Ha vuelto a abrir sus puertas el Museo del Traje. Centro de Investigación del Patrimonio Etnográfico. Lo hace con una nueva exposición permanente y más de mil piezas, de las cuales la mitad no habían podido verse antes. Por este motivo se trata de una ocasión extraordinaria para seguir conociendo los fondos de una colección que ilustra la evolución de la indumentaria desde el siglo XVII. La actual muestra indaga en el papel de la moda en la construcción de las identidades colectivas -nacionales, de género o clase- a través de los medios. Y también pone en relieve el valor cultural de la artesanía textil, que en España ha sido y es importantísima. Además, hasta el 30 de diciembre, la entrada es gratuita.
Cuando en marzo de 2020 el Museo del Traje tuvo que cerrar sus puertas a causa de la pandemia de coronavirus, también se iniciaron una serie de reformas de reacondicionamiento del edificio, construido en 1969 por Jaime López de Asiaín y Ángel Díaz Domínguez como Museo Español de Arte Contemporáneo. Entonces se abrió un largo periodo de reflexión que ha finalizado hace un par de semanas y que, a partir de la iniciativa y el proyecto de Juan Gutierrez -responsable de indumentaria del siglo XX-, ha permitido a los conservadores sentarse a repensar cómo creen que debería ser un museo dedicado al arte de vestirse. ¡El resultado lo podemos ver ahora!
Al igual que el anterior, el recorrido actual también traza una historia de la moda en España, pero no sólo lo hace a través de las prendas y complementos representativas de cada época o de las firmas más influyentes, sino también por medio de documentos históricos y objetos de valor etnográfico (enseres, muebles, juguetes, carteles, exvotos, instrumentos de música, herramientas, frascos, electrodomésticos, productos cosméticos,…) que sirven para poner en contexto la evolución del gusto. Un gusto que parece ser expresión, aunque a veces sea inconsciente, de las transformaciones morales, sociales y económicos de cada momento.
Este itinerario comienza con un guante de encaje del siglo XVII, que se expone justo al lado de unos bolillos como los que todavía hoy se usan en Almagro. De esta manera el museo quiere recordarnos que muchas técnicas de confección artesanal se conocen gracias al saber transmitido, generación tras generación, entre las mujeres del mundo rural. También en la primera sala podemos ver el tratado de sastrería de Juan de Albayceta, titulado Geometría y trazas y publicado en 1720. Colocarlo al comienzo de la exposición permanente es toda una reivindicación de la moda made in Spain, que durante los siglos XVI y XVII fue muy influyente en el resto de Europa. Un estilo sobrio, de colores oscuros -especialmente el negro que se obtenía del Palo de Campeche importado de Centroamérica- y con volúmenes contundentes es lo que se entendía por «vestirse a la española», que tuvo su máxima expresión en la corte de inspiración borgoñona de Felipe II. Como el recorrido actual no tiene reparos en hacer puntualmente guiños a los diseñadores en activo, en la segunda sala vemos la reinterpretación que la sastrería Oteyza hace de esta misma indumentaria histórica.
A partir de aquí empiezan a intercalarse vitrinas en las que se muestra la influencia de Francia e Inglaterra y otras que exploran el fenómeno del «majismo», la asimilación de la vestimenta popular y castiza por parte de las élites. A continuación, el traje de luces tiene su propio capítulo. Aquí se incluye la reinterpretación posmoderna que Jeremy Scott hizo para un chándal de Adidas y que podría hacernos pensar en la estética neo-cañí difundida por los videoclips de Rosalía y C. Tangana.
En el siglo XIX aparecieron las primeras revistas de moda. De París empezaron a llegar patrones, telas y estilos que década a década fueron reflejando los cambios sociales, morales y políticos. De los vestidos sueltos y de talle alto del Primer Imperio en Francia, inspirados en la antigüedad clásica, a los cada vez más apretados corsés que se impusieron tras la restauración y que emulaban el gusto de tiempos pretéritos. Mientras las señoras pasaban del miriñaque al polisón, los hombres abandonaron a lo largo de esta centuria las bordaduras, los motivos florales y el color, para aceptar finalmente una etiqueta homogénea en la que el pantalón era la única alternativa.
