Vestido, 1923-1926. Gabrielle Chanel. Patrimoine de CHANEL, París
© CHANEL.  Picasso, González. Cabeza de mujer, 1929-1930. Pablo Picasso.  © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid 2022. Hombre cactus, 1939. Julio González. (Julio González Administration).

Como a la mayoría de los genios, a Picasso se le suele retratar como a un hombre ególatra y temperamental, movido a imponer sus ideas y a brillar en solitario. Sin embargo dos de las primeras exposiciones que vienen a conmemorar el cincuenta aniversario de su fallecimiento, trazan una semblanza totalmente distinta: la del artista que aprendía de otros y que también se sumaba a empresas colectivas. Mientras la Fundación Mapfre aborda su relación con el escultor Julio González, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza analiza las similitudes de su obra con el trabajo de la modista Coco Chanel, con quién además coincidió en varias producciones de danza y teatro.

Pablo Picasso y Julio González se conocieron en Barcelona en torno a 1900, cuando ambos eran dos jóvenes espectadores de los profundos cambios sociales de la Ciudad Condal. Fueron los años de mayor expansión de la industria textil catalana, cuando los inmigrantes del resto de España llegaban mes a mes en aluvión en busca de trabajo y, a veces, lo que encontraban era solo miseria. Al mismo tiempo que el modernismo abandonaba los castillos en el aire y las catedrales de arena de la generación anterior, el anarquismo iba tomando cada vez más fuerza. Picasso reflejó las desigualdades en los cuadros y dibujos de la conocida “etapa azul”, antes de inventarse el cubismo junto a Braque en París. Y Julio González, que entonces trabajaba en el taller de orfebrería de su padre, demostró una enorme habilidad para domeñar los metales, aunque sería más tarde cuando descubriese en la fábrica de Renault la soldadura autógena del hierro, que inauguró un nuevo capítulo en la historia de la escultura.

Mujer peinándose, 1931. Julio González. (González Administration). Mujer en el jardín, 1930. Pablo Picasso. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid 2022.

Aunque los dos amigos perdieron el contacto durante algún tiempo, Picasso acudió a González para que le ayudara a realizar el monumento a Guillaume Apollinaire. Este encargo fue un lugar de encuentro en el que volvieron a sentirse cómodos. Se retroalimentaron de tal manera que los frutos de esta experiencia van mucho más allá de una o dos obras. En la exposición de la Fundación Mapfre se reúnen distintos bocetos y propuestas en los que vemos las influencias del cubismo, ya superado por Picasso, y del surrealismo, con el que ambos coquetearon sin llegar a involucrarse nunca. Prueba de esta magnifica relación es también Mujer en el jardín de 1929, una de las esculturas más conocidas del siglo XX que puede verse estos días en Madrid. Luego, el camino que recorrieron ambos artistas fue totalmente distinto. Julio González ahondó en el dibujo espacial, con obras cada vez más sintéticas y esquemáticas. Son absolutamente maravillosas sus máscaras: prodigiosos ejemplos de una expresividad sin alharacas que sobrecogen a los visitantes con la fuerza que sólo tienen las obras maestras. Pablo Picasso sin embargo evolucionó hacia las esculturas contundentes de bulto redondo, influido tanto por el imaginario íbero-mediterráneo que tanto le había fascinado, como por las pequeñas figuras prehistóricas de ídolos femeninos: grandes pechos, caderas, narices, brazos…

