En 1983 una escultura de Rodrigo Muñoz Ballester (Tánger, 1950) escandalizó a muchos de los visitantes de ARCO. Mostraba a un hombre vestido abrazando a otro hombre desnudo. Fue la primera obra de temática gay expuesta públicamente en una galería española. Provocó todo tipo de opiniones. Mientras unos la consideraban pornográfica, otros la veían conmovedora. Dicen que la pintora Maruja Mallo, mientras duró la feria de arte contemporáneo, cada tarde se acercaba para verla. La escultura, que tiene algo de imagen sagrada, le hacía pensar en su amigo Federico García Lorca.
Cuarenta años después, la misma escultura regresa a ARCOmadrid y vuelve ser polémica: ahora porque Instagram ha censurado algunas de las fotos que hicieron quienes el martes ya pisaban el estand de la Galería José de la Mano. A estas horas es ya la obra de la que más se está hablando, la obra que abre todos los periódicos y telediarios porque la anécdota da para escribir titulares jugosos sobre la libertad de expresión y el erotismo. Cada año le toca a un artista y este la suerte -o tal vez el algoritmo de Meta- ha querido que sea Rodrigo.
Pero Rodrigo Muñoz Ballester -suele firmar como Rodrigo a secas- nunca quiso jugar a la provocación. La escultura forma parte de una obra multidisciplinar en la que el artista estuvo trabajando desde finales de la década de 1970 y que además incluía la publicación de un cómic legendario titulado de la misma manera, Manuel. Primero apareció en la revista “La Luna de Madrid” (1984), después en “Ediciones Libertaras” (1985) y por último en “Ediciones Sins” (2005). Al igual que la escultura, el libro cuenta una historia de amor que en realidad nunca llegó a concretarse, una historia de amor platónico como la que probablemente muchos de nosotros hayamos vivido. En sus viñetas aparece una ciudad que cualquier madrileño reconoce: la piscina de la Casa de Campo, el metro revestido de azulejos blancos y verdes y la Gran Vía con todas sus marquesinas, torreones y esculturas voladoras. Recuerdo cuando lo descubrí en la librería Berkana de la calle Hortaleza hace veinte años. ¡Me entusiasmó y no por su erotismo! Entonces circulaba como un cómic independiente y no podía creer que su autor hubiese escrito y dibujado esta fantasía romántica cuando yo apenas había nacido. Era un título para entusiastas. Lo he regalado en numerosas ocasiones a quienes sabía que lo iban a apreciar.
Además, Manuel forma parte de un proyecto de la Galería José de la Mano comisariado por Joaquín García, que se ha propuesto investigar el arte homosexual durante la Transición Española. Junto a Rodrigo, Rodrigo Muñoz Ballester, ha investigado la producción de los pintores figurativos Las Costus, Julujama, Roberto González Fernández y Carlos Forns Bada, y el artista conceptual Juan Hidalgo.
Años después de aquel mítico 1983 se vendió la escultura. El comprador era un coleccionista y asesor de la Tate Gallery. Después de su fallecimiento a causa del SIDA, su expareja decidió devolvérsela al artista, dado el enorme valor sentimental que la obra tenía para el autor. Manuel había existido de verdad. Como cuenta el cómic, Rodrigo le había conocido realmente. Se habían paseado juntos por las calles de Madrid sin que mediara entre ellos más de un beso. Y aunque la actriz Marisa Paredes había subrayado la buena pareja que hacían, Manuel había desaparecido sin dejar rastro. Sería bonito que Manuel apareciera de nuevo, como también lo ha hecho la escultura, y que por una vez el amor platónico, eso que tanto nos hace sufrir y soñar, se materializara. Quién sabe, quizá suceda estos días en IFEMA, antes de que el domingo 10 de marzo acabe la feria ARCOmadrid.