Aunque nació en el Lejano Oriente es la prenda más madrileña, la que llevan las chulapas en todas las verbenas. El mantón de Manila forma parte de nuestra historia. Querrás llevarte uno para que todo el mundo sepa que has estado aquí.
Estrenada el 17 de febrero de 1894 en el Teatro Apolo de Madrid, La verbena de la Paloma, con libreto de Ricardo de la Vega y música de Tomás Bretón, es una de las zarzuelas más famosas del género chico, con Madrid como escenario de fondo. La acción se desarrolla durante las fiestas de verano, en la que chulapos, como Julián, y chulapas, como Susana, visten sus mejores galas. Así le canta él: “¿Dónde vas con mantón de Manila? ¿Dónde vas con vestido chiné?” Y así responde ella: “A lucirme y a ver la verbena y a meterme en la cama después”.
Efectivamente la prenda que lleva la protagonista de esta famosísima escena estaba, y está, especialmente diseñada para llamar la atención: Susana quería que, una vez puesto sobre sus hombros, su novio la llevara en berlina por el Prado a pasear. Muy pocos años antes de que esta obra viera la luz, Benito Pérez Galdós escribía en Fortunata y Jacinta: “Envolverse en él es como vestirse con un cuadro. La industria moderna no inventará nada que iguale a la ingenua poesía del mantón, salpicado de flores, flexible, pegadizo y mate, con aquel fleco que tiene algo de los enredos del sueño”. Por muy madrileño que sea, lo cierto es que su origen no puede ser más lejano. Algo que ya intuimos al escuchar con atención la veraniega zarzuela que nos ocupa, en la que el coro entona: “Por ser la Virgen de la Paloma, un mantón de la China-na, China-na, un mantón de la China-na, te voy a regalar”.
Patrimonio Cultural
Hasta la China de la dinastía Tang, allá por el año 600, hay que viajar si lo que queremos es saber cuándo nació el mantón de Manila, que recibe su nombre de la capital de las islas Filipinas que, como parte del Imperio Español, eran punto de partida de las rutas comerciales marítimas. Es decir: los productos procedentes de Oriente hacían escala primero aquí. Así nos lo explican en el Museo del Romanticismo. “El mantón de Manila tiene su origen en una de las artesanías tradicionales más antiguas de China: las colchas y colgaduras de seda bordada que se utilizaban como decoración en las casas. Cuando estas piezas llegaron a nuestro país, se convirtieron en prendas de indumentaria, añadiéndoles flecos realizados con hilos de seda retorcida”. En este museo podemos ver uno elaborado en Cantón en torno al año 1850 en seda natural color marfil, bordado en hilos de seda dorados con pavos reales, flores y una escena que representa la ceremonia del té.
Fue en el siglo XIX cuando se popularizó su uso en España entre las damas de la nobleza, que fueron dejándolo de lado más impresionadas por las modas de París. Pasó así a manos de las mujeres trabajadoras, que solían llevarlo puesto en las corridas de toros y otros festejos. Del año 1900 es el mantón que guardan en el Museo del Traje, en tafetán de seda cruda con flores chinas y personajes vestidos con trajes de dragones. Nos recuerdan aquí que en España ya se empezaron a confeccionar en talleres propios a principios del siglo XIX, y que los que llegaban de Oriente lo hacían en unas vistosas cajas lacadas.
En el Museo Nacional de Antropología conservan dieciocho. Uno de ellos, en seda con largos flecos y bordado con flores y pájaros, forma parte de la exposición permanente. “Este tipo de mantones”, nos dicen, “llegaron a Europa, junto con porcelanas, brocados, sedas y marfiles a través del Galeón Manila-Acapulco, que realizó la travesía desde 1565 hasta 1811”. A la valiosa colección textil del Museo Nacional de Artes Decorativas pertenece también un increíble conjunto de mantones históricos con muy diferentes bordados y colores.
¡Me lo lluevo puesto!
Resulta muy fácil enamorarse de estas prendas de vestir. Lo saben bien en Borca (Marqués Viudo de Pontejos, 2. Tel. 915 326 153), todo un templo del mantón a solo unos pasos de la Plaza Mayor. “Algunos son verdaderas joyas”, afirman, y, por lo visto, no tan difíciles de llevar. ¿El consejo?: “No hay que tenerles miedo”. Cruzado sobre el pecho, en forma de cuadro o pico o incluso a lo macarrona, pasando el mantón por la espalda y llevando los picos sobrantes por encima de los hombros, aquí casi todo vale. Podríamos estar horas contemplando los modelos que venden en este local, fundado por Augusto Gonzalo Lázaro y su esposa Consuelo, procedentes de un pequeño pueblo de la sierra de Gata (Cáceres). Cuando se trasladaron a Madrid primero abrieron, en los años sesenta, un despacho en la Gran Vía, y luego esta tienda, regentada ahora por la tercera generación. Los hay bordados a máquina, más sencillos y asequibles, y bordados a mano, algunos realmente espectaculares, llenos de color. Hay que elegir el tamaño del mantón en función de la altura, aunque también los hay grandes, para quienes quieren utilizarlos como decoración.
Otro lugar de referencia en Madrid para comprar mantones es la centenaria Casa de Diego (Puerta del Sol, 12), inaugurada en 1858, seis años más antigua que el famoso reloj de la Casa de Correos. Son seis las generaciones las que han estado, año tras año, tras el mostrador, desde el que se venden, principalmente paraguas y abanicos. Entre los estantes del local, casi un museo, encontramos otros objetos, como bastones, castañuelas y sombrillas, y prendas, como los mantones de Manila. De forma cuadrada y con flecos de distinto grosor en todos sus lados, están confeccionados en seda y bordados a mano. Una vez comprado, con gracia habrá que ir a lucirlo a la verbena y pasar un rato ¡chipén!