Convento de las Trinitarias. Foto de Álvaro López del Cerro.

Además de en el Panteón de Hombres Ilustres y en los cementerios de Madrid, algunas de las personalidades más relevantes de nuestra historia yacen en las iglesias de la capital, que hasta el siglo XIX fueron lugar de enterramiento habitual de muchos ciudadanos pudientes. Varias de las tumbas, sepulcros y cenotafios que forman  parte de esta ruta son obras de arte de incalculable valor y otras son el testimonio en piedra del paso del tiempo. Es posible visitarlas en cualquier momento del año, pero conviene consultar antes el horario de cada uno de los templos.

El cuerpo incorrupto de San Isidro Labrador, patrón de Madrid, descansa hoy junto al de su esposa, Santa María de la Cabeza, en la colegiata que lleva su nombre. Se cuenta que tras la batalla de las Navas de Tolosa, Alfonso VIII quiso pasar por Madrid para agradecer a la villa su apoyo y aquí visitó los restos mortales del santo varón. Al verlo quedó impactado, no sólo por su metro ochenta de estatura, sino porque aseguró que tenía la cara idéntica a la de un pastor que les había guiado durante la contienda, entre los riscos y los cotos de Sierra Morena. Para agradecérselo, el rey castellano encargó un arca, que a finales del siglo XIII fue sustituida por la que hoy se conserva en la Catedral de la Almudena y que está pintada sobre cuero con escenas de sus milagros.

Arcón de San Isidro. Catedral de la Almudena. Foto de Álvaro López del Cerro.

Altar mayor con los restos San Isidro y Santa María de la Cabeza. Colegiata de San Isidro. Foto de Álvaro López del Cerro.

Podemos afirmar, sin riesgo a parecer exagerados, que el arca de San Isidro era la obra de arte más valiosa que hubo en la villa hasta el siglo XVI. Fue a partir de las frecuentes estancias de Enrique IV en el Monte del Pardo y, posteriormente, gracias a las numerosas visitas con las que los Reyes Católicos la premiaron, cuando Madrid empezó a asomar la cabeza entre las plazas, hasta entonces mucho más importantes, de Toledo, Segovia, Burgos o Valladolid. La familia de los Vargas tuvo mucho que ver con este auge que acabaría convirtiendo el antiguo Magerit musulmán en la sede permanente de la Corte un siglo después. Si Fernando Vargas fue secretario del rey Católico, que acuñó el eufemismo de «Averigüelo Vargas» para decir «cúmplase», su hijo Gutierre de Vargas y Carvajal fue uno de los teólogos más influyentes de su época y obispo de Plasencia, de aquí el nombre que lleva la capilla de la Iglesia de San Andrés que encargó a Francisco Giralte en 1547 para enterrarse junto a su padres. A este monumental conjunto escultórico, una de las obras maestras del Renacimiento en España, se accede por un pequeño claustro desde la Plaza de la Paja. Sorprende el dominio del alabastro en el tratamiento de las estofas y la viveza de los ángeles músicos. El escultor, que había trabajado en el taller de Alonso Berruguete, también hizo el espectacular retablo en madera policromada.

Capilla del Obispo. Foto de Álvaro López del Cerro.

Tumba de Gutierre de Vargas y Carvajal. Capilla del Obispo. Foto de Álvaro López del Cerro.

De la misma época son los sepulcros de una pareja en la que confluyen las dos grandes virtudes del Renacimiento según Castiglione: el éxito en las armas y la vocación por las letras. Mientras Francisco Ramírez, apodado «El Artillero», era conocido por sus victorias en la guerra de Granada, su esposa, Beatriz Galindo, era la preceptora de Isabel la Católica y de sus hijos, a los que enseñó gramática y latín, de aquí el nombre de «La Latina», con el que ha acabado conociéndose el barrio en el que ella misma fundó un hospital. De dicha institución provienen sus cenotafios –nunca sirvieron para guardar cuerpo alguno– en alabastro que hoy se exhiben en la casa Museo de San Isidro. (Los restos de la humanista están en las Concepcionistas Jerónimas de El Goloso y los del militar nunca llegó a encontrarse).

Beatriz Galindo y Esposo. Museo de San Isidro. Foto de Álvaro López del Cerro.

Iglesia de San Sebastián. Foto de Álvaro López del Cerro.

