La Fundación Mapfre presenta en su sala del Paseo de Recoletos de Madrid la primera retrospectiva en Europa de Tomoko Yoneda, una fotógrafa de origen japonés, afincada en Londres, que explora los paisajes de la memoria en busca de las huellas de la catástrofe y de las grietas que la historia reciente ha trazado en la geografía mundial. Se trata, a mi entender, de la propuesta cultural más honda y reflexiva de toda la temporada.
En 1855 Roger Fentón inventó la fotografía bélica cuando el editor Thomas Agnew le envío a la Guerra de Crimea. Aquel verano, el calor a orillas del Mar Negro inflamaba el colodión húmedo, lo que le obligó a alargar los tiempos de exposición de cada toma. Tal vez por esto descubrió algo más audaz que la literalidad de las propias imágenes, que es su poder de evocación, y en lugar de captar el fragor de la contienda entre rusos y griegos, como habían hecho pintores y dibujantes hasta entonces, retrató los campos de batalla vacíos, el silencio que queda suspendido en las sales de plata como el misterio de un lugar sagrado. Nacía así el fotoperiodismo, pero también la fotografía conceptual, que hasta los años 70 del siglo pasado nadie volvería a tomarse demasiado en serio. Lo que en las fotos de Fentón había parecido un recurso de última hora, una solución más o menos acertada a las limitaciones tecnológicas del dispositivo, ahora lo vemos como un hallazgo que sigue dando frutos. Pienso en las fotografías de Bleda y Rosa, presentes en la colección de la Fundación Mapfre, que en su serie Campos de batalla, recorren la geografía para desvelarnos los pocos restos materiales que quedan de las guerras que tuvieron lugar en el pasado. Y pienso también en los proyectos de Sophie Calle, en los que la imagen, en tanto que es un testimonio documental, tiene el valor de las reliquias, es decir la capacidad de conectarnos con lo intangible.
Tomoko Yoneda forma parte de la misma estirpe de artistas, pero ella apela a las heridas, aún abiertas, por las grandes guerras del último siglo. Nacida en Japón en 1965, muy joven emigró a los EE.UU para estudiar periodismo. Después de graduarse en la Universidad de Illinois en Chicago en 1989, se matriculó en la escuela New Bauhaus, que había sido fundada por László Moholy-Nagy. Actualmente vive en Londres, desde donde proyecta una mirada panorámica sobre los cuatro continentes. En el catálogo de la exposición y en las cartelas, el comisario de la exposición, Paul Wombell, insiste en la raigambre japonesa de su discurso estético, sin embargo lejos de ser una obra inaccesible, las fotografías reunidas en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre nos apelan directamente y nos hablan de una historia global: la del ciudadano indefenso en la vorágine de la historia, bien sea por el paso arrollador de los totalitarismos, la fuerza brutal de la naturaleza, la construcción patológica de ciertas identidades nacionales o los procesos fallidos de la descolonización.
Las fotografías de Yoneda son crónica y ensayo. Sus imágenes lanzan preguntas que no tienen respuestas, abren caminos por los que penetra la mirada y también el pensamiento. En su serie Después del deshielo recorre Estonia y Hungría trece años después de la caída del Telón de Acero. Vemos las infraestructuras de la época comunista y también los rincones que frecuentaron los Hermanos del bosque, los partisanos que en los países del Báltico se resistían al dominio soviético. En Escenario visita en la actualidad los paisajes en los que tuvieron lugar acontecimientos terribles que cambiaron el rumbo de la historia, como por ejemplo la playa atestada de gente en la que se produjo el Desembarco de Normandía o el bosque de la batalla de Somme, una de las más sangrientas de la Primera Guerra Mundial. En El sueño de las manzanas, un encargo de la Fundación Mapfre, sigue los pasos de Federico García Lorca, asesinado en 1936, y del voluntario americano-japonés Jack Shirai, que vino a España con las Brigadas Internacionales. Y en Las vidas paralelas de los otros, recrea las fotos que pudo tomar el espía soviético de origen alemán Richard Sorge (conocido como Ramsay) en Tokio en 1941. También recurre a la ficción en Correspondencia. Carta a un amigo para contarnos el doloroso conflicto ético de Albert Camus ante la independencia de Argelia. Es muy conocida la respuesta del escritor francés a un periodista cuando visitaba Suecia: «en este momento se arrojan bombas contra los tranvías de Argel. Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es la justicia, prefiero a mi madre».
Yoneda se pregunta por la identidad de Japón de hoy, tras acontecimientos tan traumáticos como el terremoto de Hanshin-Awaji, en Una década después, o el accidente nuclear de Fukushima, que hizo revivir a la población el terror de las bombas atómicas lanzadas por los EE.UU, en Cúmulus. Obras como Casa japonesa, que muestra desvencijadas varias residencias de Taiwan durante la dictadura de Chiang Kai-shek, muestran esa extraordinaria capacidad de la artista para hacer expresivo el vacío, algo que ya apuntaba en uno de sus primeros proyectos de los años 90, Analogía topográfica, cuando fotografía la sombra de los muebles en las paredes desnudas.
Podríamos recitar unos versos de Fin y principio, un poema de Wisława Szymborska, para regañar a Fentón, que había vivido cien años antes que la escritora polaca. «Eso de fotogénico tiene poco / y requiere años. / Todas las cámaras se han ido ya / a otra guerra». Pero Fentón estaba allí, y tras la estela de Fentón está Yoneda, haciendo algo que nos parece milagroso: fotografiar lo no fotogénico, volver visible lo invisible. ¿Acaso no entendía esto la poeta? ¿Acaso no debería consistir precisamente en esto el trabajo de los verdaderos periodistas? Hasta el 9 de mayo en la Sala Recoletos de la Fundación Mapfre.