Resulta imposible reseñar en un solo post las biografías de las grandes escritoras que han vivido en Madrid. Este es el primero, de una serie de artículos con los que a partir del 8 de marzo, día de la mujer, queremos dar algunas pinceladas sobre aquellas autoras cuya producción literaria ha estado estrechamente ligada a nuestra ciudad. Tal vez podamos comenzar en el Siglo de Oro, en el Madrid de Sor Marcela de San Félix (1605-1687). La autora de poemas y dramas religiosos fue hija de Lope de Vega y de la actriz Micaela de Luján y monja en el Convento de las Trinitarias Descalzas –el mismo en el que descansan los restos mortales de Miguel de Cervantes–. Ubicado en el Barrio de las Letras, este bello edificio barroco tiene en su fachada trasera (la que da a la calle de las Huertas) una placa que recoge los versos de la escritora: “Todo cuanto el mundo ofrece / en sus vanas esperanzas / apenas son apariencias / pues, al comenzar, acaban”. Los especialistas han señalado la mordacidad de su obra. Sabemos que la unía una estrecha relación con su padre. «El Fénix de los Ingenios» vivió a escasos metros del convento, en una casa con huerto convertida hoy en un museo.
A medio camino entre los siglos XVII y XIX y en un contexto de turbulencias políticas (Guerra de la Independencia, monarquía absolutista de Fernando VII y Guerras Carlistas) surge la voz –irónica, fresca y divertida–de Vicenta Maturana (1793-1859). Ella fue camarista de la reina consorte María Josefa Amalia de Sajonia, a la que llegaron a atribuirse algunos de los poemas de la escritora. El Palacio Real y “El reservado” de El Buen Retiro son el Madrid que ella conoció. ¡No es difícil imaginarla asomada desde alguna de los balcones que dan a la Plaza de Oriente o tomando el café en el fastuoso salón Gasaprini!
Un Madrid muy diferente fue el de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873). La escritora nació en Cuba, pero desarrolló buena parte de su carrera literaria en España. Entre sus novelas destacan Sab, la primera obra abolicionista en lengua española, y Dos mujeres, en la que defiende el divorcio. (Hoy resulta increíble que ésta segunda fuera publicada a principios de la década de 1840, casi un siglo antes de que la Segunda República lo legalizara por primera vez en nuestro país). Sus poemas fueron premiados por el Liceo Artístico y Literario, que ocupaba algunos salones del Palacio de Villahermosa, actual sede del Museo Thyssen-Bornemisza, y sus dramas –especialmente Saul y Baltasar– alcanzaron un éxito extraordinario en los teatros. Gertrudis Gómez de Avellaneda se postuló como candidata a ocupar un sillón vacante en la Real Academia Española, pero fue rechazada. El Museo Lázaro Galdiano conserva un fantástico retrato de la autora pintado por Federico de Madrazo.
De la misma generación que Gertrudis Gómez de Avellaneda es Carolina Coronado (1820-1911). Ambas fueron las poetas con una trayectoria más interesante de la “Hermandad lírica”, un grupo de escritoras entre las que se encontraban también Amalia Fenollosa, Manuela Cambronero, María Cabezudo Chalons, María Josefa Massanés o Ángela Grassi. Todas publicaban habitualmente en El pensil del Bello Sexo, suplemento de la revista El Genio. En relación a dicha sororidad, la autora escribió una vez: “enlazan sus raices / a la planta compañera, / y viven en la ribera / sosteniéndose entre sí”. Coronado también frecuentó el Liceo Artístico y Literario a partir 1848, año en el que tras una crisis nerviosa se traslada a Madrid, y también posó para Federico de Madrazo. Su retrato, que se conserva en el Museo del Prado, está teñido de cierta melancolía y es probable que la causa fuera el reciente fallecimiento de su hijo. Amiga personal de la reina Isabel II, en 1852 se casó con Justo Horacio Perry Sprgane, secretario de la Embajada de los EE.UU en España. En su casa, primero en la calle Alcalá y luego en Sagasta, mantuvieron un cenáculo literario y musical. En aquellos años y debido a su catalepsia crónica sufrió varias “muertes aparentes”, que incluso fueron recogidas en la prensa de la época. Esto puede darnos una idea de su inmensa popularidad entonces. Pese a sus ideas liberales, con el estallido de la Revolución Gloriosa en 1868, se trasladó a Lisboa. Su poema A la abolición de la esclavitud en Cuba sería leyó públicamente ese mismo mes de octubre, lo que provocaría un enorme escándalo en el ambiente de la corte. El Museo del Romanticismo conserva varios objetos que la pertenecieron, entre los que destacan un abanico de plumas y un precioso escritorio de taracea. Esta misma institución exhibe un retrato realizado por Valeriano Domínguez Bécquer de Fernán Caballero (1796-1877), nombre con el que firmó sus novelas Cecilia Böhl de Faber, autora de La Gaviota. Aunque no vivió en Madrid, es imposible no mencionarla en este relato sobre las grandes escritoras españolas.
Fernán Caballero mantuvo una interesante correspondencia con Rosalía de Castro (1837-1885), a la que llamó “el ruiseñor de Galicia” y que sin embargo sí viviría varios años en Madrid. Aquí conoció a su futuro marido, Manuel Murguía, con quien se casaría en la Iglesia de San Ildefonso. Residía en la cercana calle de la Ballesta, en el barrio de Malasaña, hasta que juntos se marcharon a Simancas, en la provincia de Valladolid, donde escribiría Follas Novas.
Hasta aquí la primera entrada de una serie que quiere mostrar el Madrid de las escritoras. Las calles, plazas y jardines que fueron el escenario de su vida y los museos en los que hoy se conserva su memoria. En la próxima entrega comenzaremos el recorrido con la gran Emilia Pardo Bazán.