Ahora que finalmente ha llegado el frío a Madrid, resulta muy apetecible visitar la exposición Sorolla y Estados Unidos, que podrá verse hasta el 11 de enero en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre.
Sentir el sol sobre los hombros o escuchar el rumor de las olas delante de los cuadros de Sorolla no son síntomas de locura. Tampoco resulta una locura afirmar que el pintor valenciano es el artista español más injustamente olvidado en el extranjero, pese alcanzar en vida un enorme éxito internacional. Esta exposición, que ha visitado antes el museo Meadows de Dallas y el Museo de Arte de San Diego, confirma que la verdadera locura es ignorar el papel de Sorolla en la escena artística de los EE.UU. Invitado por la Hispanic Society of America, institución fundada por Archer Milton Huntington para el estudio de las artes y la cultura de España, Hispanoamerica y Portugal, Joaquín Sorolla realizó su primera exposición en Nueva York en 1909. Poco después presentaría su trabajo en Boston, Búfalo, Chicago y San Luis. América se enamoró de España a través de los jardines andaluces, de los trajes folclóricos y de las playas que pintó Sorolla, en las que (pese a ser de óleo) es posible sentir el sol sobre los hombros o escuchar el rumor de las olas.
Para algunos esnobs como yo, Sorolla podría ser algo sospechoso porque gusta a casi todo el mundo (cada vez que se organiza una exposición en la que aparece su nombre las multitudes están garantizadas, así que reservar la hora de acceso a través de la web de la Fundación Mapfre es una opción recomendable). Y las preguntas que me hago son siempre las mismas ¿No será demasiado complaciente? ¿De qué habla la pintura de Sorolla? Esta exposición también se ha preocupado de explicar al artista desde una perspectiva mucho más compleja. Su obra no sólo fue la mejor postal del país, una especie de publicidad de la “Marca España” impulsada por el rey Alfonso XIII, gran admirador del artista, sino también el espejo, en ocasiones subliminal, de las mayores desigualdades. Cuadros como Otra margarita, con el que obtuvo la medalla de honor de la World’s Columbian Exposition de Chicago en 1893, o Triste herencia, ganador del Grand Prix de la Exposición Universal de París de 1900 y finalmente donado a la iglesia de la Ascensión de Nueva York, presentan temas incómodos para la sociedad española de principios de siglo, como la prostitución y la orfandad.
En América conoció a John Singer Sargent, con el que comparte muchos rasgos estilísticos, como propuso una interesante exposición en el Museo Thyssen-Bornemisza hace ahora ocho años. Ambos tuvieron una fortísima influencia de Goya y Velázquez, de la que son buenos ejemplos algunos de los retratos que Sorolla hizo en los EE.UU y que ahora pueden verse en la muestra. Destacan por su elegancia y dominio de la luz los de Mary Lilian Duke y el de Mrs. William H. Gratwick. Aunque la verdadera sorpresa de la muestras son los gouaches de Nueva York pintados sobre los cartones que usaban las lavanderías de los hoteles para doblar las camisas. En estas escenas, muy libres y espontáneas, Sorolla está cerca de la fotografía de Alfred Stieglitz, con sus contrapicados desde lo alto de los rascacielos y la captación del movimiento.
Por supuesto en esta exposición no faltan las escenas de playa, donde Sorolla consigue efectos de luz y movimiento únicos en la historia del arte. Su pintura se guía por intuiciones muy personales y, pese a que muchas veces se ha vinculado al impresionismo, recurre a pinceladas largas, a texturas espesas y a fórmulas cromáticas que van de los blancos a los azules. En las últimas salas, hay cuadros tan luminosos que hieren la vista, así que unas gafas de sol nunca sobran para visitar esta maravillosa muestra que hasta el 11 de enero podrá verse en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre y que devuelve el verano a Madrid.