“Una obra muy elegante”. Así definía un conocido diseñador madrileño la obra Kathie y el hipopótamo al finalizar el último ensayo con público en la sala dos de las Naves del Español, en Matadero. Y es cierto, es elegante, pero también es otras muchas cosas: divertida, mordaz, ingeniosa, talentosa, irónica… Se trata de un divertimento del nobel Mario Vargas Llosa, perfectamente coreografiado por Magüi Mira y sutilmente interpretado por Ana Belén, Ginés García Millán, Jorge Basanta, Eva Rufo y el pianista David San José.
Vargas Llosa ha desvelado que el argumento de esta obra está inspirado en un empleo que ejerció en París en 1959, cuando fue el “negro” de una dama que deseaba contar en un libro sus correrías a lo largo y ancho de este mundo. La obra nos transporta continuamente de un lado a otro de la vida de esta Kathie, desde antes de su boda con un rico e infiel banquero limeño, hasta su relación con sus hijos o su encuentro con el escritor que se encarga de darle forma y fantasía a esas memorias.
Un viaje que transcurre durante unas dos horas en un pequeño escenario dispuesto de una forma que hace que el espectador casi se integre en él y al que Magüi Mira ha sabido sacarle partido con muy pocos recursos escenográficos. Ese formato es para mí uno de los mejores hallazgos de esta obra, puesto que ofrece una cercanía entre los actores y el público que no es frecuente. Eso y unos actores que cambian en cuestión de segundos sus estados de ánimo y sus personajes, sin que la función se resienta. Se lo oí comentar al propio Vargas Llosa: “Magüi Mira ha enriquecido el texto con este montaje”.
Es una delicia ver a Ana Belén a esa distancia y sobre todo escucharla, acompañada únicamente por el piano, cuando interpreta un puñado de míticas canciones en francés. Tengo que confesar que cuando le toca el turno a Ne me quitte pas, la legendaria canción de Jaques Brel, a mí consigue conmoverme.
Pero no sólo Ana Belén ofrece una sinfonía interpretativa. Ginés García Millán, un actor popular y curtido en muchos frentes, da un contrapunto perfecto a nuestra protagonista. Pero a mí me sorprendieron la sutileza de sus dos acompañantes, Jorge Basanta y Eva Rufo, quienes con humor y delicadeza también tejen sus variados personajes, y consiguen una comunión extraordinaria entre todos.
Y sí, es una obra elegante. Elegancia en su sobriedad, en su comedimiento, en el arranque de la función con esa canción interpretada con un foco blanco y una actriz sentada sobre un piano de cola, y en la inteligencia de su humor. Porque es una obra con mucho humor que nos vuelve a descubrir en Ana Belén a un perfecta comedianta.