La Cubana. Campanadas de boda

El pasado fin de semana fui de boda y puedo asegurarles que me lo pasé en grande. Eso sí que es una fiesta. Excesiva, alegre, tradicional pero con su punto moderno, y sobre todo con toda una familia en estado de gracia en un tira y afloja permanente que me hizo divertirme a mí y a los otros ochocientos invitados a estas Campanadas de boda.  Responsables del tinglado: La Cubana, una compañía teatral catalana que lleva más de treinta años sorprendiendo al respetable con montajes que son lo que no parecen y te dejan boquiabierto.

La Cubana tiene una máxima: la vida es puro teatro (“falsedad bien ensayada, estudiado simulacro”, que cantaba La Lupe). Para ellos detrás de cualquier acto cotidiano al que nos enfrentamos hay una representación, una impostación en la cual los protagonistas somos nosotros mismos. Piensen en cualquier cosa, desde una clase en un instituto a cualquier acto religioso; desde una entrevista de trabajo a un chaval contando una excusa a sus padres por haber llegado a las tantas. Pero sin duda, una boda es el argumento más teatral de todos. Una función que tendrá lugar un día fijado con meses de antelación, con invitados a veces desconocidos para los novios y todo acompañado de un vestuario especialmente diseñado para la ocasión.  En este caso, además, los novios lo único que quieren es irse a vivir juntos a Bombay, donde el novio trabaja como actor en Bollywood. Pero claro, está la familia… ¡Ay, la familia!

En este caso, los pilares de esa familia son “las catalanas”, dos hermanas emigradas a Madrid y floristas de éxito. Mujeres de su tiempo, modernas, divertidas, sociables, no pueden permitir que su pequeña de sólo treinta añitos, Violeta, se quiera ir a vivir con su galán a la India sin antes haber pasado por la vicaría. Violeta accede pensando en que será una boda íntima. Pero cuando se da cuenta, entre su madre y su tía, ya llevan 800 invitados. Contrasta el entusiasmo por este acontecimiento, con las reservas de la familia hacia la boda del hermano menor, que sí quiere casarse por todo lo alto con su novio desde hace siete años, pero en este caso les hace menos gracia.

La tuna da una sorpresa en Campanadas de boda

La primera parte del espectáculo es un vodevil, un sainete divertidísimo en el que nos vamos dando cuenta de la capacidad de los actores para recrear toda una paleta de personajes. Cada actor se pasa la función transformándose completamente, puesto que interpretan a varios personajes, a veces totalmente antagónicos. Un texto veloz,  satírico, hilvanado con puntadas de la actualidad más rabiosa, y trufado de coplas y cuplés un tanto sui géneris. Jordi Milán, el creador del espectáculo, tiene un ojo impresionante para sacar los estereotipos de cada personaje, para llevarlos al culmen en un espectáculo excesivo en el que todo se queda justo a este lado de la raya.

En la segunda parte se desbocan los acontecimientos. Todo envuelve al público y el ritmo se vuelve vertiginoso. Las carcajadas van a esa misma velocidad.

Una caracterización excesiva, un uso del vídeo (o mejor dicho, del cine) impecable, unas músicas traídas en el momento apropiado y con sorpresas como ese Paraules d’amor de Serrat reinventado, y unos actores que se multiplican en escena (son sólo once, pero hay momentos en que parece que hay 30 al mismo tiempo) dan cuenta de un espectáculo que te deja en la cresta de la ola.

Ya lo saben, pónganse guapos y acudan a esta boda tan peculiar. Y si no han podido ir a la peluquería ese día, tampoco se preocupen. Algo haremos.

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