Una exposición recorre en la Sala El Águila las tres décadas doradas de la alta costura en la capital, que coinciden primero con los años de la posguerra -a mal tiempo, buena cara- y luego con el desarrollismo, impulsado por las políticas aperturistas de la dictadura. Pero lejos de mostrarnos únicamente las propuestas de los grandes diseñadores -Cristóbal Balenciaga, Manuel Pertegaz o Elio Berhanyer-, Madrid, una historia de la moda. 1940-1970 aborda el papel fundamental de los medios de comunicación, la Sección femenina, las modistas de barrio, los sastres y los negocios especializados, mercerías y tiendas de tejidos, en la difusión de las nuevas tendencias, que aunque en principio fueron un patrimonio exclusivo de las élites, poco a poco se extendieron entre todas clases sociales hasta la llegada del prêt-à-porter y la inauguración de las cadenas comerciales, antes de que la industria textil se convirtiera en una de las más importantes del país.
Balenciaga, que con el estallido Guerra Civil se había exiliado en Francia, regresó a España en cuanto sus clientas -todas ellas de la alta burguesía y la nobleza- tuvieron ganas otra vez de pasear por la Gran Vía. En el número 9 de esta misma calle, justo en frente del Museo Chicote, el modisto abrió sus nuevos talleres en 1941. De la casa central de París llegaban los patrones, que se adaptaban al gusto y a la moda local. Por esto la exposición, comisariada por Esperanza García Claver y bajo un extraordinario trabajo de documentación e investigación de Sonia Taravilla, Lola Feijóo y Miquel Martínez (co-comisarios), comienza con unas fotos nocturnas de la Avenida de José Antonio -que es como se llamaba entonces-, alumbrada por luces de neón que en los primeros años, debido a las restricciones de suministro eléctrico, sólo podían estar encendidas unas pocas horas. Aquel era el Madrid elegante, un oasis en la posguerra de las cartillas de racionamiento y el estraperlo, y también la viva proyección de la fantasía de las amas de casa y costureras, que descubrían los soberbios vestidos de Julio Laffitte o Lino Martínez en el Nodo, el programa de radio Moda en España, las revistas semanales o, incluso, los desfiles que ya entonces se hacían. La exposición recupera varios testimonios de modistas que explican cómo se copiaban los diseños, a veces sin pagar las correspondientes licencias.
Años después, tras la visita del presidente Eisenhower, terminó la autarquía y España abrió una pequeña ventana al mundo. Cuando las estrellas de Hollywood venían a rodar a los Estudios Bronston, también solían dejarse caer por la Gran Vía. Madrid era una capital de la moda -como reseñaban algunas revistas internacionales, Vogue, Harper’s Bazaar o Life Paris Match- y también tenía una musa: la actriz Ava Gardner, que vivió más de una década entre valientes toreros, escritores malditos e incalculables litros de alcohol. En la exposición se muestra la petaca mini-bar que siempre llevaba consigo. El cine español se convirtió en un escaparate de las nuevas tendencias -con Sara Montiel a la cabeza- e incluso se rodaron películas sobre el mundo de la moda, como la de 1954 titulada Alta costura, de Luis Marquina. Antes de ser actor, un jovencísimo Jose Luis López Vázquez fue figurinista y en estos mismos años la Sastrería Cornejo, fundada en 1920, se convirtió en un lugar de peregrinaje para los diseñadores de vestuario cinematográfico de todo el mundo.
A través de los fondos Santos Yubero, Portillo, Contreras y Muller y de las fotografías anónimas del Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (Fondo Madrileños), además de las piezas procedentes del Museo del Traje y de una serie de colecciones privadas -que han prestado útiles como la encantadora maleta de aprendiza con la que se entregaban los vestidos a las clientas-, la exposición, que podría recordarnos a la película de Basilio Martín Patino Canciones para después de una guerra, ilustra tres décadas en las que la moda no dejó nunca de evolucionar. Entramos en los talleres domésticos y en los profesionales, atiborrados de jóvenes y niñas que veían en la costura la posibilidad del ascenso social, y también en las tiendas y desfiles de Manuel Pertegaz, Pedro Rodríguez o Lino Martínez, que representaban el Madrid más sofisticado. Más tarde Elio Berhanyer, inspirado en las modas urbanas de la década de 1960, marcó un punto de inflexión en el concepto de elegancia. Al final del recorrido una foto muestra la primera vez que se vio una minifalda en España. Probablemente la llegada de las chicas yeyé -esa versión domesticada del hipismo- supuso el final de la alta costura y la última careta que le quedaba al franquismo para hacer que nos pareciésemos un poco más a los países de nuestro entorno. Madrid, una historia de la moda. 1940-1970 puede verse hasta el 22 de mayo en la Sala El Águila.