Las Naves del Español vuelven a programar hasta el 22 de mayo esta delicada joya de teatro de objetos, que pude verse en la penúltima edición del Festival de Otoño, la del año 2020. Con La melancolía del turista Oligor y Microscopia narran dos viajes que se esfuman en el recuerdo, uno a La Habana y otro a Acapulco, y se preguntan, a través de un texto escrito por Shady Larios y Ángel Hernández, por la dignidad de los turistas que convierten la miseria en un souvenir o por los paisajes de los paraísos olvidados tras décadas de esplendor.
«Cada vez que una mujer enciende un habano en Cuba para cobrar por una fotografía, hay algo que se incendia». La melancolía del turista no se queda en los clichés, más o menos compartidos, sobre los excesos y los problemas de los lugares convertidos en resorts, ni en las contradicciones de quiénes, cámara en mano, buscamos la autenticidad o la esencia de un lugar. ¿Lo conseguimos? Tal vez eso es lo de menos. Va más allá y sin censurar nuestros comportamientos, sin lanzar grandes proclamas, se pregunta por esa compleja relación que se establece entre los viajeros -a los que llaman turistas- y los lugareños, convertidos en caricaturas del exotismo.
El texto, las postales antiguas, las cajas de puros, las revistas promocionales, los recuerdos se van amontonando sobre una mesa en torno a la que Shaday Larios y Jomi Oligor hacen algo parecido a la alquimia o al juego que a los niños les sirve para contarse historias. Herederos del teatro de títeres, logran que los objetos -no importa su tamaño- alcancen en este retablo cien por cien analógico el valor de la reliquia, el sentido de la piedra filosofal, como si tras el pequeño telón de terciopelo se ocultara un misterio latente en las palabras, en la poesía, y también en el cordón umbilical que unen los recuerdos vintage con unos destinos más o menos idealizado.
Para hacer esta pieza, a la que sólo pueden asistir unos 40 espectadores subidos a unas gradas como si fuese un teatro anatómico, Shaday Larios, Ángel Hernández y Jomi Oligor han recogido testimonios, entre otros, de Guillermina Deliz -que desde hace décadas se deja fotografiar en las calles de La Habana por los turistas-, o de «El Peque», un clavadista de los que se lanzaba volando por la Quebrada, poniendo su vida en peligro, en la época dorada de Acapulco. Ahora se trata, por desgracia, de una de las ciudades más peligrosas del mundo. En la Melancolía del turista hay listados de hoteles abandonados, personas que salen a nuestro encuentra para vendernos cualquier cosa, pequeños gestos de amor, gente que nos cuenta su vida, la emoción y recuerdos convertidos en nubes de humo que, incluso con los objetos que hemos traído de aquí y de allá, apenas se sostienen en la memoria.
¿Qué valor real tienen las imágenes de las postales o en qué parte de la memoria viven los paraísos perdidos? Algo parecido a esto me preguntaba yo en uno de los poemas de mi primer libro, Clima artificial de primavera, cuando decía «Es tanta mi emoción que mis ojos derraman lágrimas de Murano / y La muerte en Venecia es la muerte de un ácaro / cuando suspiro por añoranza» y que curiosamente, en 2011, titulé del mismo modo, La melancolía del turista.