Figura indiscutible de la literatura universal, icono de las libertades individuales – también de las libertades LGTB –, símbolo de la Edad de Plata y de las víctimas de la Guerra Civil, Federico García Lorca vivió de forma intermitente en nuestra ciudad desde 1919. Hasta el 27 de julio puede verse en la Residencia de Estudiantes una exposición que repasa los años en Madrid del más conocido poeta español.
A finales de la década de 1920 se había extendido en los entornos intelectuales la idea de que se podría escribir un libro con las aventuras de Lorca en la Residencia de Estudiantes, lugar en el que vivió el escritor aproximadamente diez años. De todas estas aventuras, en una entrevista de Ernesto Giménez Caballero para “La Gaceta Literaria”, el escritor recordaría la siguiente: “Un día nos quedamos sin dinero Dalí y yo. Hicimos en nuestro cuarto de la Residencia un desierto. Con una cabaña y un ángel maravilloso (trípode fotográfico, cabeza angélica y alas de cuellos almidonados). Abrimos la ventana y pedimos socorro a las gentes, perdidos como estábamos en el desierto. Dos días sin afeitarnos, sin salir de la habitación. Medio Madrid desfiló por nuestra cabaña”. Este juego entre dos jóvenes geniales, una performance anticipada a su tiempo, es sólo una muestra de la burbujeante creatividad de dos estudiantes indisciplinados que habían venido a estudiar a Madrid. Mucho se ha especulado sobre el tipo de amor que unió al pintor y al poeta. Pero bajo mi punto de vista sería una gran equivocación tratar de poner etiquetas a una relación tan sofisticada como la personalidad de sus protagonistas. A esta pareja debemos sumar otros dos personajes inclasificables con los que también coincidieron en la Residencia: Pepín Bello, el mejor cronista de aquella época, y Luis Buñuel, el gran director de cine. Precisamente este último se referiría en su autobiografía, Mi último suspiro, al carisma extraordinario del poeta: “De todos los seres vivos que he conocido, Federico es el primero. No hablo ni de su teatro ni de su poesía, hablo de él. La obra maestra era él. Me parece, incluso, difícil encontrar alguien semejante. Ya se pusiera al piano para interpretar a Chopin, ya improvisara una pantomima o una breve escena teatral, era irresistible. Podía leer cualquier cosa, y la belleza brotaba siempre de sus labios. Tenía pasión, alegría, juventud. Era como una llama”.
La exposición que ahora se presenta, comisariada por Andrés Soria Olmedo, reúne un amplio conjunto de documentos que ilustran las relaciones personales y profesionales que surgieron a la sombra de la “Colina de los chopos”, nombre con el que Juan Ramón Jiménez bautizó el cerro sobre el que se eleva la Residencia de Estudiantes. Desde las cartas y telegramas en las que Lorca cuenta a sus padres que todo iba bien en Madrid a la correspondencia con muchos de los intelectuales de su generación: Emilio Prados, Benjamín Palencia, Guillermo de la Torre o Vicente Aleixandre entre muchos otros. Junto a los dibujos del propio Lorca, algunos de los cuales expone en la Galería Dalmau de Barcelona en 1927, se presentan los de su admirada Norah Borges y los de José Caballero, que años después formaría parte de la compañía de teatro universitario La Barraca dirigida por el poeta. También hay fotografías, primeras ediciones, manuscritos y cuadros como los de José Moreno Villa, tutor de la Residencia, o los que Salvador Dalí regala a Lorca para que ponga en su propia habitación.
Por todo esto el título de “Una habitación propia”, como la del ensayo de Virginia Woolf, como la de Lorca en Madrid, donde pudo escribir algunas de sus obras más reconocidas de esos años: El maleficio de la mariposa, El romancero gitano, María Pineda… Una habitación propia como la que está recreada de forma permanente en uno de los pabellones de la Residencia de Estudiantes y que puede verse a través de una de sus ventanas. La exposición sin embargo sólo podrá verse hasta el 27 de julio. ¡Deliciosa!