La N@ave. Foto: Álvaro López.

Esta semana La N@ve acoge el “Foro Mundial sobre las violencias urbanas y educación para la convivencia y la paz”, por lo que me he acercado a visitar Villaverde, antiguo municipio que fue absorbido por Madrid en 1954 y que hoy es uno de los veintiún distritos que conforman la ciudad. Con alrededor de 140.000 habitantes, más grande que muchas capitales de provincia, mantiene una identidad propia y distinta a la del resto de la capital, como he podido comprobar a través de este paseo que discurre entre paisajes fabriles reconvertidos y el entorno de la vega del Manzanares.

Entre las décadas de 1950 y 1980, Villaverde fue un importantísimo foco industrial. Aunque hoy hayan desaparecido ya muchas de las fábricas en las que trabajaron buena parte de los vecinos del distrito, todavía permanecen en pie algunas de las chimeneas, naves y depósitos de agua que dan cierta personalidad a su horizonte. Las vías del tren, que cruzan de punta a punta este enclave en el que estuvieron diversas instalaciones ferroviarias desde finales del siglo XIX, y los descampados surgidos tras el desmantelamiento de los polígonos ofrecen enormes espacios vacíos que me sorprenden nada más llegar.

Pero Villaverde no se diferencia únicamente por su paisaje, también por sus ciudadanos. Escenario de fuertes movimientos vecinales desde hace más de cincuenta años, el distrito está marcado por un claro sentimiento de periferia. Pese a estar a 15 minutos en tren de la Puerta del Sol, allí todavía se oye eso de “vamos a Madrid”. Y es que la memoria de haber sido pueblo antes que distrito está grabada en su ADN. El casco viejo es Villaverde Alto, conformado por un puñado de casas entorno a una Plaza Mayor. Su callejero nos habla de un pasado rural: “Palomares” o “Parvillas”, nombre con el que se conoce la mies tendida en las eras para trillarla. Muy cerca de allí, en el arbolado Paseo de Alberto Palacios, se encuentra el Mercado Municipal, donde es posible encontrar productos frescos y de primera calidad y la iglesia de San Andrés, con sus característicos muros de aparejo toledano.

Puente de Colores. Boamistura.

Sin embargo, si hubiera que elegir un símbolo para Villaverde, yo apostaría por La N@ve de la desaparecida fábrica Boetticher y Navarro, especializada en producir ascensores, escaleras mecánicas, turbinas o compuertas. Hoy aloja un centro de inspiración, educación e innovación abierta en el que se dan cita los agentes de la sociedad (ciudadanos, emprendedores, empresas, PYMEs, estudiantes, universidades etc…) y que ha sido reformado por el estudio de arquitectos Ch+Qs. Se trata del ejemplo más del reciclaje que está transformando todo el distrito, a veces a través de iniciativas más sencillas, como las de Intermediæ o la Junta Municipal y Madrid Activa que han decidido pintar las medianeras de algunos edificios para darles otro aire. Por su parte, en el barrio de San Cristóbal, debajo  del viaducto sobre el que discurre la Avenida de Andalucía, Boamistura ha creado un espacio de convivencia en el que ocasionalmente se organizan actividades vecinales y que se reconoce tanto por sus muros de colores como por sus estructuras de madera.

Como su propio nombre indica el distrito cuenta con importantes zonas verdes. Además del Parque de Plata y Castañar y el Parque de la Dehesa Boyal, conocido popularmente como el “Parque de los pinos” y lleno de ardillas, el Parque lineal del Manzanares se prolonga a lo largo de los márgenes del río desde Usera hasta Getafe. En paralelo discurre el Canal Real y el camino del malecón, un agradable paseo por una zona semiurbana en la que es posible ver conejos, zorros, abubillas, gallinetas o azulones entre otras especies que pueblan las riveras. ¡Parece mentira que pueda llegarse hasta aquí en metro! ¡Parece mentira que estemos en Madrid!

Río Manzanares. Foto Villaverde.

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