Hasta el ocho de diciembre, la Compañía Nacional de Danza regresa a los Teatros del Canal con una sesión que incluye el estreno absoluto de dos piezas, Where you are, I feel de Valentino Zucchetti y Passengers Within de Joaquín de Luz, y la reposición de Love Fear Loss de Ricardo Amarante.
Where you are, I feel
La noche comienza con una coreografía creada para la Compañía Nacional de Danza por el primer solista del Royal Ballet, Valentino Zucchetti, que en los últimos años ha desarrollado un lenguaje propio dentro de la tradición neoclásica. Antes de Where you are, I feel, Zucchetti ha firmado títulos como Orbital Motion, Scherzo y Anemoi en los que ha demostrado intuición para crear emociones complejas sirviéndose de los recursos habituales de la tradición, entre los que abundan los portes y los saltos espectaculares. En Madrid estrena esta pieza de aliento romántico a partir del Concierto para piano y orquesta en la menor, Opus 16, de Edvard Grieg. El propio autor escribe en el programa: “Solo en un entorno en el que todos se sienten libres de ser quienes realmente son, puedes sentirte cómodo siendo tu verdadero yo. Solo cuando eres libre de ser tú mismo, puedes sentir verdaderamente el uno por el otro”. Rápidamente entendemos de lo qué quiere hablarnos cuando llega el dúo de los hombres y a continuación el dúo de mujeres, sin duda las partes más originales del conjunto, que podemos leer en clave LGTBI+.
Love Fear Loss
El coreógrafo brasileño Ricardo Amarante presentó por primera vez esta pieza en 2013, cuando fue interpretada por el Royal Ballet de Flanders y cosechó un enorme éxito entre la crítica y el público. A partir de 2020 la Compañía Nacional de Danza la incluyó en su repertorio, dado que funciona muy bien para completar un programa como éste. Con el telón todavía bajado comienza a sonar La Vie en Rose, interpretada en directo por el pianista Marcos Madrigal. A los pocos segundos vemos en acción los bailarines, que al igual que sucede con el ímpetu propio del amor han comenzado a moverse antes de que los espectadores se den cuenta de que la pieza ya ha comenzado. El orden de los factores, en teatro, sí altera el producto, y en este caso el producto es maravilloso: parece que llevaran bailando tras la cortina un buen rato. Desde este momento nos dejamos llevar por una coreografía apasionada e intensa, pero calculada hasta el último detalle, que supone una relectura de los bailes de salón. Después de llegarán Hymne de amor —es decir el miedo (fear)— y Ne me Quitte pas —la pérdida (loss)—, también de Edith Piaf. Como dice el propio Amarante, ha sustituido las palabras de la letra por los cuerpos. El resultado es magnífico y hasta el último segundo, con la simulación de una caída, se sostiene la emoción.
Passengers Within
Después del descanso comienza Passengers Within, con la que Joaquín de Luz, director de la Compañía Nacional de Danza, ha querido reflejar, según sus propias palabras, el bombardeo informativo al que estamos expuestos en la actualidad. Explica que sólo la pareja principal, interpretada con extraordinaria potencia por Yanier Gómez y Kayoko Everhart, puede escapar del ruido mediático para despierta finalmente ante una realidad desconcertante. La música que Philip Glass hizo para la película Mishima, basada en la vida del escritor japonés, sirve al coreógrafo para crear una atmósfera de gran dramatismo, en la que los grupos de hombres y mujeres crean dinámicas centrífugas y centrípetas inesperadas que a veces parecen desbordar el escenario. En este sentido resulta acertadísima iluminación de Nicolás Fischtel, que a través de una serie de franjas de luz proyectadas sobre el suelo, potencia esta sensación alucinógena. Me conmueven muy especialmente los partes en las que los bailarines evocan pasos militares, tal vez inspirados en la milicia que creó el propio novelista nipón, autor de uno de mis ensayos favoritos (El sol y el acero en el que reflexiona sobre la homogeneidad del cuerpo). La indumentaria de Anthony Pina merece también una mención especial. Cada intérprete viste un mismo conjunto con ligeros cambios y todos en formación crean un pantone que va de los verdes esmeraldas a los azules turquesas, con lo que crea una enorme profundidad. Se trata de una pieza feroz y luminosa, de las que se quedan grabadas en nuestra retina cuando salimos del teatro. Probablemente de lo mejor que ha hecho la Compñía Nacional de Danza en los últimos años.