Está Madrid en estos días salpicado de estilizadas reproducciones de meninas velazqueñas de un metro ochenta de altura. Han brotado con las lluvias de primavera y gracias al proyecto Meninas Madrid Gallery, que ha encargado ochenta versiones de este icono de la cultura española a personalidades de muy distintos ámbitos: desde Alejandro Sanz a Josefina Miralles, pasando por los hermanos Torres, entre muchos otros.
La muestra persigue sacar el arte a las calles, en un formato mucho más asequible que esa otra gigantesca menina de Manuel Valdés que se alza rotunda en la rotonda de acceso a Alcobendas. También conseguir que indígenas y foráneos nos interesemos por el original, el cuadro de Diego Velázquez que se exhibe en el Museo de El Prado. Una pintura elevada a la categoría de obra maestra y que, pese a su popularidad, aún guarda secretos sorprendentes.
Las Meninas nos presenta a once personajes de la corte, como José Nieto, recortado sobre la puerta del fondo, los reyes Felipe y Mariana, reflejados en un pequeño espejo, y al propio artista. Lleva Velázquez una llamativa Cruz de Santiago en el pecho que hubo de ser forzosamente añadida al cuadro años después, ya que en el momento de pintarse, en 1656, aún no era caballero de esa Orden.
En el centro de la composición aparecen las sirvientas o meninas Isabel de Velasco y Agustina Sarmiento, ofreciendo un curioso objeto a la infanta Margarita, de apenas cinco años pero ya prometida a su tío Leopoldo I, a quien se enviaban regularmente retratos de la niña para que se hiciera idea de su belleza.
El objeto que se ofrece en bandeja de plata a la infanta Margarita es un búcaro, una jarra de un barro poroso muy popular en el Siglo de Oro. Se supone que perfumaba y hacía más refrescante el agua, además de ayudar a mantener la palidez del cutis, que no eran amantes entonces ni de los rayos UVA ni de tostarse al sol. Pero, además de estas virtudes, la nobleza de la época le encontró a la arcilla otras utilidades. Llegó a ser una obsesión para muchas damas mordisquear trozos de ese barro al que se tenía por calmante durante la menstruación, mágico método anticonceptivo y, atención, dotado de propiedades alucinógenas.
El caso es que los estudiosos no se ponen de acuerdo en el misterio de si esta escena, en apariencia banal, es la que está reflejando el artista sobre el gran lienzo que aparece en el cuadro. Puede tratarse de ese momento en concreto, claro, pero también de cualquier otro motivo. Como Velázquez mira fijamente al frente, podría ser que los reyes estuvieran posando para él o que el artista estudiara su propia imagen en un espejo para firmar un autorretrato.
Por no descartar ninguna idea, y si se permite la broma, hay otra posibilidad más inquietante, a medias entre lo poético y el argumento de película de ciencia ficción. Que, de algún modo y desde entonces, Velázquez esté en realidad pintando sin descanso a quienes nos detenemos a mirar su cuadro.