Eclipse, de Matias Umpierrez. Foto de Sebastian Arpesella.

Si alguien me preguntara a qué nos referimos cuando hablamos de teatro posdramático y estuviera en Madrid antes del próximo 2 de julio, le recomendaría que fuera a ver Eclipse, del artista argentino afincado en España Matías Umpierrez. Tras el éxito, hace un par de años, de Museo de la Ficción. I, Imperio, ahora vuelve a las Naves del Español en Matadero con un espectáculo que indaga, a partir de la metáfora de la máscara, en los simulacros de la identidad.

Umpierrez nos advierte desde el primer momento de que vamos a asistir a una conferencia sobre las máscaras, su historia, su función y su actualidad. Comienza refiriéndose a la más antigua que se conserva, de hace más de 9.000 años y abre el abanico a otras de sus  manifestaciones, como el dinero, la religión o el sexo que, según entendemos, también serían máscaras según él. Lo que podría ser un recurso manido ―el escenario convertido en auditorio y el actor en conferenciante―, que va combinando partes proyectadas ―grandes lemas escritos en la pared― con otras pronunciadas por una voz distorsionada y pequeñas acciones poéticas con objetos aparentemente insignificantes, cobra sentido cuando entendemos que el simulacro queda de manifiesto gracias a este dispositivo tan simple. Si bien durante los cinco primeros minutos pensé que no me iba a gustar, poco a poco entramos en un sorprendente laberinto de narraciones, leyendas y testimonios que se solapan y se confunden, que se desmienten y corrigen, que se amplían en la escena y alcanzan un nuevo significado.

Eclipse de Matias Umpierrez. Foto de Sebastian Arpesella.

Umpierrez me hace pensar en los grandes filósofos franceses de la segunda mitad del siglo XX, a los que a veces resulta complicado entender, pero cuyo lenguaje tiene una enorme fuerza expresiva. Michel Foucault no podía faltar en esta fiesta de citas literarias y guiños sólo para entendidos, que apela a algunos de los grandes temas de la actualidad: la inteligencia artificial, el transhumanismo, las políticas y poéticas queer, los cuerpos diseñados para las redes sociales, la virtualidad del amor, del deseo, de la memoria… ¿Quiénes somos? ¿Quiénes seríamos si no jugáramos todo el tiempo a ponernos una máscara encima de otra? ¿Qué queda detrás de la piel, de los huesos, de los ojos? ¿Qué queda después de estos 90 minutos de teatro?

Sin duda queda alguna verdad. Y que una sola verdad quede en el escenario es lo más difícil. Cuando hablamos de teatro posdramático hablamos precisamente de esto, de cómo la vida se cuela entre las bambalinas. Umpierrez relata algunos pasajes de su vida. Se enmascara para contárnoslos mejor. Ahí radica el enorme valor de esta pieza, que ayer hizo al público levantarse y aplaudir en más de una ocasión a lo largo de la función, como si se tratase de un cabaret, porque algo de transformista y de mago también tiene Matías Umpierrez, y por eso el título, Eclipse, no le puede ir mejor.

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