La fortaleza.

La dramaturga y directora de escena Lucía Carballal aborda, en un monólogo interpretado por tres antiguas actrices de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, la relación que tuvo con su padre y la relación que tiene con el canon literario. La fortaleza, que surge del encargo de plantear un diálogo con El Castillo de Lindabridis de Calderón, puede verse en el Teatro de la Comedia hasta el 3 de marzo.

Antes de ver la obra no sabía que Lucía Carballal, joven escritora de teatro que ha cosechado ya numerosos éxitos rompiendo clichés y azuzando a los fantasmas de la ideología, era hija del arquitecto Jesús Carballal Fernández. El apellido les delata, pero jamás se me habría ocurrido imaginarlo. Su padre, que falleció antes de que ella emprendiera su prometedora carrera en las artes escénicas, fue Decano del Colegio de Arquitectos de Murcia y autor de algunos edificios singulares y de corte posmoderno que hay en la provincia, como la faraónica estación de autobuses de Cartagena. Son edificios que no pasan inadvertidos. Castillos que, como el de Lindabridis, flotan en el aire. Después de que sus progenitores se separarán, Lucía se crió en Madrid con su madre, pero de vez en cuando -muy de vez en cuando- regresaba a ese reino, entre la realidad y el sueño, que algún día heredaría. Por desgracia la muerte sorprendió demasiado pronto al arquitecto y de todo aquello a la autora de esta obra sólo le quedaron un puñado de recuerdos, pero de recuerdos que pesan tanto como los escombros de un edificio derribado.

La fortaleza.

Esos mismos escombros pueden ser los del canon literario. Los textos de Lope, Cervantes o Calderón -como este titulado El Castillo de Lindabridis– que llegan a nuestras manos y a veces no sabemos muy bien cómo juzgar. Pero Lucía Carballal se pregunta si tenemos derecho a juzgarlos bajo los criterios morales y estéticos del presente, en lo que parece ser un alegato contra la doctrina woke y la nueva inquisición de lo políticamente correcto. También se cuestiona qué sentido tiene adaptarlos para que se adecúen a nuestra sensibilidad contemporánea, qué sacamos realmente de las reconstrucciones forzadas, tan comunes entre los directores de escena de los clásicos y de la ópera. A lo mejor tan sólo basta con dejarlos ahí, ante nuestra visita y que cada uno haga con ellos lo que le parezca: en el escenario vemos unos cascotes, unos arcos de papel suspendido sobre las actrices, diseño de Pablo Chaves Maza. Sólo encuentro una metáfora más pertinente al respecto. En un momento dado la propia Lucía Carballal dice qué nunca sabemos dónde colgar un bodegón antiquísimo y de gran valor, que probablemente no sabemos si queremos o no colgarlo en la pared.

La fortaleza.

Hubiese dado lo mismo que el padre de Lucía Carballal no fuera arquitecto. Y hubiese dado lo mismo que el reconocimiento no le llegara nunca o que, por el contrario, le llegara con tal fuerza, que hoy sólo viéramos en ella a su hija, a la hija del famoso artista. La historia que nos quiere contar se sostiene porque sólo era un padre más, como tantos otros de la década de los 90 -explica la autora-, de los que para no asumir el rol autoritario de las generaciones anteriores, pasaban de puntillas por la crianza y educación de sus hijos. Ese es el reproche que le hace. O tal vez no, tal vez no se lo hace, porque la dramaturga no escribe desde el rencor, sino desde la piedad, y esa es la grandeza de su teatro.

En el escenario lo dan todos tres actrices de carácter. Mamen Camacho, Natalia Huarte y Eva Rufo aprovechan este viaje al pasado de Lucía Carballal para hablar también de ellas mismas, y de paso de todos nosotros, los que ahora rondamos los 40. Me hicieron soltar alguna lágrima, y eso no suele pasar casi nunca.

Al mismo tiempo, en el Teatro de la Comedia puede verse hasta el 10 de marzo El castillo de Lindabridis, bajo la dirección de Ana Zamora.

La fortaleza.

Tags: ,
 
Arriba