Parece que la expectación suscitada por el estreno mundial de la ópera Brokeback Mountain se debe a que por primera vez el Teatro Real disecciona la historia de amor entre dos hombres. Pero la que ha sido la gran apuesta de Gerard Mortier, el anterior director artístico del coliseo madrileño, supone además una extraordinaria partitura de Charles Wuorinen.
Basada en la nouvelle homónima de Annie Proulx, Brokeback Mountain es un alegato a favor del deseo como subversión. Y no sólo porque los protagonistas sean dos cowboys que mantienen una relación homosexual, también porque estos dos hombres se oponen a la convención de ascenso social a través del trabajo, una de los principios del sueño americano. “El fuego del campamento y los halcones / gritando «libres, somos libres»” cantan Ennis del Mar, protagonizado por el barítono Daniel Okulitch, y Jack Twist, interpretado por el tenor Tom Randle, que encuentran en las salvajes montañas de Wyoming el escenario para un amor prohibido, pero también para una forma de vida ajena a la ambición de la clase media en la era del electrodoméstico. Dice Alma, la mujer de Ennis, que ella quiere tener un “teléfono de princesa”, ir al cine los domingos y que su marido deje el rancho y busque un trabajo en la ciudad. El Real ha puesto en marcha todos sus dispositivos escénicos y argumentales para explicarnos que Brokeback Mountain no es sólo un drama romántico sino también una tragedia social, y es aquí, bajo mi punto de vista, donde está la grandeza de la versión operística de esta historia, que ya fue llevada al cine en 2005 por Ang Lee.
Pocos títulos pueden presumir de contar con dos premios Pulitzer, Annie Proulx, autora del libreto, y Charles Wuorinen, uno de los compositores vivos más prestigiosos de los EE.UU. Vinculado en sus orígenes al serialismo, es también un teórico polémico, aunque en Europa no se le haya leído suficientemente. En Brokeback Mountain consigue subrayar las contradicciones más sutiles del alma a través de una partitura precisa que describe una atmósfera de angustia y pasión propia de las grandes óperas de todos los tiempos.
Brokeback Mountain nos habla a todos, independientemente de la orientación sexual de cada uno, y lo hace con la exactitud del hielo sobre las rocas, con la libertad de los halcones en el cielo y con la fuerza del viento contra las montañas.