Wah

Wah es el sonido producido al colocar la sordina en la trompeta o el trombón. Los músicos de jazz fueron los primeros que lo empezaron a usar con sentido estético en los años veinte. Más tarde el rock lo reinventó para la guitarra eléctrica y la batería. Pero Wah también significa guau: la mejor expresión para referirnos al espectáculo total que desde hace año y medio ocupa la nave 2 de IFEMA Madrid, en el Campo de las Naciones, y que aúna música y gastronomía.

Imaginemos que un estado totalitario se ha hecho con el poder mundial y ha prohibido la música. Ese estado se llama Omega y sus fuerzas del orden visten de blanco. Sólo un garito en Madrid consigue saltarse la norma de manera clandestina, como en tiempos de la Ley Seca. Acabáis de entrar por un pasillo serpenteante hasta llegar a este lugar secreto: Wah. Una vez dentro, lo que vemos supera lo esperado: un parque temático, con distintos ambientes, tienda y 12 paradas gastronómicas que ofrecen platos de todas las latitudes -no os perdáis los baos de rabo de toro y una deliciosa tarta bautizada “muerte por chocolate”, ya sabéis de que está hecha-. Observo que hay dos esculturas gigantes, me dicen que son dos ninots de las Fallas de 2020, aquellas que por desgracia no pudieron celebrarse. Uno es un gato mecánico, de los que mueven la patita en los restaurantes chinos, y el otro es La Catrina, personaje popular mexicano con cara de calavera. Mientras comemos, poco a poco empieza la función. Se pasean entre las barras una artista del body painting, malabaristas, músicos, magos y acróbatas que esquivan todas las restricciones impuestas. Su vestuario, firmado por el diseñador Jordi Dalmau, está inspirado por la estética steampunk, el burlesque y la Naranja Mecánica. Pronto arrancará el que tal vez sea el último gran concierto de la historia.

Hasta aquí podríamos decir que hemos asistido y participado en el primer acto de Wah, una suerte de ópera contemporánea, un espectáculo que apela a cada uno de los sentidos, incluido el del gusto, por eso la gastronomía ocupa un lugar tan importante en la experiencia. A continuación, nos conducen a un auditorio que cuenta con una de las pantallas LED más grande de Europa. Crea un fondo luminoso y envolvente en constante movimiento, y nos lleva a situaciones y lugares inesperados: del fondo del mar a las vías del metro de Nueva York. A lo largo de las siguientes dos horas viajamos por la historia de la música, aunque la década de los 90 es la que tiene más protagonismo. Entre muchos otros temas, además suenan un aria de Madame Butterfly y otro de Turandot, éxitos de los Rolling Stones y de los Beatles, Bohemian Rhapsody de Queen, Smooth criminal de Michael Jackson o Highway to hell de ACDC. Los cantantes, entre quienes se encuentran Rafa Blas, ganador de La Voz, Lorena Gómez, ganadora de Operación Triunfo, o Tete Novoa, vocalista del grupo Saratoga, ponen todo su corazón. Quién sabe si esta será la última vez que se suban a un escenario.

Pero Wah no termina aún. El tercer acto se celebra en La catedral, una coctelería ubicada en la misma nave 2 de IFEMA. Allí bailamos para celebrar la victoria de la música sobre Omega. Me doy cuenta de que muchos de los asistentes también están festejando otras efemérides, como cumpleaños o despedidas de soltera, porque Wah es una propuesta estupenda para pasar cinco horas juntos, con música en directo y una buena oferta gastronómica, sin necesidad de buscar varios planes consecutivas. Es un “todo en uno” y funciona muy bien, como supo ver su creador y director creativo, Miguel Deparamo, que se inspiró en los espectáculos de Las Vegas. Existe la posibilidad de organizar encuentros profesionales en sus instalaciones, con parte de la oferta gastronómica y musical.

Dependiendo del día, hay un pase de tarde, que comienza a las 13:00 h y acaba alrededor de las 17:30 h -este es apto para todos los públicos-, y un pase de noche, que arranca a las 19:30h y termina sobre la 01:00h. Al Campo de las Naciones se puede llegar en metro, bus y coche, para en cuanto atravesemos la puerta de Wah nos daremos cuenta de que estamos en otra realidad: la distopía de Omega, un mundo en el que la música se ha prohibido pero en el que resiste un pequeño grupo de intérpretes.

Wah

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