 por el arquitecto Carlos Arniches Moló, hijo del sainetero Carlos Arniches, que propició el cambio de las lámparas de gas por la iluminación eléctrica y la incorporación de madera de roble en sus paredes. Quería darle un toque de modernidad, más en consonancia con las cafeterías que comenzaban a proliferar. Ninguna consiguió quitar su sitio al Gijón.
Por su puerta giratoria pasaba con frecuencia Antonio Machado, que tuvo su propio rincón reservado en el Café Comercial, inaugurado el 21 de marzo de 1887. El poeta era cliente fijo, como lo han sido también Edgar Neville, Enrique Jardiel Poncela, Blas de Otero, Gabriel Celaya o Gloria Fuertes. Tan famosas como sus tertulias fue su club de ajedrez, nacido a la sombra de la mesa de billar que colocó en la primera planta uno de sus propietarios, Arturo Contreras Sepúlveda, que lo adquirió en 1909.
El primero de sus dueños fue Antonio Gómez Fernández, que le puso el nombre y mandó decorar con artesonados el techo. Era ya, en sus primeros compases, un lugar elegante, perfecto para acoger conciertos de bandurria y piano, violín y cello. La música forma parte hoy también de la programación del Café Comercial, que vive una segunda juventud, tras su cierre en 2015 y posterior reapertura dos años después. Cuenta con una animada terraza junto al quiosco de prensa, que acompaña a los clientes desde el año 1894. Algunos elementos decorativos se mantienen tal cual, pero otros nuevos han llegado para quedarse. Entre ellas, frases inspiradoras: “para ser hay que estar”.
Este conocido café, a solo unos pasos del Gijón, no es tan antiguo como pudiera parecer. Fue inaugurado en 1978 al estilo de los cafés parisinos de principios del siglo XIX, quizás para compensar que Madrid nunca haya tenido un auténtico bar Art Nuveau. Su precioso pabellón, con sus espectaculares vidrieras y lámparas, es un lugar agradable y elegante, como lo es también su terraza-jardín, ideal para desayunar o merendar con vistas a la Biblioteca Nacional.
Mucho antes de que estuviera de moda lo retro y la decoración vintage surgieron, principalmente en el barrio de Malasaña, allá por los años 70, cafés que intentaban recuperar el estilo de aquellos del siglo XX que, con sus tertulias, activaron la vida social de Madrid. Quisieron ser centros para la cultura, donde charlar y compartir conversaciones junto a una taza de café. La madera es elemento común casi en todos ellos, como ocurre en este café junto a la plaza del Dos de Mayo fundado por un grupo de amigos. Hoy, con otros propietarios, conserva su estética original, como los espejos y las mesitas redondas. Entre sus especialidades, el Ruso Blanco, un cóctel hecho con licor de café.
Desde 1979, en el corazón de Malasaña. Así se presenta este café, uno de los más activos en el despertar cultural de la ciudad en aquella época. Pedro Almodóvar, Javier Krahe, Carmen Martín Gaite, Manuel Piña, Chicho Sánchez Ferlosio… fueron solo algunos de quienes alguna vez, o muchas, se dejaron caer por allí en plena Movida. Las charlas acababan a las tantas, seguramente como aquellas que tuvieron en otros tiempos los cafés los que, con su decoración, se quiso emular. Fundado por Juan Mantrana Goyanes, La Manuela, como todo el mundo lo conoce, fue un agitador de la vida social, donde siempre había un concierto, un recital de poesía o una exposición. Con Jesús Guerrero al frente mantiene aún toda su esencia. Su fachada roja es inconfundible.
“El Café Ajenjo se encuentra ambientado en aquellos tiempos en los que nuestros niños jugaban en la calle con el aro y no teníamos ni teléfono ni televisión en casa”. Así hablan los responsables de este local del barrio de Malasaña que es una verdadera máquina para viajar en el tiempo. En concreto, al siglo XIX por mucho que fuera inaugurado en 1978. Mesas bajas de mármol, madera en barra y paredes, una caja registradora como las de antes, fotos antiguas… y una luz tenue que proporciona grandes dosis de tranquilidad.
El Café Belén fue inaugurado en 1983 y, desde entonces, es uno de los rincones más queridos por los vecinos del barrio de Chueca. Cerró sus puertas en 2014, pero unos amigos lo rescataron para abrir de nuevo con una ligera reforma -el suelo sigue siendo hidráulico pero las paredes ahora son azules- en abril de 2015 para seguir ofreciendo sus famosos cócteles, sus tés orgánicos y sus excelentes cafés. Un ambiente cálido inunda el local, que acoge exposiciones.