El Museo del Romanticismo acaba de inaugurar una pequeña exposición de dibujos y acuarelas alemanas del siglo XIX entre las que se incluyen obras de Caspar David Friedrich, Carl Gustav Carus y Adolf Menzel, provenientes del Museo Kunspalast de Düsseldorf, que podrán verse hasta el 31 de marzo.
Para ver esta exposición, que ocupa escasamente una sala y media, no se necesitan más de cinco minutos. Para contemplarla de verdad, toda una tarde. Los dibujos y acuarelas aquí reunidos amplían nuestro horizonte más allá del límite del tiempo y nos invitan a conocer no sólo los mismos paisajes que visitaron aquellos pintores, sino también las mismas emociones que experimentaron ante estos entornos «pintorescos» o «sublimes», como los catalogaban los teóricos de la época. Con el título Los espejos del alma. Paisaje alemán en el romanticismo las comisarias de la exposición, Gunda Luyken y Asunción Cardona Suanzes, han querido resaltar el papel fundamental del paisaje en el desarrollo de este movimiento. Porque como decía Caspar David Friedrich «la tarea del pintor de paisajes no es la fiel representación del aire, el agua, las piedras y los árboles, sino que es su alma y sentimiento lo que ha de reflejarse».
Además de por la extraordinaria calidad y delicadeza de las obras, de autores muy poco representados en los museos españoles, esta exposición sorprende por su original montaje. Aquí los muros no se limitan a ser asépticas superficies monocromáticas, muy por el contrario tratan de establecer un diálogo con el contenido expuesto. Y el contenido expuesto son esos evocadores bosques de Alemania e Italia que protagonizan muchas de las obras de la muestra. Ya en el vestíbulo encontramos una instalación formada por troncos de árboles, que verán su continuidad en las paredes de las siguientes salas. En la primera y más grande una secuencia de líneas de distintos tamaños cubre el muro en alusión a los troncos de un bosque, referencia que se hace más literal en la última. La propuesta ha sido ideada y coordinada por los artistas Sergio Martín Blas y Gabriel Carrascal Aguirre, y ejecutada por un grupo de colaboradores voluntarios.
Con este bosque encantado, el Museo del Romanticismo vuelve a convencernos de lo parecida que es la sensibilidad de los artistas del siglo XIX a la nuestra. No os la perdáis porque es una de las exposiciones más exquisitas que he visto últimamente.