Ermita de San Antonio de la Florida

Ermita de San Antonio de la Florida

Hace ahora casi un siglo, en 1919, los restos mortales de Francisco de Goya hallaron descanso, esperamos que eterno, en la Ermita de San Antonio de la Florida, junto al parque del Oeste. Allí se puede seguir hoy día una explicación teatralizada, ver la lápida del panteón, contemplar los frescos salpicados de ángelas y admirar las chulapas y chisperos de la bóveda, con esa barandilla a la que parecen asomarse para saludarnos. Pero el proceso no fue fácil. El entierro se produjo casi cuarenta años después de iniciarse los trámites para repatriarle desde el cementerio de la Cartuja, en Burdeos, localidad donde había fallecido como un exiliado más. Reposaba en una tumba cuyo estado era ruinoso a juicio de quien la descubriera por casualidad, el cónsul español en la ciudad francesa.

Interior de la Ermita de San Antonio de la Florida

Interior de la Ermita de San Antonio de la Florida

El caso es que el cónsul, Joaquín Pereyra, decidió abrir la tumba para llevar a Goya de vuelta a España y ahí surgieron los problemas. Para empezar, se hallaron dos ataúdes y, por tanto, dos esqueletos en lugar uno. El okupa resultó ser su consuegro, Martín Miguel de Goicoechea, fallecido unos años antes que el pintor. Ante la duda, y a pesar de contar con pistas fiables sobre quién era cada uno, se decidió evitar confusiones enviando a los dos en un único lote rumbo a Madrid. Pero aún aguardaba una sorpresa mayor al exhumar los restos, nunca mejor dicho: al artista le faltaba el cráneo.

Detalle de los frescos de Goya, San Antonio de la Florida

Detalle de los frescos de Goya, San Antonio de la Florida

No está claro a quién achacar la responsabilidad de que Goya perdiera la cabeza. Una primera pista la da el propio Pereyra apuntando bien a un ladrón «amador furibundo de notabilidades» o bien a un médico. Aquí Jules Lafargue, amigo de Goya, salta al primer puesto de la lista de sospechosos. El doctor habría pedido en su momento hacerse con la testa de don Francisco para estudiar sus peculiaridades. En pleno auge de la frenología, una pseudociencia que pretendía rastrear en la constitución y los rasgos físicos la explicación al genio o la falta del mismo, no era raro que este tipo de acuerdos e intereses existieran. La oportunidad era única y lo que se dice genio, en todos los sentidos de la palabra, no le faltaba al maño.

Vanitas, de Dionisio de Fierros (1849)

Vanitas, de Dionisio de Fierros (1849)

Hay más misterios alrededor de la historia. Un cuadro de los fondos del Museo de Zaragoza, una Vanitas pintada por Dionisio de Fierros en 1849, antes de descubrirse la ausencia de la cabeza, luce como motivo una calavera monda y lironda. En la trasera, una inscripción en tinta sepia y muy posterior a esa fecha asegura que representa el cráneo de Goya. Otra versión cuenta que habría sido robado por un estudiante (quizás el propio Fierros, en solitario o con la ayuda de dos compinches) y que el producto de aquella profanación acabó, bien en Salamanca tras pasar por Ribadeo, bien en un anaquel de un bar de la diáspora española en Burdeos, el «Sol y Sombra». Para añadir truculencia a esta última leyenda, se cuenta que en algún momento fue sacado del bar y arrojado como chuchería a un perro.

Busto de Francisco de Goya, en la calle de Goya (Barrio de Salamanca)

Busto de Francisco de Goya, en la calle de Goya (Barrio de Salamanca)

El caso es que Madrid presume de lucir una enorme cabeza de Goya en el parque de San Isidro; otra, de tres metros, en la calle que lleva su nombre y decenas de ellas más sirven como trofeo a los premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas. Pero del paradero de la original nunca más se supo.

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