Paisaje de Black Mesa, Nuevo México, 1930. © Georgia O’Keeffe Museum. VEGAP, Madrid, 2021

El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta la primera exposición retrospectiva en España de Georgia O’Keeffe, la pionera de la abstracción en los EE.UU y una de las figuras más influyentes en la pintura del siglo pasado. De esta manera el museo, que tiene una de las colecciones de arte norteamericano más importantes de Europa, salda la deuda pendiente que Madrid tenía con esta creadora sutil y audaz. Podríamos afirmar sin equivocarnos que a través de sus cuadros de flores, huesos, vistas urbanas, formas orgánicas y geométricas tendió lazos, a veces invisibles, con varias generaciones de artistas, anteriores y posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y que O’Keeffe representa, ni más ni menos, que la esencia del país de los rascacielos y el lejano Oeste.

Serie I, nº3, 1918, y Carretera en invierno, 1963 © Georgia O’Keeffe Museum. VEGAP, Madrid, 2021

Aunque podría parecer exagerado, ninguna de las ideas que menciono más arriba son arbitrarias. Georgia O’Keeffe se convirtió desde los años veinte del siglo pasado en un mito. Después de pasar por el Art Institute of Chicago, la joven artista se instala en Nueva York, donde conoce al fotógrafo Aldred Stieglitz -fundador de la revista Camera Work y de la Galería 291, en la que habían expuesto Matisse, Picabia, Duchamp o Picasso entre tantos otros integrantes de la vanguardia europea-. Pronto se enamoran y él, con una carrera ya consolidada, se convierte en el mentor de la pintora. A lo largo de los años que estuvieron juntos, Stieglitz la retrataría más de 350 veces y, aunque O’Keeffe no se reconocía en estas imágenes, su rostro grave, su actitud intrépida y la leyenda que surgió en torno a su figura inspiraron a muchos otros fotógrafos, como Ansel Adams, Maria Chabot, Toddd Webb y Elliot Porter. Más tarde el poeta Allen Ginsberg, que revisó el sueño americano de la libertad en nombre de la Beat Generation, la visitaría en su rancho en Albiquiú, Nuevo México, al que ella se retiró tras la muerte de Stieglitz.

Cabeza de carnero, malva real blanca, 1935 © Georgia O’Keeffe Museum. VEGAP, Madrid, 2021 y Georgia O’Keeffe © Alfred Stieglitz. VEGAP, Madrid, 2021

Durante años, los cuadros de líneas sinuosas y colores embriagadores de Georgia O’Keeffe se interpretaron bajo los prejuicios de género de los críticos, empeñados en ver una sexualidad que rezumaba del marco a borbotones. Pero la pintora nunca aceptó esta lectura de sus cuadros, que al mismo tiempo que le daban una enorme popularidad, la reducía al cliché de la excepcionalidad, la de ser una de las pocas mujeres que, hasta los años sesenta, pudieron dedicarse profesionalmente al arte en los EE.UU. Como explica la exposición del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, comisariada por Marta Ruiz del Árbol y Clara Marcellán, la meticulosidad de la creadora a la hora de componer y trabajar el color la acercan a prácticas apoyadas en la reflexión y que son más propias de los primeros pintores abstractos, como Kandinsky o Mondrian, que de los delirios, tantas veces infundados, de los surrealistas. Prueba de esta metodología rigurosa son los cuadernos, los dibujos preparatorios y las herramientas de taller, los pinceles rectos y las paletas transparentes para comprobar, sobre unas tarjetas del color, el tono exacto que quería.

Amapolas orientales, 1927, y Ritz Tower, 1928 © Georgia O’Keeffe Museum. VEGAP, Madrid, 2021

Al mismo tiempo que exploraba las posibilidades de la abstracción, probablemente influida por la fotografía directa, O’Keeffe dedicó buena parte de su obra a pintar a gran escala detalles de flores, como lirios, amapolas, calas… Decía que eran tan grandes porque quería que la gente de la ciudad, poco acostumbrada a detenerse, se fijase en ellas. Luego llegarían, las conchas y los huesos, los troncos y las piedras. Cuando vemos sus perspectivas de Nueva York, los afilados rascacielos que justo en estos años estaban brotando sobre el suelo rocoso de Manhattan, es inevitable pensar en la sobriedad del art-decó y de la arquitectura racionalista de esos mismos años, de los que su obra parece mucho más que un simple elemento de decoración. Del mismo modo, ante los horizontes de Nuevo México lo primero que nos viene a la cabeza es la extraordinaria tradición paisajística de los EE.UU, que convierte la inmensidad americana en su principal motivo y que tan bien está representada en las salas del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. Los últimos cuadros de la exposición recordarían a Barnett Newman, cuando Georgia O’Keeffe depura al máximo las líneas de sus composiciones, y las vistas áreas -viajó por todo el mundo- a la caligrafía japonesa que tanto le interesaba o a las fotos científicas de otra gran artista norteamericana, Berenice Abbott.

Desde el lago, nº 1, 1924, y Era amarillo y rosa 2, 1959 © Georgia O’Keeffe Museum. VEGAP, Madrid, 2021

A partir de la exposición del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, que podrá verse hasta el 8 de agosto, el festival FLORA, dirigido por Emilio Ruiz Mateo, ha encargado a la artista Isabel Marías una espectacular instalación que se encuentra en el Hotel Gran Meliá Palacio de los Duques (Cuesta de Santo Domingo, 5), todavía una par de semanas más (6 de junio). Ojalá este sea la primera entrega de una edición madrileña del evento anual que hasta ahora sólo se ha celebrado en Córdoba y que con esta escultura llega por primera vez a nuestra ciudad. ¡Gracias Georgia O’Keeffe por enseñarnos a mirar las flores con los ojos de la modernidad!

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