La década de los 30 llegó con la furia de los totalitarismos. Primero la Guerra Civil Española y luego la Segunda Guerra Mundial marcaron la obra de estos creadores, que vieron desaparecer ante sus ojos el espejismo de la modernidad. Ambos participaron en el Pabellón de la República de la Exposición Universal de París del año 1937. Picasso lo hizo con Guernica, el gran mural que denuncia el bombardeo de la localidad vizcaína y que hoy puede contemplarse en las salas del Museo Reina Sofía; González con la escultura de Montserrat gritando, símbolo del clamor popular ante la opresión y la injusticia. Este tema se acabó convirtiendo en un icono casi religioso que el artista repitió una y otra vez. Por desgracias Julio González falleció en París en 1942, momento en el que la capital francesa estaba tomada por los nazis. Picasso fue una de las pocas personas que pudo acercarse a su entierro. En el camino parece que encontró una bicicleta rota, le quitó el sillín y lo convirtió -a modo de readymade– en la cabeza del toro que abre esta exposición y que es un homenaje a su amigo. Del mismo modo, la muestra de la Fundación Mapfre quiere ser un homenaje a Tomàs Llorens, que comenzó la interesantísima investigación que la sostiene y que ha sabido concluir en un precioso ejercicio de comisariado su hijo Boye Llorens.

Figura, proyecto para un monumento a Apollinaire, 1928. Pablo Picasso. © Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, Madrid, 2022. Maternidad. Julio González. (Julio González Administration).

Gabrielle Chanel y Pablo Picasso tuvieron trayectorias paralelas: ella fue a la moda lo que él a la pintura. No sólo resumieron el espíritu de toda una época en su propio estilo, sino que además alumbraron una nueva forma de entender sus correspondientes disciplinas. De Chanel conocemos cientos de aforismos -probablemente algunos inventados-, en los que reflejaba una visión revolucionaria del papel de la indumentaria. En sus primeros años se dejó influir por el cubismo, el art déco o la vuelta a la sobriedad neoclásica. Prueba de esto relación con las vanguardias es el perfume Chanel Nº5, cuyo pequeño tarro de cristal es casi un manifiesto de sus idea de la elegancia -una elegancia que incorporaba como propias las grandes conquistas de la modernidad: el ocio, la vida al aire libre o los deportes-.

Mujer con mandolina, 1908. Pablo Picasso. Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen, Düsseldorf. © Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, Madrid, 2022. Abrigo, 1929-30.  Gabrielle Chanel. © Patrimoine de CHANEL, París.

Décadas más tarde la influencia cambió de sentido. Coco Chanel se convirtió en un referente incuestionable de los locos años 20 y los artistas más sagaces de su tiempo se fijaron en sus creaciones en busca de inspiración. Un cuadro de Picasso muestra a unos bañistas larguiruchos con unos trajes que podrían haber salido de la boutique que la gran dama de la costura abrió en Biarritz. A su esposa de entonces, la bailarina rusa Olga Jojlova, le encantaba todo lo que pasase por las manos de la modista. Cocteau lo tuvo claro y cuando hizo la adaptación de Antígona de Sófocles quiso que las princesas se vistieran tal y como hacían las jóvenes más modernas de entonces: para lograrlo llamó a Chanel. Esa misma producción, estrenada en 1922, cuenta con una escenografía de Picasso. No fue la última vez que colaboraron los tres en un mismo proyecto. Le Trein blue, el ballet dirigido por Bronislava Nijinska que muestra precisamente esa vida alegre de la costa azul francesa, cuenta con la dramaturgia del poeta, un telón del pintor y los figurines de la diseñadora. La produjo Diaghilev para los Ballets Rusos en 1924 que, lejos de ver una contradicción entre estos cuatro talentos, encontró un lugar para cada uno de los cuatro. Otra historia es que Cocteau y Nijinska acabaran tirándose de los pelos.

Probablemente sigue siendo necesario reivindicar el enorme talento que hay en el mundo de la moda, como el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza ha hecho a través de ésta y otras exposiciones temporales. Paula Luengo, comisaria de la muestra, nos ha demostrado que los cuadros de Picasso no resten presencia a los fabulosos vestidos, abrigos y complementos de Chanel, que finalmente vemos como lo que realmente son: obras de arte al servicio de la vida. ¿Acaso existe algo más moderno?

Arlequín con espaejo. 1923. Pablo Picasso. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid. © Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, Madrid, 2022. Vestido de día. c.1922. Gabrielle Chanel. Staatliche Museen zu Berlin, Kunstgewerbemuseum

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