Preocupados por reproducir los efectos de la luz a distintas horas del día y en todos los periodos del año, artistas como Pissarro o Nolde descubrieron en el otoño un momento de transformaciones radicales, cuando las copas de los árboles se tornan amarillas y la lluvia empapa la tierra. Pasado el mes noviembre, cuando el vecino Parque de El Retiro ya esté pelado, a los árboles del Museo Nacional Thyssen Bornemisza, que acaba de reordenar su colección permanente, se les seguirán cayendo las hojas en los paisajes impresionistas y expresionistas. Se trata de un conjunto fabuloso de obras que reflejan con extraordinaria exactitud los cambios de estación.
El bosque de Marly (1871). Camille Pissarro (sala 30)
El parque de los Leones en Port-Marly (1870). Jean-Baptiste-Camille Corot (sala 30)
El museo conserva dos cuadros que representan este bosque situado a veinte kilómetros de Paris y en los que la verticalidad de los árboles acentúa la melancolía del otoño y las hojas marrones esparcidas por el suelo nos hacen imaginar el crepitante ruido de nuestros pasos. El más antiguo de los dos, fechado en 1871, es obra del impresionista Camille Pissarro, que con pinceladas sueltas y vibrantes consigue transmitir sensaciones físicas concretas. Lo pintó nada más regresar de Inglaterra, donde se había refugiado junto a su amigo Monet cuando las tropas alemanas, en plena guerra francoprusiana, saquearon su casa y destruyeron muchas de sus cuadros. El otro paisaje fue pintado un año más tarde por Camille Corot, un artista 34 años mayor que se mantenía fiel a los postulados de la pintura romántica, aunque se había iniciado con gran naturalidad en la pintura plenairista del realismo. En ésta escena es inevitable preguntarse quiénes son los hombres y la mujer que se encuentran en el bosque.
Paisaje de Otoño en Oldenburg (1907). Karl Schmidt-Rottluff (sala 32)
Años después de pintar esta obra su autor, el pintor expresionista Karl Schmidt-Rottluff, dijo: “Me siento estrechamente vinculado al paisaje de Oldenburg, como si fuera mi hogar; de hecho, más estrechamente que a mi propio hogar”. El artista alemán, que fue un integrante del grupo Die Brücke, había venido a esta ciudad en busca de los paisajes llenos de expresividad y fuerza del Mar del Norte. Su estilo tiene mucho que ver con el de Van Gogh, tanto por las pinceladas espesas como por el uso de una paleta reducida a unos pocos colores básicos —verde, amarillo, rojo y azul—, que confieren a la composición un intenso impacto emocional.
Atardecer de Otoño (1924). Emil Nolde (sala 32)
Emil Nolde, otro pintor expresionista, también encontró en el otoño una fuente inagotable de inspiración. En esta obra podemos apreciar como la pincelada crea violentos contrastes lumínicos y cromáticos. El cielo anaranjado se refleja en el agua de manera dramática y perturbadora. De los colores dijo el artista que tenían vida propia, que lloraban o reían, jugaban o soñaban. En 1937 esta obra formaba parte de la exposición de Mannheim dedicada a Nolde y que fue clausurada por las autoridades a los tres días de su apertura. A pesar de que el pintor militó en el partido nazi y que fue un invitado de Himmler como principal creador de un nuevo arte alemán, su obra fue tildada de «degenerada» e incluida en las exposiciones organizadas por el régimen de Hitler para denigrar el arte moderno.
Otoño (1875). Frederic Edwin Church (sala 47)
En la década de 1870, tras un largo viaje por Europa y Oriente Medio, el artista norteamericano Frederic Edwin Church se construyó una casa a orillas del río Hudson, el mismo que dio nombre a la primera escuela de pintura de los EE. UU. Su intención era vivir inmerso en la naturaleza y captar, con más facilidad, las transformaciones cromáticas y lumínicas del paisaje en cada una de las estaciones. En esta obra podemos ver un meandro del río lleno de vida y color. En una carta a su amigo, el también pintor Jervis McEntee, escribe unas palabras que ilustran esta imagen: «cuando el fuego otoñal enciende el paisaje se pueden contemplar los más bellos colores de la naturaleza».