Hasta el 9 de abril vuelve a los Teatros del Canal la compañía de danza más divertida del mundo: Les Ballets Trockadero de Monte Carlo. Sus bailarines, todos hombres, interpretan en clave de humor los grandes clásicos del género, de El lago de los cisnes a una pieza coreografiada por Merce Cunningham.
Antes de que se abra el telón, una voz con acento eslavo nos da la bienvenida y nos anuncia que en breves instantes veremos bailar a Nadia Doumiafeyva (Nadia “hazme una favor” en seudoinglés), a Irina Kolestorolikova y a Jacques d’Aniels. Más tarde caemos en la cuenta de que a la palabra Trockadero le sobra la “k” y que Monte Carlo se escribe junto. ¿Pero no eran rusos? No, efectivamente no son rusos. Vienen del Off Off de Broadway y comenzaron en 1974, pero han llegado a actuar el mismísimo teatro Bolshoi de Moscú. Un amigo lleva años diciéndome que debía ir a verlos, que son buenísimos, que no sólo hacen pantomima, que también saben bailar, que saben bailar muy bien. Y así es, porque son bailarines profesionales y además grandes cómicos.
La técnica es perfecta. La pierna siempre colocada en la posición que marca la norma. Bien hechos los arabescos, fouttés, pliés… Y entonces aparecen las muecas, los movimientos espontáneos y los accidentes calculados con precisión que sirven para subrayar los clichés del ballet. De alguna manera me hace recordar ese mítico Vals del error ideado por el coreógrafo Jerome Robins, autor de los bailes de West Side Story, pero Los Trocks tienen en realidad otra intención. Los Trocks, nombre con el que se les conoce popularmente, no son una parodia del arte de la danza, tan refinado y exquisito, sino de los roles de género que hemos heredado de la tradición: la idea equivocada de una feminidad relamida y una masculinidad heroica. Como se ha dicho en otras ocasiones son un espectáculo camp, es decir irónico, exagerado y kitsch, y al mismo tiempo un espectáculo basado en un conocimiento profundo del ballet.
Ayer, cuando veía las cinco piezas que traen ahora a Madrid (El lago de los cisnes de Chaikovski, Patterns in space de Cage, La Esmeralda de Cesare Pugni, El cisne de Saint-Saens y Don Quijote de Ludwig Minkus) pensé en Melinda y Melinda, una película en la que Woody Allen nos cuenta la misma historia en clave de comedia y en clave de tragedia simultáneamente. También Les Ballets Trockadero de Monte Carlo nos hacen desternillarnos con los grandes clásicos de la danza sin que estos pierdan su valor estético, porque una situación idéntica puede dar lugar a la carcajada o al llanto.