Con motivo del día de la mujer me he acercado a los museos de Madrid en busca de las artistas que se hicieron hueco en un entorno profesional históricamente controlado por los hombres. Unas eran hijas, hermanas y esposas de pintores junto a los que trabajaron en los talleres de los siglos XVI, XVII y XVIII. Otras, pese a las enormes dificultades de su tiempo, desarrollaron su propia poética en los siglos XIX y XX.
Resulta complicado rastrear la producción de las artistas anteriores al siglo XIX porque muy pocas firmaban sus obras. Si en los siglos XVI y XVII era raro encontrarlas en los talleres como meras ayudantes, más difícil todavía era dirigiendo uno propio. Sin embargo sabemos que pese a algunas dificultades trabajaron con sus esposos, hermanos y padres artistas cuando estos necesitaban mano de obra urgente y barata, al igual que el curtidor o el zapatero requerían de las mujeres de su familia para afrontar los encargos. Entonces la pintura, como tantos otros oficios, era fundamentalmente un trabajo de hombres.
Por este motivo las mujeres de la nobleza siempre lo tuvieron más fácil. A diferencia de las que trabajaban en los talleres, ellas si podían desarrollar su talento libertad. A lo largo de la historia se conocen varios casos de aristócratas que practicaron la pintura como hobbie, por ejemplo la reina Isabel de Farnesio, de la que se conserva algún cuadro en el Palacio de Riofrío, o María Tomasa Palafox, duodécima Marquesa de Villafranca, que llegó a ser reconocida por la Academia de Bellas Artes de San Fernando y fue retratada por Goya haciendo lo que a ella más le gustaba: pintar. Pero el caso más interesante de todos es el de Sofonisba Anguissola, hija de un aristócrata genovés, y destacada artista de la corte. Sabemos, gracias a la Vida de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos, que a los 22 años Sofonisba conoció a Miguel Ángel, quién alabó su talento y le dio algunos consejos. En el mismo libro donde Vasari recoge las biografías de los genios del Renacimiento, se dice que mostraba “mayor aplicación y mejor gracia que cualquier otra mujer en sus empeños por dibujar”. Pero sus posibilidades se vieron muy limitadas, porque debido a su género no le estaba permitido contemplar el cuerpo desnudo, por lo que nunca pudo profundizar en el estudio de la anatomía. El Museo del Prado tiene varias obras de la artista, que entre 1559 y 1560 vivió en Madrid, donde fue dama de la reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II. Por lo visto, durante los años de Sofonisba en la corte española, trabajó estrechamente con Sánchez Coello, a quién se han atribuido hasta no hace tanto tiempo algunos de sus retratos. También el Museo Lázaro Galdiano conserva un cuadro que podría ser de ella.
Sin embargo la mayor parte de las artistas que sí pudieron firmar sus obras eran hijas de pintores, como Marietta Robusti, conocida como «Tintoretta» por ser su padre Jacopo Tintoretto, Anna María Teresa Mengs, descendiente de Antón Raphael Mengs, o Luisa Rolda, llamada «La Roldana» por ser hija del escultor Pedro Roldán. De todas ellas, la más conocida es Artemisa Gentileschi, cuya producción y talento es sin duda comparable al de los grandes maestros del barroco italiano, entre los que se incluye su progenitor y maestro Orazio Gentileschi. Su vida podría ser el guion de una película de Hollywood. Después de ser violada por Agostino Tassi, otro de los aprendices del taller de su padre, decidió denunciarlo. Como nadie la creía, el tribunal papal la torturó apretando con una cuerda sus dedos para comprobar que no mentía, lo que hubiera podido destrozar sus manos e impedirla pintar. Finalmente Tassi abandonó Roma y Artemisa pudo continuar con su obra. Vivió en Florencia, Venecia, Nápoles y Londres y su arte alcanzó un grandísimo éxito. El Museo del Prado conserva una obra titulada Nacimiento de San Juan Bautista, en la que se aprecia un acusado claroscuro y un interesante estudio de interior.
Pero sólo las más excepcionales artistas pudieron dedicarse a la pintura de historia y al retrato real. Lo más frecuente fue que, si alguna vez llegaban a ejercer de forma pública su arte, lo hicieran como bodegonistas. Un par de ejemplos serían Clara Peeters, de la que podemos ver varias obras en el Museo del Prado, o Margarita Caffi, cuyos floreros fueron coleccionados por las cortes de Viena y Madrid. En la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y en el Museo Cerralbo pueden verse algunos cuadros de la autora, conocida por una pincelada vibrante.
Por fin, ya a finales del siglo XVIII, las mujeres empezaron a ocupar un lugar, aunque fuera demasiado pequeño, en la escena cultural europea. Todavía eran pocas las que podían dedicarse al arte o a la literatura, pero a partir de entonces tuvieron licencia para indagar en su propia sensibilidad. Angelica Kauffman, alabada por Reynolds, alcanzaría una gran fama en Inglaterra, con retratos como el que conserva el Museo Thyssen-Bornemisza y en el que demuestra su afinidad a un gusto neoclásico. Es cierto que en las salas dedicadas al siglo XIX hay muy pocos nombres de mujer, pero algunos son fundamentales, como el de Berthe Morisot, compañera de los impresionistas y con dos obras en la colección.
Habrá que esperar hasta el siglo XX para que las artistas se integren definitivamente en la historia del arte. Liubov Popova, Natalia Goncharova o Sonia Delaunay, perfectamente representadas en el Museo Thyssen-Bornemisza, no sólo participaron activamente en la creación de un arte moderno, sino que ocuparon las primeras filas de movimientos de vanguardia como el constructivismo, el rayonismo y el orfismo. Un papel similar tuvieron en España, Ángeles Santos, Maruja Mallo, María Blanchard o Rosario de Velasco, cuyas obras pueden verse en el Museo Reina Sofía.
Bien fueran poetas, filósofas o artistas, o simplemente personas anónimas, las mujeres han sido olvidadas, denostadas o consideradas meras acompañantes de los hombres a lo largo de la historia, pese a ser una “minoría” que suma más de la mitad de la población. Por esto hoy, pero no sólo hoy, debemos hacer justicia recordando su obra y reivindicando su papel en la cultura. Con este objetivo, el festival Ellas Crean trae hasta el 12 de abril a Conde Duque una programación de teatro, danza, música y literatura firmada por mujeres. Una programación que es la mejor de forma de continuar este paseo por los museos de Madrid.