Museo del Prado. Foto Álvaro López del Cerro.

Aunque el pintor vivió muy poco tiempo en Madrid, las calles de la ciudad y sus museos nos recuerdan la presencia del artista en la capital. Picasso fue vecino de Lavapiés entre 1897 y 1898, cuando vino para formarse en la Real Academias de Bellas Artes de San Fernando, y del barrio de Chamberí en 1901, donde concibió y realizó la revista Arte joven. Pero además, Guernica, una de sus obras más conocidas, puede verse en el Reina Sofía y es indiscutible que los maestros del Prado, pinacoteca de la que sería director honorífico durante la Guerra Civil, ejercieron una enorme influencia sobre él. ¡Bienvenidos al Madrid de Picasso!

Con tan sólo 16 años Picasso llegó una mañana de septiembre a la Estación de Atocha para instalarse en una pensión sencilla de la calle San Pedro Mártir número 5, a espaldas del Teatro Apolo. No tiene pérdida porque un mural de azulejos de la artista Lola Gil recuerda el lugar exacto en el que entonces también vivía el actor Pepe Isbert con su madre viuda. Era 1897 y Picasso se había matriculado en las clases de pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde los profesores le esperaban con una enorme expectación dada el extraordinario talento del joven. Justo ese mismo año había presentado en la Exposición General su lienzo Ciencia y caridad, por el que obtuvo una mención honorífica. Aquí le dio clase Antonio Muñoz Degrain, aunque parece que no se dejó ver demasiado por las aulas y estudios de la entonces vetusta institución, que a día de hoy a penas conserva una escultura y algunos pocos dibujos del artista. En verano la escarlatina le obligó a trasladarse a Málaga para que lo cuidara su madre y un año más tarde volvería a Barcelona. Sin embargo, el museo de la Academia tiene el retrato que le hizo Pablo Gargallo en 1913, cuando ambos coincidieron en París: su mueca de triunfador y un flequillo cubriéndole el ojo son inmediatamente reconocible.

Pablo Picasso por Gargallo y por Man Ray.

Antes de abandonar definitivamente España, Pablo Picasso volvió a residir en Madrid un año más, en concreto en una bohardilla de la calle Zurbano número 28. En 1901 vino para trabajar junto a Francisco de Asís Soler en la revista Arte joven que, entre otros, publicó textos de Unamuno, Pío Baroja o Azorín. El artista se ocupaba de las portadas -en una de las cuales se autorretrató- y de las ilustraciones, pero pronto se cansó del ambiente castizo de la ciudad de entonces y decidió probar suerte en París. Justo antes de marcharse se presentó a la Exposición General con La mujer de azul, que durante años pasó inadvertida en los almacenes del Museo Nacional de Arte Moderno y hoy puede verse en el Reina Sofía. En esta obra se percibe el enorme impacto que le causó la primera exposición antológica que el Museo del Prado dedicó a El Greco ese mismo año y que marcó profundamente su etapa azul.

Mujer de azul (1901). Pablo Picasso. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2023. Fachada de la primera casa en la que vivió Picasso en Madrid. Calle de San Pedro Mártir, 5.

A partir de entonces Picasso se convirtió en un mito para los artistas e intelectuales españoles, que desde Madrid evocaban la bohemia del BateauLavoir en Montmatre. Luego llegó el éxito internacional y en 1936, con el estallido de la Guerra Civil, el gobierno de la República española le nombró director del Museo del Prado, en un gesto que pretendía recabar apoyos en el extranjero. Fue entonces cuando las obras de la pinacoteca se enviaron en un convoy a Valencia para protegerlas del conflicto. Por lo visto nunca tomó posesión del puesto, ni nunca se publicó su revocación, por lo que años después Picasso seguía diciendo entre risas que nadie había estado tanto tiempo como él en el cargo.

Las cosas se le empezaron a poner muy feas a la República, que también le encargó un gran mural para el pabellón de España en la Exposición Universal de París. En principio Picasso no quiso aceptarlo, porque a él no le gustaba trabajar bajo demanda, pero después de ver en la portada del periódico el bombardeo de la localidad vizcaína de Guernica afrontó con pasión la ejecución del lienzo de más de siete metros de largo. Su pareja de entonces, la fotógrafa Dora Maar, tomo unas instantáneas que documentan todo el proceso y que también pueden verse en el Museo Reina Sofía. Guernica sintetiza todos los estilos que Picasso había atravesado previamente, tiene el dramatismo de la etapa azul, pero la concepción espacial de la etapa cubista, y si nos ponemos un poco exagerados, tal vez se trate del último gran cuadro de historia del siglo XX.

Guernica (1937). Pablo Picasso. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2023.

Pero además de Guernica (1937) y La mujer de azul (1901), en el Museo Reina Sofía pueden verse muchas otras obras del artista. A finales de la década de 1990, cuando José Guirao era director del centro, se emprendió la que entonces fue bautizada como “operación Picasso”, con el objetivo de adquirir más piezas para la colección. Gracias a esta iniciativa Caja Madrid compró y donó las obras Figura al borde del mar (1932) y Mujer acodada (1939). Más tarde, se fueron incorporando Busto de mujer joven (1906), pintada un año antes que las Señoritas de Avignon y ejemplo de la influencia africana en su arte, o El frutero (1910), muestra sobresaliente del cubismo analítico. También destaca la serie de dibujos preparatorios para Guernica, los grabados y las esculturas, entre las que hay algunas obras maestras como la Cabeza de mujerFernande– (1909), Mujer en el jardín (1930-31), La dama oferente (1933) o El hombre del cordero (1943). Del último Picasso, retirado de la vida parisina en la Costa Azul, es la serie El pintor y la modelo (1963), en la que el artista parece dialogar con los grandes maestros que había descubierto de niño en el Museo del Prado.

Dora Maar. Preparación de Guernica.

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta ocho obras de Pablo Picasso que completan el itinerario, como El hombre del clarinete (1913), típica del cubismo sintético, o Arlequín con espejo (1923) de su etapa neoclásica. También exhibe una tauromaquia de 1934, Corrida de toros, que nos sirve de aperitivo del más original museo dedicado al pintor que tal vez haya en el mundo y que no se encuentra en Madrid, sino en Buitrago de Lozoya.

Eugenio Arias, barbero en Vallauris (Costa azul) estableció una profunda amistad con Picasso que, como él, también era español, exiliado y comunista. Hablaban de política, pero lo que más les unía eran los toros. Se llevaban tan bien, que fue éste quien veló al artista la noche de su muerto y quién cubrió su cuerpo con una capa española el día de su entierro. Con los dibujos que este le regaló -Eugenio Arias jamás le cobré por afeitarle o dejar bien reluciente su calva-, formó una singular colección que años más tarde donaría a su pueblo natal: Buitrago de Lozoya.

Busto de mujer joven (1906) y Mujer acodada (1939). © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2023.

Pablo Picasso no vivió demasiado tiempo en Madrid. Además, prometió que no volvería a España tras la victoria de Franco y cumplió su palabra. El cuadro de Guernica, después un largo periplo y una estancia prolongada en Nueva York, vino a la vez que se restituía la democracia, pero el artista ya había muerto. La ciudad le dedicó la plaza central del complejo AZCA y le dio su nombre al que durante la década de 1980 fue el edifico más alto del país, obra Minoru Yamasaki, el arquitecto de las Torres Gemelas. En este año, que recordamos el 50 aniversario de la muerte de Picasso, se están organizando numerosas exposiciones sobre un pintor con el que Madrid mantuvo una relación intermitente.

Arlequín con espejo (1923) y La dama oferente (1933). © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2023.

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