Durante el Siglo de Oro, lo que quedaba más allá de la Puerta del Sol, donde hasta entonces sólo había huertas, se convirtió en el escenario de la farándula. Aquí no sólo estaban los corrales de comedias de la Cruz, la Pacheca y el Príncipe –donde hoy se levanta el Teatro Español–, sino que además la esquina de la calle León con la del Prado fue el Mentidero de Representantes, lugar en el que se cerraban los contratos del show business de la época. En el nuevo barrio, que empezó a llamarse de «Las Musas» o de «Las Letras», vivieron Quevedo, Góngora, Lope y Cervantes. El autor de El Quijote fue inhumado en el vecino Convento de las Trinitarias en 1616 por expreso deseo del mismo, dado que habían sido los monjes de esta orden los que le liberaron de su cautiverio en Argel. Además, entre estas paredes, vivió en clausura su hija natural, sor Isabel Saavedra. Aquí coincidiría la joven con otra descendiente de personas ilustres, Sor Marcela San Félix, nacida de la unión entre Lope de Vega y la actriz Micaela de Luján, y también ella ilustre escritora como el padre. Ambas descansan hoy en la cripta de la iglesia.

Acceso a la cripta del Convento de las Trinitarias. Foto de Álvaro López del Cerro.

Vista general de la «cripta de los arquitectos» en la Iglesia de San Sebastián. Foto de Álvaro López del Cerro.

Por su parte Lope de Vega, el «Fénix de los ingenios», fue enterrado en la parroquia de San Sebastián, que contaba con una capilla perteneciente a la Cofradía de los comediantes de la Virgen de la Novena. Sus restos pasaron a la fosa común pocos años más tarde y hoy no se sabe exactamente donde se encuentran. Tampoco se sabe qué pasó con los cadáveres del cementerio que estaba a la puerta de la iglesia, en el lugar donde ahora hay una floristería. Cuenta la leyenda que una noche José Cadalso trató de exhumar de este camposanto el cuerpo de su amada, la actriz María Ignacia Ibáñez, conocida como «La Divina», algo que más tarde el escritor evocaría en Noches lúgubres, una de las obras más significativas del prerromanticismo en España. Aunque hoy se considera que el propio autor aireó este acto de necrofilia para dar popularidad al libro. No podemos abandonar la Iglesia de San Sebastián sin visitar la preciosa Capilla de Nuestra Señora de Belén, sin duda el espacio mejor preservado de este templo que fue primero saqueado y después parcialmente destruido durante la Guerra Civil. Aquí yacen las dos figuras más importantes de la arquitectura española del siglo XVIII, Juan de Villanueva y Ventura Rodríguez –a quién se debe su aspecto actual–, motivo por lo que a este panteón también se le conoce como la «Capilla de los arquitectos».

Capilla y Cripta de Arquitectos. Iglesia de San Sebastán. Foto de Álvaro López del Cerro.

Nicho de Juan de Villanueva. Cripta de Arquitectos. Iglesia de San Sebastián. Foto de Álvaro López del Cerro.

La suerte de los pintores de cámara, que tanto protagonismo tuvieron en la Corte, es muy distinta. Velázquez, aposentador real de Felipe IV, fue enterrado en la iglesia de San Juan Bautista, de la que hoy sólo quedan los cimientos en la Plaza de Ramales. Se demolió en tiempos de José Bonaparte para ventilar el viejo Madrid de los Austrias, en una época en la que también se sacaron los cementerios de la ciudad. Una cruz recuerda que aquí estuvo el cuerpo del autor de Las Meninas. Goya, retratista de Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, murió en Burdeos y allí fue inhumado junto a su amigo Martín Miguel Goicochea. En 1919 trajeron sus restos mortales por iniciativa del cónsul español, Joaquín Pereyra. La sorpresa fue que nunca apareció su cabeza, posiblemente robada por algún investigador de la frenología. Hoy, su tronco y sus brazos yacen en la Ermita de San Antonio de la Florida, que él mismo decoró con unos frescos que narran uno de los milagros del santo lisboeta. Por su parte, el músico Tomás Luis de Victoria fue enterrado en el Monasterio de las Descalzas Reales, del que fue organista durante más 24 años, muchos de ellos al servicio de la emperatriz María de Austria.

Plaza de Ramales. Foto de Álvaro López del Cerro.

Frescos de San Antonio de la Florida. Francisco de Goya.

Del cuerpo de los monarcas, sin embargo, casi nunca se pierden ni la pista ni los miembros. Los que forman parte de las Casas de Austria y de Borbón están en la Cripta del Monasterio de El Escorial, junto a las reinas que han sido madres de otros reyes y al lado del Panteón de los Infantes. Hay dos excepciones a esta regla: Felipe V decidió ser enterrado en el Palacio Real de La Granja, lugar en el que se refugiaba largas temporadas para paliar su melancolía, y Fernando VI yace junto a su esposa Bárbara de Braganza en el Convento de las Salesas Reales, lugar al que se retiraría tras enviudar. Hoy, este espectacular edificio dieciochesco, obra de Francisco Moradillo y François Carlier, es sede del Tribunal Supremo y su iglesia es una de las parroquias preferidas por muchos madrileños para casarse, debido a sus imponentes escaleras en las que todo vestido de boda parece lucir más. En su interior destacan los mausoleos de esta pareja, que pasó a la historia como uno de de las más románticas de toda la monarquía española. Los esculpieron Francisco Gutierrez y Juan León a partir de un diseño de Francisco Sabatini y por encargo de Carlos III. Los dos globos terráqueos que coronan el monumento del rey hacen referencia a la dimensión universal de la monarquía hispánica.

