El pasado mes de abril el Teatro de la Zarzuela se quedó con ganas de estrenar esta nueva producción de Luisa Fernanda, que llega ahora bajo la dirección escénica del prestigioso regista Davide Livermore. Hasta el 14 de febrero podremos viajar a un Madrid en el que la convulsión política y la pasión amorosa no se daban ninguna tregua, y lo haremos además al ritmo de una de las partituras más populares del género lírico español, compuesta por el maestro Moreno Torroba.
Luisa Fernanda se estrenó en el Teatro Calderón de Madrid en 1932, un año después de la proclamación de la Segunda República. Sin duda estos aires de cambio se colaron entre las palabras de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, que firman un libreto ambientado en tiempos de la Revolución Gloriosa, la que en 1868 obligó a la reina a tomar el camino del exilio, como décadas más tarde le sucedería a su nieto Alfonso XIII. La intuición de Davide Livermore, que ha inaugurado las dos últimas temporadas de La Scala de Milán, le lleva a dar un salto en el tiempo y ubicar a los personajes en los agitados años treinta, cuando se escribe este título universal de la zarzuela, representado en tantas ocasiones en España y en Latinoamérica.
Luisa Fernanda sigue enamorada de Javier Moreno, un joven que antes de marchar a la guerra la cortejó. Ahora acaba de volver a Madrid convertido en coronel y éste no le presta demasiada atención. Mientras tanto Vidal, un hacendado extremeño, trata de conquistar a la protagonista. La función comienza en el Cine Doré, actual sala de proyecciones de la Filmoteca Nacional. A partir de entonces asistimos a un folletín que salta de la pantalla al escenario, como si el mundo fuera una mera imitación de lo que nos cuentan las películas. En efecto, los personajes se presentan igual que las estrellas del celuloide, con créditos y afiches, pero luego les vemos pulular por la Verbena de San Antonio o la plazuela de San Javier, en el Madrid de los Austrias. Esta licencia de Davide Livermore sirve para recordarnos que la época dorada de la zarzuela coincidió con los primeros años del invento de los hermanos Lumière, y que fueron muchos los títulos que se adaptaron al séptimo arte.
Dice Karel Mark Chichon, director musical de este espectáculo, que Luisa Fernanda es «la última gran zarzuela romántica, y debe mucho a las obras maestras de la zarzuela grande y del género chico que la precedieron». Añade que la partitura de Moreno Torroba combina «la gracia y colorido de la música española con la elegante comedia vienesa y el verismo de la ópera italiana». Entre melodías tan pegadizas como el dúo Caballero del alto plumero, la bellísima Mazurca de las sombrillas o la romanza Ay mi morena -que es inevitable acompañar con el movimiento de los labios mientras la oímos-, se repite un leitmotiv que salpica de melancolía y emoción los ambientes del Madrid castizo. Sorprende la agilidad para crear estampas costumbristas, como la del cacharrero de Andújar del primer acto y que parece ensamblada como si fuera el recorte de un collage.
El reparto es más que solvente: Yolanda Auyanet y Maite Alberola en el papel de Luisa Fernanda, Juan Jesús Rodríguez y Javier Franco como Vidal, Rocío Ignacio y Leonor Bonilla como Carolina y Jorge de León y Alejandro del Cerro como Javier. Pese a que el coro titular del Teatro de la Zarzuela se ve obligado a cantar enmascarados, por motivos que todos conocemos, defienden sobradamente su parte. Merecen una mención especial tanto la apabullante escenografía de Giò Forma, al que no le basta con sacar a los personajes de la pantalla sino que se empeña en calzar sobre el escenario el Cine Doré en su conjunto, como la coreografía de Nuria Castejón, que tiene un enorme protagonismo en números que nos pueden recordar a los de una revista, aunque tal vez sea debido al vestuario uniformado de Mariana Fracasso.
Luisa Fernanda es uno de esos títulos que vuelven, de los que cada generación se apropia para hacer suyos y pare hacerle hablar de sus inquietudes y miedos. La historia es muy sencilla, la música tiene la frescura de ayer. Hay un momento en el que tal vez pensemos que Davide Livermore ni siquiera nos esté hablando de los años treinta, ni de 1868, sino de hoy, de lo que sucede en el Teatro de la Zarzuela en 2021, cuando los personajes salen de la pantalla y cruzan el telón de la ficción.