A continuación, llegamos a algunas de las salas más espectaculares del museo, donde se exhiben los trajes de la Belle Époque. Es entonces cuando aparecen las primeras firmas internacionales, como la de Fortuny, adorado por Proust y del que se exhibe una completísima colección de vestidos. Aunque el granadino abrió su taller en Venecia, siempre tuvo muy presente los hábitos litúrgicos de España. Justo al lado, a modo de diálogo, se presenta la indumentaria tradicional. Entre las recreaciones historicistas de los trajes regionales llaman la atención los disfraces del Diablo de Artá, que sale durante las fiestas de San Antoni en Mallorca, o del Diablo del Cucúa (Panamá), que procesiona el día del Corpus.
A partir de la década de 1920 surge una moda específica para las vacaciones, la práctica del deporte y la noche, representada por el Café Cantante, que en este recorrido ha tomado como escenografía el mostrador de la chocolatería modernista El Indio. La influencia de las vanguardias históricas se hizo notar también en la moda. El caso de Elsa Schiaparelli, de quien se muestra alguna prenda, es tal vez el más conocido. Sería fantástico, en cualquier caso, que el museo pudiera mostrar algún modelo de los diseñados por Sonia Delaunay, ya que en estos años abrió tiendas en Madrid y San Sebastián. Hay una vitrina muy interesante dedicada al impacto de los totalitarismos en la indumentaria, con un abanico de la falange española y trajes de inspiración militar.
Nunca me había parado a pensar en que las tallas estándar que manejamos hoy no existían antes de la década de 1950, cuando aparece por primera vez el prèt-à-porter (listo para llevar) y las grandes marcas comerciales comienzan su andadura, por lo que los maniquís que visten todas estas piezas únicas están hechos a la medida de las mismas, como si fueran los vaciados de los cuerpos de las personas para las que fueron confeccionadas. Las siguientes salas son las que el museo dedica a la alta costura de mediados del siglo XX. La vitrina de Balenciaga muestra vestidos totalmente distintos a los que tenía antes. Además hay un espacio sobre la moda en el cine, que en España alcanzó unas altas cotas de excelencia con la apertura de los Estudios Bronston en Madrid. Mientras, en Barcelona había nacido La Cooperativa de Alta Costura, formada entre otros por «los 5 grandes», Pedro Rodríguez, Santa Eulalia, El Dique Flotante, Asunción Bastida y Manuel Pertegaz.
Hacia el final del recorrido nos encontramos con las vitrinas que han surgido a partir de la iniciativa en redes sociales #YoExpongoMT, hastag a través del que este verano se ha invitado a los seguidores del museo a elegir prendas para la nueva exposición. Es aquí donde podemos encontrar diseños de Elio Bernhanyer, Manuel Piña o Yves Saint Laurent. Las últimas salas están dedicadas a la moda urbana y a su relación con la música pop, punk o rock. Referencias a la Movida madrileña, al papel de la tele en la difusión de las tendencias y a la estética camp -divertida y autoirónica-, nos conducen hasta una vitrina con algunos de los looks más provocadores de David Delfín, que en la primera década del siglo XXI fue considerado el enfant terrible de la moda en España. El traje de momia me resulta fantástico.
Justo al final de la itinerario de la nueva colección permanente, se recrea una pasarela de diseñadores actuales. Del mismo modo que la vitrina dedicada a la pieza del mes que hay justo al comienzo del recorrido, esperemos que también estos modelos cambien periódicamente. Para celebrar su reapertura, el Museo del Traje retoma las visitas guiadas gratuitas, de miércoles a viernes a las 13 h. Quienes ya lo conozcan descubrirán muchísimas piezas nuevas y un contexto museológico más amplio, y quienes nunca se hayan acercado, ahora tienen la oportunidad de hacerlo por primera vez. Seguro que más adelante repiten.