Desde su inauguración en 2018, la Casa de México en España ha presentado una serie de exposiciones que conjugan la calidad artística de las piezas con su voluntad por compartir con el público madrileño la enorme riqueza cultural del país americano. Si hace dos años nos impresionó su capacidad para reunir una selección tan extraordinaria de obras en Diego Rivera, artista universal y tan sólo hace unos meses nos sorprendió con Biombos y castas, pintura profana de la Nueva España, ahora pueden visitarse las que, sin duda son para mí, las muestras más importantes que ha acogido esta institución hasta el momento y que vienen a reivindicar el legado de Francisco Toledo, uno de los grandes creadores de la segunda mitad del siglo XX. Podrán verse hasta 19 de septiembre, salvo durante la primera quincena de agosto.
Francisco Toledo no es un artista demasiado conocido en España. Probablemente algunos aficionados a la pintura recuerden sus dibujos y grabados de bichos, gracias a una exposición que le dedicó hace más de veinte años el Museo Reina Sofía, pero entonces pocos prestaron interés por otras de sus facetas que, bajo una nueva perspectiva, hoy lo aproximan a prácticas artísticas más actúales. Aunque parezca un cliché, en esta ocasión sí es cierto que Toledo se adelantó a su tiempo y ya en las décadas de 1970 y 1980 puso en marcha numerosos proyectos para recuperar los oficios artesanales y técnicas en peligro de extinción, como el emplumado o el popotillo, al mismo tiempo que hacía uso de la tecnología láser. También fue un artista comprometido con la preservación del medioambiente -de ahí su lucha contra Monsanto- y la defensa de la igualdad oportunidades, lo que le llevó a crear numerosos talleres profesionales y centros de formación para jóvenes. Otra de sus grandes preocupaciones fue la preservación de la cultura de los pueblos indígenas y especialmente de sus lenguas. En el mapa conceptual que podría definir el mundo artístico del presenté, el maestro grabador, como él mismo solía presentarse, escribió palabras que hoy a todos nos suenan familiares -colaborativo, participación, ecología, sostenibilidad-, pero que entonces eran lo más parecido a una revolución.
La primera vez que vi uno de sus grabados fue en casa de una amiga en México. Aquel saltamontes parecía estar a punto de escapar del papel. Me hizo pensar en las series de Barceló, pero también en las de Durero, su artista de cabecera. En la primera de las exposiciones que podemos visitar ahora, El color como forma, se muestra una pequeña selección de cuadros que nos ofrecen una aproximación a su estilo. Nunca fue un pintor al uso. Después de formarse Oaxaca y el DF, con veinte años se instala en París, donde conoce a Octavio Paz y a Rufino Tamayo, su principal mentor. Tienen los lienzos de aquella época el coqueteo propio de los jóvenes artistas -vivió en Europa entre 1960 y 1965-. A veces parece imitar a Paul Klee y otras el art brut de Dubuffet. Pronto se interesa por usar nuevos materiales, como en esos mismos años estaba haciendo Tàpies, y del óleo pasa a las tintas, a la tierra, al oro y a la lana, para triunfar en México como grabador, el oficio por el que sería más conocido hasta su muerte en el año 2019.
Sin embargo la segunda exposición, Toledo ve, viene a desmontar este retrato más o menos convencional del artista mexicano. Cuando regresa a México, el grabador poco a poco va redescubriendo los oficios tradicionales. Él mismo había nacido en una familia de zapateros y se sentía Juchiteco. En 1972 impulsa en Juchitán la fundación de Lidxi Guendabiaani, que significa la casa de la cultura. Más tarde llegarían el Museo de Arte Contemporáneo, el Instituto de Artes Gráficas o el Taller de Arte Papel en Oaxaca. Como nos va contando la muestra, Toledo comienza a trabajar con orfebres, tejedores, ceramistas, cristaleros… y se involucra en el diseño de las cosas comunes. En una de las vitrinas vemos las peinetas y en otras los collares y brazaletes inspirados en sus monos, langostas o cangrejos que me hacen pensar en el saltamontes, casi vivo, del grabado que me enseñó mi amiga. Hay una preciosa caja ilustrada con tomates que Toledo regaló a los agricultores, porque pensaba que la belleza debía de estar al alcance de todos. Una de las salas está llena de juegos infantiles en lengua zapoteca, para que los niños la aprendieran a la par que el español. En el suelo, todo un inventario de baldosas diseñadas por él y por su hijo, el tatuador Dr. Lakra, nos recuerdan que cada detalle puede estar cargado de fuerza. A muchos les sorprenderá el afilado sentido del humor de un artista conocido en México por su discreción y timidez: la camisa Alcosto versiona el cocodrilo de una popular marca de polos y unos calcetines con motivos precolombinos son una alternativa a los dibujos animados de Disney.
Esta exposición fue la última que el propio Francisco Toledo pudo comisariar en vida. Antes de verse en Madrid, estuvo en el DF y en Puebla. Entre tantas piezas hay dos instalaciones que llaman poderosamente nuestra atención por su dureza. La primera está al comienzo del recorrido y muestra a través de unas radiografías de cuerpos con grilletes el sufrimiento de los esclavos negros traídos hasta América. Unas pinzas servían para alimentar a la fuerza a los prisioneros y evitar que se quitaran la vida. Este trabajo fue un encargo del Museo de la Memoria y la Tolerancia. La segunda se encuentra casi al final de la muestra: 43 papalotes (cometas) que recuerdan a los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa desaparecidos en el año 2014. Después de volarlos en el cielo de Oaxaca para que «Dios los viera», en palabras del artista, ahora son un llamamiento para que se siga investigando este siniestro acontecimiento.
Como con otras muestras, las fachadas de la antigua casa de socorro de la calle de Albergo Aguilera número 20, hoy convertida en la Casa de México en España, también han sido intervenidas con grandes paneles que sirven de homenaje a los oficios artesanales del país. El color como forma y Toledo ve son dos muestras que vienen a reivindicar en Madrid el legado de uno de los más grandes creadores de la segunda mitad del siglo XX.