Salomé con la cabeza del Bautista (c. 1607). Caravaggio. Forma parte de la exposición «De Caravaggio a Bernini».

Pocas palabras evocan con más fuerza la imagen del artista maldito. Solo con pronunciar “Caravaggio” revivimos la leyenda, una vida cuajada de éxitos y fracasos, de sexo y violencia que transcurre tanto en los palacios más suntuosos de Roma como en los bajos fondos. Hasta finales del verano coinciden en Madrid dos exposiciones que incluyen el nombre del artista en su título, De Caravaggio a Bernini, en el Palacio Real, y Caravaggio y los pintores del norte, en el Museo Thyssen-Bornemisza. Dos exposiciones complementarias que explican su estilo en el contexto de la pintura barroca y que pueden visitarse con una entrada única de 17 €.

Más allá del asesinato que se le atribuye y por el que tuvo que exiliarse de Roma, de su sexualidad ambigua o de su carácter atormentado, Caravaggio es un artista de valor indiscutible. Una vez digerida la leyenda, nos quedan sus cuadros, una obra revolucionaria que propuso un nuevo ideal estético, referencia para muchos de los grandes maestros que vendrían después, como Ribera, La Tour, Rubens o Rembrandt. Caravaggio, artista inimitable pero profusamente imitado – hasta el punto de que ha sido necesario crear una palabra para referirse a sus numerosos seguidores, “los caravaggistas” – fue admirado y despreciado sin medida. Tras su muerte cayó en el olvido y finalmente, como les sucedió a tantos otros artistas, fue redescubierto a principios del siglo XX. Precisamente las dos exposiciones parecen trazar, cada una a su manera, la estela que dejó el genio.

El sacrificio de Isaac (1603). Caravaggio. Forma parte de la exposición «Caravaggio y los pintores del norte».

De Caravaggio a Bernini presenta por primera vez reunidas muchas de las mejores piezas del barroco italiano que se conservan en los Reales Sitios, y entre las que se encuentra Salomé con la cabeza del Bautista, uno de las cuatro obras del pintor que hay en España. Pero además de este cuadro, cuyo inquietante vacío en negro parece más propio de una fotografía de Robert Mapplethorpe que de un artista de principios del siglo XVII, las siguientes salas ofrecen una extraordinaria selección de cuadros de José de Ribera y Luca Giordano, pintores imposibles de comprender sin Caravaggio. Además, la muestra profundiza en otras corrientes del barroco, como la promovida por los hermanos Carracci, quienes, frente al naturalismo del pintor maldito, propusieron una vuelta a la pintura de Rafael, o sea al ideal clásico de belleza. En esta misma tendencia podría incluirse La túnica de José, compañera de La fragua de Vulcano y al igual que ésta un excelente estudio de la anatomía masculina que hizo Velázquez al volver de su primer viaje a Italia, o El cristo muerto llevado por los ángeles, una pintura que ha sido atribuida a Le Brun con motivo de esta exposición y que parece estar inspirada en la Piedad Farnese de Annibale Carracci. Si bien las últimas salas están dedicadas a las grandes palas de altar de los Reales Sitios, todavía hay una sorpresa más: el Cristo crucificado que Bernini hizo para el Panteón de El Escorial y que no llegó a colocarse en el lugar para el que lo había encargado Felipe IV. Poco más se puede añadir para explicar que, sin lugar a dudas, esta es una de las mejores exposiciones del año, no sólo por la calidad de sus obras, sino también por el gran trabajo de investigación que hay detrás y que debemos agradecer a su comisario, Gonzalo Radín Michaus.

La Túnica de José (c. 1630-1634) Velázquez. Forma parte de la exposición «De Caravaggio a Bernini».

Pero la influencia de Caravaggio no se limitó a los artistas del sur. La muestra del Museo Thyssen-Bornemisza dibuja una completa genealogía tanto de la Escula de Utrecht, formada en la ciudad holandesa por algunos de sus más fieles seguidores (Hendrick ter Brugghen, Honthorst y Baburen), como de los caravaggistas franceses (Claude Vignon, Simon Vout y Valentin de Boulogne). Además incluye doce obras del propio Caravaggio, entre las que destacan las archiconocidas Muchacho mordido por un lagarto,  Los músicos, La buenaventura o El sacrificio de Isaac, que han venido a Madrid desde sus respectivos museos con motivo de la exposición. Me alegra decir que junto a ellas sobresalen también Santa Catalina, conservada en el Museo Thyssen-Bornemisza, y David vencedor de Goliat, del Museo del Prado, dos obras que Caravaggio y los pintores del norte me han hecho redescubrir en el contexto de la pintura del siglo XVII.

Del mismo modo que debemos contemplar el vuelo de un cometa que excepcionalmente entra en el campo de visión de la Tierra, hay que ver De Caravaggio a Bernini y Caravaggio y los pintores del norte, porque pasarán muchos años hasta que podamos disfrutar de un conjunto tan extraordinario de pintura barroca.

Los músicos (1595). Caravaggio. Forma parte de la exposición «Caravaggio y los pintores del norte».

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