Hasta el 24 de febrero puede verse en el Teatro Real una originalísima puesta en escena de La flauta mágica de Mozart. Ideada por Barry Kosky y el Colectivo 1927 (Suzanne Andrade & Paul Barritt) para la Komische Oper de Berlín, el espectáculo devuelve con los recursos artísticos propios del cine mudo y el cómic la frescura con la que el público recibió esta singspiel -ópera popular- en 1791. Se trata de una producción fantástica y no sólo para iniciados.
Pocos personajes de la historia del teatro musical son tan conocidos como la Reina de la Noche o el divertidísimo Papageno -versión germana del Arlequín de la commedia dell’arte-, quienes, acompañados siempre por un leitmotiv que muchos de nosotros podríamos tararear con los ojos cerrados, se han convertido en iconos pop de la cultura europea, equiparables a la Mona Lisa o Don Juan Tenorio. Por esto mismo es perfectamente justificable que, sin perder un ápice de su calidad musical -la dirección en este sentido ha corrido a cargo de Ivor Bolton- La flauta mágica se convierta en un simpático álbum ilustrado en movimiento.
Tal y como sucedía en las películas Mary Poppins o ¿Quién engañó a Roger Rabbit? -no puedo dejar de mencionarlas porque es lo primero que me vino a la cabeza-, los cantantes actúan dentro de un universo de dibujos animados que no desdeñan ni humor ni la caricatura. Sin embargo las proyecciones que iluminan la enorme pantalla de El Real -transformado durante tres horas en un cine de principios del siglo XX- hacen guiños a los collages de Max Ernst y Hannah Höch, al El gabinete del doctor Caligari y Metrópolis –dos de los filmes más conocidos del expresionismo alemán-, a los extraños niños dibujados por el artista Henry Darger, o a la estética steam punk, es decir el “futurismo victoriano” que de vez en cuando vuelve a ponerse de moda -una amiga me recuerda el espectacular videoclip Tonight, tonight de Los Smashing Pumpkins-.
Sin duda uno de los mayores aciertos de la puesta en escena es haber convertido las partes habladas en las características didascalias del cine mudo. Hay momentos en los que este montaje de La flauta mágica -con sus silencios y su iluminación en claroscuro, una estudiada gestualidad de los cantantes y del sentido del movimiento- nos hace olvidar que estamos en el Teatro Real y que estamos escuchando música. Puede que las ilustraciones de Paul Barritt acaparen buena parte del protagonismo, pero también sirven para subrayar a un elenco entregado a uno de los títulos fundamentales del repertorio clásico. ¡Disfruten de La flauta mágica hasta el 24 de febrero en el Teatro Real!