Goethe pensaba que «si toda la poesía del mundo desapareciera, sería posible reconstruirla a partir de El príncipe constante», como escribió en una carta dirigida a Schiller en 1804. Ahora, la Compañía Nacional de Teatro Clásico estrena en Madrid el conocido título de Calderón de la Barca, bajo la dirección de Xavier Albertí y con Lluís Homar en el papel del infante Don Fernando.
El rey de Portugal ha decidido conquistar la ciudad de Tánger y al frente de su ejército envía al infante Don Fernando, que en un primer asalto perdona la vida a Muley Hasán, su rival marroquí en el campo de batalla. Más tarde la suerte no correrá de su parte y será Fernando quién caiga preso en manos del soberano de Fez, que a cambio de su libertad pedirá la ciudad de Ceuta a los portugueses. El príncipe resistirá como un mártir todos los padecimientos y humillaciones que se le infligen con tal de preservar la plaza bajo dominio portugués y la fe cristiana.
Algunos de los romances más hermosos del texto son los que describen el fragor de la batalla. Esta es una historia de hombres que luchan sin miedo, como esas películas de guerra en las que los protagonistas parecen enajenados por un ideal. Pero El príncipe constante es también un drama sobre el libre albedrío, es decir sobre la libertad que tenemos de tomar una decisión o la contraria. Con su abnegación, el infante Don Fernando desconcierta al rey de Fez y al rey de Portugal, que no entienden cómo es capaz de sacrificar su propio cuerpo para evitar que los campanarios de Ceuta se conviertan en alminares.
En el canon de la literatura europea, Calderón ocupa un lugar destacado junto a Shakespeare y Molière. Desde muy temprano su obra ha sido una y otra vez reinterpretada bajo diferentes sensibilidades. No sólo Goethe, que impulsó el montaje de El Príncipe Constante en Weimar, sino también los vanguardistas Meyerhold y Grotowski se interesaron por la irreductible fidelidad a sus valores del infante Don Fernando, que en un giro de 180º se convierte en un héroe de la libertad individual frente al totalitarismo. Grotowski la llevó a escena con el Teatro Laboratorio de Breslavia entre 1965 y 1968, en una producción aplaudida por Peter Brook que marcó un antes y un después en la historia del teatro contemporáneo y recuperó las palabras del dramaturgo español para reclamar la dignidad del pueblo polaco para hacer frente al yugo comunista.
No es la primera vez que Xavier Albertí, director artístico del Teatro Nacional de Cataluña, se atreve con un texto de Calderón. En 2019 pudimos ver en este mismo escenario su versión del auto sacramental El gran mercado del mundo. Aunque en esta ocasión la sobriedad del decorado, el vestuario y la interpretación tal vez pretendan evocar el teatro pobre de Grotowski, la dicción de los actores, que marcan como instrumentos de percusión la cadencia de los octosílabos, alejan este montaje de un planteamiento verdaderamente vanguardista. Buen ejemplo de esto es el trabajo de Lluís Homar, que al mismo tiempo que dirige la CNTC desde hace un par de años, se sube al escenario en esta esperadísima producción que podrá verse hasta el 10 de abril en el Teatro de la Comedia.