Empieza el curso académico y la Ciudad Universitaria recupera su habitual trajín de profesores y alumnos. Actualmente reúne buena parte de las facultades de la Complutense, la Politécnica y la UNED, algunos de cuyos edificios son ejemplos sobresalientes de la arquitectura española del siglo XX, y un par de museos imprescindibles: el Museo del Traje y el Museo de América.
Desde lo alto del Faro de Moncloa, que puede visitarse de martes a domingo de 9:30 a 20:00 h, se divisa todo Madrid y toda la Ciudad Universitaria, ubicada en una suave pendiente entre el barrio de Argüelles y el río Manzanares. El conjunto tiene sus orígenes en 1927, cuando Alfonso XIII impulsó un proyecto similar al de los campus norteamericanos, y su urbanista fue Modesto López Otero, autor de edificios como el Hotel Gran Vía o el Edificio de la Unión y el Fénix de la calle Alcalá, que otorgan cierto aire neoyorkino al corazón de Madrid. En este proyecto sin embargo desarrolló una arquitectura integrada en el paisaje natural, donde las instalaciones no superarían las cinco alturas, tendrían una composición horizontal y estarían construidas con ladrillo, piedra y hormigón según los criterios del racionalismo madrileño. De esta época es la Facultad de Filosofía y Letras, recientemente catalogada como Bien de Interés Cultural y en la que se ha reproducido la preciosa vidriera que nos hacen pensar en las primeras vanguardias.
Pero a lo largo de las décadas, y muy especialmente después de la Guerra Civil, que había dejado en ruinas varias facultades, fueron añadiéndose numerosas construcciones nuevas que cambiaron para siempre el horizonte de la Ciudad Univesitaria. Hay ejemplos sobresalientes del historicismo de los años cuarenta, como el “pequeño Escorial” del Ministerio del Aire de Luis Gutierrez Soto, de la nueva arquitectura brasileña, como la Casa do Brasil de Luis Afonso d’Escragnolle Filho y del brutalismo, como la facultad de Ciencias de la Información de José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariña en la que Alejandro Amenábar rodaría Tesis. No siempre estos edificios han respetado el proyecto original del conjunto, pero sin duda son obras de gran valor formal.
Hoy sigue sorprendiéndome por su osadía el que sin duda sigue siendo uno de los edificios más interesantes de Madrid, la conocida como “Corona de Espinas”, sede del Instituto del Patrimonio Cultural Español. Diseñada por Fernando Higueras y Rafael Moneo en 1961, su construcción comenzó seis años más tarde a cargo del propio Higueras y de Antonio Miró. Responde a los postulados de la arquitectura organicista y expresionista, en la que la estructura define la aspecto total del edificio. Su planta circular me recuerda a un tholos, al Panteón, a un túmulo y sus pináculos me evocan los de una catedral gótica, lo que podría interpretarse como una alusión a los bienes que en sus interior se restauran: retablos, capiteles, libros etc… Es tan impresionante que Pedro Almodóvar la eligió para una escena de La piel que habito.
La que sí es gótica es la fachada del Hospital de La Latina, que fue trasladada a las inmediaciones de la Escuela de Arquitectura desde la calle Toledo de Madrid. Otros edificios singulares son el Palacio de la Moncloa, una quinta del siglo XVII que hoy aloja la sede de la Presidencia del Gobierno Español, la Casa de Velázquez, residencia de investigadores y artistas dependiente del Ministerio francés, y los museos de América y del Traje, de los que hemos hablado en estas mismas páginas en otras ocasiones.
Pero este paseo por la historia de la arquitectura española del siglo XX sería muy distinto si la Ciudad Universitaria no conservara cierto aire de otra época. La sierra, siempre al fondo, hace que sea una de las zonas mejor ventiladas de Madrid, como podemos comprobar en su precioso jardín botánico, pero el tiempo, sin embargo, parece correr de otro modo. Si en cualquier vecindario sus habitantes van envejeciendo, aquí los estudiantes tienen siempre la misma edad, la misma edad que tuvimos nosotros cuando estudiamos en las aulas de sus facultades. En pocos lugares de la ciudad se siente mejor el otoño que en sus largos paseos flanqueados por plátanos que en pocos días comenzarán a amarillear. Todos los años se repite un ritual idéntico: llegan los nuevos alumnos, se les hace alguna novatada, los extranjeros balbucean un español a penas comprensible y luego vienen los exámenes, la primavera con sus amoríos, el fin de curso y todas las promesas del verano. Mientras, la Ciudad Universitaria permanece fiel a sí misma, como esa rincón paradisiaco donde siempre podremos ser jóvenes.