Exterior Iglesia de Santa Bárbara. Foto de Álvaro López del Cerro.

Iglesia de Santa Bárbara. Mausoleo de Fernando VI. Foto de Álvaro López del Cerro.

En la Iglesia de las Salesas también se encuentra el monumento funerario de Leopoldo O’Donell, ministro en varias ocasiones durante el reinado de Isabel II. Obra del escultor Jerónimo Suñol, a quién también se debe el Monumento a Colón al final del Paseo de Recoletos, esta tumba evoca a algunas de las más hermosas del Renacimiento. Si bien antes nos referíamos a la Capilla del Obispo, en este caso el modelo hay que buscarlo en la Capilla de la Universidad de Alcalá de Henares, donde se encuentra el espectacular túmulo de Domenica Fancelli dedicado al Cardenal Cisneros.

Tumba de O’Donnell. Iglesia de Santa Bárbara. Foto de Álvaro López del Cerro.

Exterior Basílica de la Concepción. Foto de Álvaro López del Cerro.

En el siglo XIX dejó de ser frecuente enterrarse en las iglesias, pero todavía la Basílica de la Concepción, un edificio neogótico en pleno Barrio de Salamanca, se construyó con una cripta donde reposan algunos miembros destacados de la burguesía y la nobleza. Entre ellos la escritora Emilia Pardo Bazán, que vivió entre el Pazo de Mirás y Madrid o el periodista Torcuato Luca de Tena y Álvarez de Ossorio, fundador del semanario Blanco y Negro y su nieto Torcuato Luca de Tena Brunet, autor de la popular novela Los renglones torcidos de dios.

Cripta Emilia Pardo Bazán Basílica de la Concepción. Foto de Álvaro López del Cerro.

Cripta Emilia Pardo Bazán. Basílica de la Concepción. Foto de Álvaro López del Cerro.

También la Catedral de la Almudena se proyectó desde el principio con una cripta que cumpliera esta función y que hoy es la parte más antigua del edificio –a ella se accede por la calle Mayor, pasado ya Bailén–. De estilo neorománico en una de sus capillas está el Marqués de Cubas, primer arquitecto de un edificio que finalmente se levanto gracias a la perseverancia infatigable de la reina María de las Mercedes. Cuando antes nos referíamos al amor de Fernando VI y Bárbara de Braganza, obviamos que habría que esperar más de cien años para encontrar algo parecido: el flechazo de Alfonso XII y esta joven que, al no darle descendencia al rey, en lugar de en El Escorial, hoy espera la eternidad bajo la Virgen de la Almudena. En el Museo de la Catedral se conserva un boceto del mausoleo dedicado a la reina que nunca llegó a levantarse.

Tumba de María de las Mercedes. Catedral de la Almudena. Foto de Álvaro López del Cerro.

Proyecto de mausoleo para María de las Mercedes. Cortesía del Museo de la Almudena.

Como vemos, muchos de los hombres y mujeres que aparecen en este itinerario por las iglesias de Madrid fueron personas marcadas por el genio o la obsesión, la fama y el poder. Escritores, arquitectos, artistas, santos y reyes que rompieron moldes. Esta es también la historia del Doctor González Velasco, fundador en 1875 del Museo Nacional de Antropología, un templo para la ciencia con pórtico de columnas incluido. Tal era el amor del médico por su proyecto que quiso enterrarse en este edificio. En 1943, a los conservadores debía parecerles poco decorosa la idea de tener una tumba en el museo y sus restos fueron trasladado al Cementerio de San Isidro, junto a los de su esposa e hija, que había muerto a causa de un purgante que él mismo le dio para curarla del Tifus. Cuenta la leyenda, repetida una y mil veces en las tertulias literarias de Madrid y recogida entre otros por Ramón J.Sender, que el doctor la embalsamó para poder seguir tratándola como si estuviera viva. Dicen que a veces se veía pasar una berlina con las cortinas echadas, dentro de la que se encontraban el padre y la hija difunta.

Museo Nacional de Antropología. 1903. Biblioteca Digital Memoria de Madrid.

Una vez hecha esta ruta, siempre hay tiempo para volver a los cementerios de Madrid y al Panteón de Hombres Ilustres, que no sólo reúnen una valiosa colección de escultura funeraria, sino también son testimonio en piedra de la historia de España.

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