En la película El mayor espectáculo del mundo, Charlton Heston interpretaba el papel de director de un circo ambulante, de esos que viajaban en ferrocarril por Estados Unidos con un tropel de magos, malabaristas, payasos y elefantes. Corría 1952, quizá la época dorada de las artes circenses. Sin embargo, hasta bien entrada la década de los noventa del siglo pasado, cuando llegaban las verbenas, todavía era frecuente que, entre camiones y remolques, se formara un pueblo mágico, un pueblo en el que todos sus habitantes tenían habilidades extraordinarias.

Hasta ayer estaba convencido de que ese mundo había desaparecido para siempre, pero en el aparcamiento del Price se ha instalado durante un mes —hasta el 29 de junio— la compañía Circo Raluy Legacy, que sigue fascinándonos con el  circo que yo mismo conocí cuando era niño.

Antes de que comience la función, me pierdo entre las caravanas donde viven los artistas. También es posible charlar con ellos, porque, mientras esperamos, nos sirven palomitas, perritos calientes y refrescos. Entre las joyas de este museo itinerante hay una serie de vehículos vintage que han formado parte de la compañía, fundada por Lluís Raluy Iglesias hace aproximadamente 75 años. Es una colección curiosa que incluye un órgano mecánico que, según cuenta la leyenda, sonó por las calles de Ámsterdam. Todo nos indica que aquí venimos a soñar, que aquí venimos a maravillarnos.

Circo Raluy Legacy

Está a punto de comenzar Cyborg, el último espectáculo del Circo Raluy Legacy. Un robot da el pistoletazo de salida, para dar paso a tres payasos: el capitán, el marinero y el maestro de ceremonias. Tienen algo de los hermanos Marx. Entre dimes y diretes, pantomimas y playbacks, ellos van contándonos de qué va todo esto. Nos hablan de Lluís Raluy i Tomàs, que recorrió el mundo arrancando sonrisas y que, según leo en Wikipedia, también fue matemático. Ahora son sus hijas quienes lideran la compañía, y sus nietas ofrecen un electrificante número sobre patines.

Sentados bajo una gran carpa roja, se suceden contorsionistas y acróbatas: más de veinte artistas de distintas nacionalidades. Me encantan los Kerry, Benicio y Charmelle, por su elegancia en el trapecio. En el programa se da especial protagonismo a tres jóvenes gauchos que bailan malambo, una espectacular danza folclórica argentina. Y también a la llamada “bola de la muerte”, dentro de la cual los Segura Riders —unos motoristas intrépidos— dan vueltas y más vueltas, en un espacio mínimo y sin llegar a chocar. Lo cierto es que resulta impresionante, y me tapo los ojos por miedo a que salgan disparados en cualquier momento.

Da igual cómo lo describa; ni siquiera ChatGPT podría hacerlo, porque es indescriptible. Precisamente de eso habla Cyborg. Al final, el maestro de ceremonias sale a la pista para compartir con nosotros una máxima: por mucho que las máquinas sean cada vez más perfectas, nunca tendrán la capacidad de emocionarse. El circo es la prueba de que la realidad nos importa más que nunca.

El Circo Raluy Legacy estará en el Price hasta el 29 de junio. ¡No lo dejen para el último momento, porque probablemente querrán repetir!

Circo Raluy Legacy.

Tags: ,
 
Arriba