La exposición que presenta la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre muestra con pinturas, dibujos y cerámicas la revolución creativa del fauvismo, el movimiento que entre los años 1904 y 1908 abrió el camino a las vanguardias históricas y del que formaron parte artistas como Matisse, Derain o Dufy.
Si el arte del siglo XIX había oscilado entre los polos opuestos de realismo y romanticismo, el arte de la primera mitad del XX exploró el camino que va del concepto de construcción – racionalismo – a la idea de azar – irracionalismo –. Justo entre ambos esquemas generales se explica el fauvismo, que además de ser la continuación de lo que ya habían comenzado los postimpresionistas – Van Gogh, Gauguin y Cézanne a la cabeza – se convierte en el movimiento en el que se forman algunos de los nombres más importantes del resto de ismos: Georges Braque – padre del cubismo junto a Picasso – y Kees Van Dongen, miembro del grupo expresionista Die Brücke. Por lo tanto podría decirse que esta exposición es la mejor forma para comprender el arte de los primeros diez años del siglo XX, un momento en el que saltan por los aires todos los principios de la pintura europea, y en el que el valor de la verosimilitud – o sea el cuadro como ventana – es sustituido por el de potencia – o sea el cuadro como generador de un mundo propio –.
Todo comenzó en el estudio del simbolista Gustave Moreau, donde coincidieron como aprendices Matisse, Rouault, Manguin, Camoin y Puy. Es aquí donde descubren las posibilidades expresivas de la pintura a través del color, que libre de reflejar la realidad tal y cómo se percibe, la presenta tal y cómo se siente, en un ejercicio de subjetividad sin precedentes. De esta forma un rostro podría ser azul o verde y un cielo amarillo o naranja. El impacto de su propuesta fue equiparable al que había provocado el impresionismo décadas atrás. En una reseña del Salón de Otoño de 1905, el crítico Louis Vauxcelles se refirió a ellos por primera vez como los “fauves”, es decir “las fieras”, por la intensidad de su paleta.
De todos ellos mi preferido es Vlaminck, el más fiel a los rasgos característicos del fauvismo hasta el final de su carrera, con obras en las que el color cobra una fuerza arrolladora – imposibles de fotografiar por cierto –. Deudor de Van Gogh, con quien comparte tanto la temática como la pincelada vibrante, en un momento dado declaró que el cubismo y Picasso estaban conduciendo al arte contemporáneo a un callejón sin salida. En la muestra sobresalen muy especialmente las obras de Camoin, que se revela como uno de los artistas más completos del grupo, hábil en todos los géneros, como demuestran Port de Marseille, Notre-Dame-de-la-Garde o La Saltimbanque au repos.
Esta muestra excepcional, comisariada por María Teresa Ocaña, cuenta con obras de la Tate y del Centro Georges Pompidou e incluye además algunas de los cuadros paradigmáticas del fauvismo, como son los retratos que Matisse y Derain se hicieron mutuamente y que aparecen en todos los manuales de Historia del arte.